A pesar de que algunos cubanos, muy pocos, intentaron prender la mecha del 15M en Cuba, la convocatoria resultó ser todo un fracaso y no es para menos. Por todos es conocida la práctica incapacidad de cualquiera, al margen de las instituciones, de organizar un movimiento de oposición, incluso si se trata de agitar a las masas hacia posturas más cómodas con el régimen, porque también este es el caso de lo que pasó el día 12 en la plaza Karl Marx de La Habana.
El colectivo Observatorio Crítico Cubano pedía ni más ni menos que un “abajo los capitalismos”, un lema con una clara resonancia disidente por el parecido, en su primera parte, a aquel directo grito de “abajo Raúl, abajo Fidel”.
Para muchos indignados cubanos esa convocatoria supo probablemente a poco y es totalmente comprensible, pues en ese país con medio siglo de “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” (o más o menos) el hecho cierto es que nadie ha podido llevar jamás la contraria públicamente (sin que ello conllevara un peligro para su propia integridad) a aquellos que permanecen en el trono desde el primer día, sin despeinarse, decidiendo el futuro de todos arbitrariamente y sin rendir cuentas públicas de absolutamente nada.
A los indignados cubanos del Observatorio Crítico les falta identificar de forma más precisa quién es el “mal” en toda esta historia y dentro de Cuba quiénes son sus representantes. Luego la convocatoria, más allá de los 15 minutos que duró la protesta en La Habana, debería trasladarse ante las instituciones directamente implicadas en la toma de decisiones, aquellas que, representando el interés de unos pocos, están arruinando la vida a ciudadanos que no tienen capacidad alguna para decidir sobre el más mínimo aspecto de los que afectan directamente su día a día. Y siendo Cuba la supuesta cuna de la rebeldía mundial, la Meca a la que se juran viajar algún día todos los revolucionarios del mundo (et voilà he aquí el drama de ese país) habríamos esperado que esos indignados cubanos decidieran acampar de forma permanente en algún espacio público y, a imagen y semejanza de todos sus homólogos en el resto del mundo, retaran a las autoridades policiales, eludiendo cualquier deber de cumplir la ley en cuanto a la ocupación de la vía pública.
A los pies de CaixaBank, entidad financiera con sede en Barcelona, oigo por estos días a los indignados gritando a una lucha sin cuartel en defensa de sus derechos. “Esto no es un juego, si habéis venido a jugar decídmelo, que yo me voy, esto es una lucha y aquí me quedo hasta las últimas consecuencias”, gritaba con acento argentino y no sin poca voluntad épica la tarde de este lunes uno de los concentrados en Barcelona. “Las guerras solo las ganan los valientes”, exclamaba otro joven partidario de acampar en los bajos de la sede bancaria, arrancando sonoros aplausos. Y es que algunos consideran que el sector financiero es el culpable de los problemas económicos que acucian a los españoles y además le acusan de adulterar la democracia real, aquella que, en principio, debería estarse practicando en los parlamentos escogidos mediante procesos electorales libres. Todos estos indignados no hacen más que ejercer un derecho de reunión y protesta pública, protegido por esa democracia de la que señalan ahora sus fallos.
En Cuba, por mucho menos, varias personas fueron detenidas e impedidas de llegar hasta el punto de la convocatoria. Lo ha narrado en su blog la bloguera Miriam Celaya quien, junto a Eugenio Leal, fue interceptada por agentes de la Seguridad y ambos conducidos hacia otra zona de la ciudad para mantenerlos así alejados de la concentración.
En otras ocasiones, otras protestas han acabado con detenciones automáticas al minuto de desplegar una sábana con consignas pidiendo, por ejemplo, el fin del hambre. O cacerolazos que han sido abortados también con la detención de sus protagonistas que luego han sido mantenidos por varias semanas en calabozos e incomunicados, como fue el caso de la opositora Ivonne Malleza, hace algunos meses atrás.
Todo esto sucede cuando los disidentes consiguen poner un pie en la calle para llevar sus reivindicaciones al espacio público y compartirlas con la ciudadanía. Pero por lo general esto tampoco es posible si tenemos en cuenta que el régimen cubano practica una cirugía represiva que implica apagar los fuegos ya desde el mismo portal en las casas de los opositores, enviando a grupos progubernamentales a agredir física y verbalmente a los oponentes.
Esta es una diferencia clave de la actuación entre régimen democrático y autoritario. Al régimen castrista le fascina mostrar imágenes de represión en países democráticos. Por supuesto en las democracias hay represión porque así está previsto cuando se vulneran las normas establecidas por consenso en los parlamentos.
