Ángel Delgado Fuentes, pintor y artista visual nacido en Cuba y ahora residente en Los Ángeles, Estados Unidos, era muy joven cuando la onda expansiva provocada por los martillos que derribaron el Muro de Berlín en 1989, atravesaron el cerco informativo que mantenía aislada a la lejana Cuba, y ya en 1990, sus efectos se hicieron sentir, dando lugar a la que puede ser llamada una década gloriosa en cuanto al movimiento contestatario que, alentado por los sucesos de Europa del Este, tomó La Habana por asalto.
Esta vez, fueron los artistas plásticos quienes, impulsados por el ímpetu de la juventud y el deseo de libertad, se apropiaron de las calles capitalinas y en las esquinas, los parques y las plazas, ejecutaban originales performances, ante los ojos de una ciudad sorprendida por el inusitado espectáculo.
Mucho queda por contar de aquella época en que, por primera vez durante cuarenta años, los ciudadanos, entusiasmados, salían a las calles por iniciativa propia, motivados por el nuevo discurso al que, quizá sin comprender del todo, acogían como un impulso liberador, intuyendo que allí “podía suceder cualquier cosa”.
Y así fue, aunque no fue precisamente “cualquier cosa” lo que sucedió, sino la acción más revolucionaria a la que asistíamos en cuatro décadas en cuanto a transgresión se refiere, teniendo en cuenta el metalenguaje y los elementos utilizados.
Fue precisamente el joven Ángel Delgado Fuentes quien protagonizó ese evento sin antes ni después en la historia del arte cubano cuando, el 4 de mayo de 1990, hace acto de presencia -sin haber sido invitado ni aprobado por los comisarios de la cultura oficial- en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, donde se inauguraba la exposición “El Objeto Esculturado”.
Una vez allí, desplegó en el suelo un ejemplar del periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, al que le abrió un agujero en el centro para crearle aspecto de letrina. Alrededor, armó un círculo formado por pequeños grabados con la imagen de un simbólico “huesito” de color verde.
Terminado el montaje, se bajó los pantalones y, en presencia de todos, se acuclilló, respiró profundo y, sencillamente, se dedicó a defecar en la letrina hecha con el diario más importante de los tres que circulaban en el país. El impacto era de esperar, sobre todo, por la sorpresa que causó el final, cuando Ángel Delgado terminó su intervención utilizando el pedazo arrancado al periódico para limpiarse.
Salvo la súplica de uno de los curadores de la exposición, que le rogó que se marchara porque "aquello estaba lleno de agentes", nadie intervino en contra del invasivo performance del joven artista y éste se marchó del Centro por sus propios pies.
No fue hasta una semana más tarde que la policía se presentó en su hogar para detenerlo por “alteración del orden público”.
Seis meses de cárcel fue el precio que Ángel Delgado Fuentes tuvo que pagar por su osadía.
De su experiencia en prisión Ángel habla poco, sólo de lo que pudo aprender de los otros reclusos a nivel creativo: pintar sobre pañuelos y hacer esculturas con cualquier material que le llegara a mano, como, por ejemplo, pastillas de jabón.
Veintinueve años más tarde, este incansable creador ha reunido todo ese material y con él y otros elementos, como cartas, reflexiones, etc., ha formado un libro titulado “Si la memoria no me falla”, que será publicado por la Editorial Zuiderdok y saldrá a la luz en el 2020.