En el caso cubano, ya no es que la policía reprima cuando se está vulnerando una ley que regula las reuniones en espacios públicos. En este caso la represión llega mucho antes, reprime el ejercicio de libertades fundamentales impidiendo a toda costa que florezcan, mediante un sistemático ejercicio de asfixia colectiva. Y es aquí donde está el problema.
El colectivo Observatorio Crítico Cubano pedía ni más ni menos que un “abajo los capitalismos”, un lema con una clara resonancia disidente por el parecido, en su primera parte, a aquel directo grito de “abajo Raúl, abajo Fidel”.
Para muchos indignados cubanos esa convocatoria supo probablemente a poco y es totalmente comprensible, pues en ese país con medio siglo de “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” (o más o menos) el hecho cierto es que nadie ha podido llevar jamás la contraria públicamente (sin que ello conllevara un peligro para su propia integridad) a aquellos que permanecen en el trono desde el primer día, sin despeinarse, decidiendo el futuro de todos arbitrariamente y sin rendir cuentas públicas de absolutamente nada.
A los indignados cubanos del Observatorio Crítico les falta identificar de forma más precisa quién es el “mal” en toda esta historia y dentro de Cuba quiénes son sus representantes. Luego la convocatoria, más allá de los 15 minutos que duró la protesta en La Habana, debería trasladarse ante las instituciones directamente implicadas en la toma de decisiones, aquellas que, representando el interés de unos pocos, están arruinando la vida a ciudadanos que no tienen capacidad alguna para decidir sobre el más mínimo aspecto de los que afectan directamente su día a día. Y siendo Cuba la supuesta cuna de la rebeldía mundial, la Meca a la que se juran viajar algún día todos los revolucionarios del mundo (et voilà he aquí el drama de ese país) habríamos esperado que esos indignados cubanos decidieran acampar de forma permanente en algún espacio público y, a imagen y semejanza de todos sus homólogos en el resto del mundo, retaran a las autoridades policiales, eludiendo cualquier deber de cumplir la ley en cuanto a la ocupación de la vía pública.
A los pies de CaixaBank, entidad financiera con sede en Barcelona, oigo por estos días a los indignados gritando a una lucha sin cuartel en defensa de sus derechos. “Esto no es un juego, si habéis venido a jugar decídmelo, que yo me voy, esto es una lucha y aquí me quedo hasta las últimas consecuencias”, gritaba con acento argentino y no sin poca voluntad épica la tarde de este lunes uno de los concentrados en Barcelona. “Las guerras solo las ganan los valientes”, exclamaba otro joven partidario de acampar en los bajos de la sede bancaria, arrancando sonoros aplausos. Y es que algunos consideran que el sector financiero es el culpable de los problemas económicos que acucian a los españoles y además le acusan de adulterar la democracia real, aquella que, en principio, debería estarse practicando en los parlamentos escogidos mediante procesos electorales libres. Todos estos indignados no hacen más que ejercer un derecho de reunión y protesta pública, protegido por esa democracia de la que señalan ahora sus fallos.
En Cuba, por mucho menos, varias personas fueron detenidas e impedidas de llegar hasta el punto de la convocatoria. Lo ha narrado en su blog la bloguera Miriam Celaya quien, junto a Eugenio Leal, fue interceptada por agentes de la Seguridad y ambos conducidos hacia otra zona de la ciudad para mantenerlos así alejados de la concentración.
En otras ocasiones, otras protestas han acabado con detenciones automáticas al minuto de desplegar una sábana con consignas pidiendo, por ejemplo, el fin del hambre. O cacerolazos que han sido abortados también con la detención de sus protagonistas que luego han sido mantenidos por varias semanas en calabozos e incomunicados, como fue el caso de la opositora Ivonne Malleza, hace algunos meses atrás.
Todo esto sucede cuando los disidentes consiguen poner un pie en la calle para llevar sus reivindicaciones al espacio público y compartirlas con la ciudadanía. Pero por lo general esto tampoco es posible si tenemos en cuenta que el régimen cubano practica una cirugía represiva que implica apagar los fuegos ya desde el mismo portal en las casas de los opositores, enviando a grupos progubernamentales a agredir física y verbalmente a los oponentes.
Esta es una diferencia clave de la actuación entre régimen democrático y autoritario. Al régimen castrista le fascina mostrar imágenes de represión en países democráticos. Por supuesto en las democracias hay represión porque así está previsto cuando se vulneran las normas establecidas por consenso en los parlamentos.
En el caso cubano, ya no es que la policía reprima cuando se está vulnerando una ley que regula las reuniones en espacios públicos. En este caso la represión llega mucho antes, reprime el ejercicio de libertades fundamentales impidiendo a toda costa que florezcan, mediante un sistemático ejercicio de asfixia colectiva. Y es aquí donde está el problema.