A pocas horas del paso del huracán Sandy por las provincias orientales de Cuba el pasado 24 de octubre, comenzaron a fluir hacia el resto del país --a través de mensajes y llamadas de familiares, disidentes y periodistas independientes-- las noticias sobre el rastro de desolación y penuria dejado tras de sí por la tormenta.
Comprendiendo la gravedad de la situación humanitaria, la Alianza Democrática Cubana (ALDECU) --un grupo de analistas de la sociedad civil independiente, integrado entre otros por el psicólogo Guillermo Fariñas, el sociólogo Héctor Palacios, el observador de derechos humanos Elizardo Sánchez y el abogado René Gómez Manzano—emitió al día siguiente una declaración con un llamado urgente al gobierno:
“Dada la situación calamitosa existente, es necesario que las autoridades del país acepten toda la ayuda que ofrezcan organizaciones internacionales y países extranjeros, sin excepciones ni limitaciones y de manera incondicional”.
Cuba ha recibido y canalizado desde entonces ofertas de asistencia de aliados ideológicos como Venezuela y Bolivia; de otros “países amigos” como Rusia y Brasil; y de Naciones Unidas.
Sin embargo, esta vez no se ha informado de una propuesta de ayuda de parte del país mejor capacitado y equipado para ayudar en casos de desastre.
¿Será que Estados Unidos no desea ayudar a los que en Holguín, Guantánamo y Santiago de Cuba necesitan desesperadamente medicinas y materiales de primeros auxilios, raciones de alimentos, tiendas de campaña o láminas de plástico para reparar techos y paredes, agua embotellada y pastillas para clorar el líquido fangoso que sale de los grifos?
Con todo eso, y con los medios para hacerlo llegar a la mayor brevedad, cuenta esta poderosa y generosa nación. Cubanos y americanos vivimos además prácticamente pared con pared, puerta con puerta. Pero hasta ahora Washington se ha abstenido de ofrecer ayuda humanitaria, y el gobierno de Cuba, genio y figura, tampoco la ha solicitado al país que considera su enemigo jurado.
¿Para qué la ofrecería Estados Unidos? ¿Para que manipulen políticamente el asunto?
Lea por ejemplo al bloguero oficialista Iroel Sánchez, quien asegura en su bitácora que la mejor ayuda humanitaria que puede recibir Cuba ahora “es el fin del bloqueo que le impone Estados Unidos”.
Sánchez, claro, sabe bien que tras el paso del huracán Michelle por la isla en noviembre de 2001, La Habana empezó a comprar en Estados Unidos las medicinas, alimentos y otros productos agrícolas que ha querido (y podido pagar de contado), aprovechando una excepción al embargo aprobada por el Congreso. Y debe saber que las demás sanciones están codificadas en leyes que podría tomar años derogar a través de un laborioso proceso legislativo. Años que no pueden ni deben esperar los damnificados de Sandy.
El silencio actual de Estados Unidos es más bien prudencia, dictada por la experiencia de que el régimen de la isla suele poner la política por delante del dolor y las necesidades de las víctimas.
ALGUNOS ANTECEDENTES
En un artículo para Cubanet titulado “Ciclón y reacción”, fechado el pasado 30 de octubre, el licenciado Gómez Manzano explicaba las razones de la exhortación urgente de ALDECU:
“En más de una ocasión (…) las autoridades de La Habana se dieron el lujo de rechazar, en nombre de los damnificados de entonces, algunas de las ofertas de auxilio que provenían de lugares que no les resultaban simpáticos”.
En julio de 2005, tras el paso del huracán Dennis por la isla, Estados Unidos informó al gobierno cubano que estaba dispuesto a proporcionar ayuda humanitaria inmediata en forma de suministros de emergencia, como mantas, botellas de agua, botiquines de primeros auxilios, láminas de plástico, etc. a los cubanos afectados por el huracán.
El gobierno de Fidel Castro rechazó esta oferta, así como la solicitud de permitir el despliegue de un Equipo de Respuesta para Asistencia en Desastres (DART), especializado en evaluar las necesidades para determinar el monto y características de lo necesario, y coordinarlo.
El envío de estos pequeños equipos de expertos es un procedimiento regular que sigue en todos los casos la Oficina de Asistencia para Desastres en el Extranjero (OFDA), de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
(La OFDA canaliza cada año el socorro estadounidense a millones de víctimas de decenas de desastres internacionales: algunos de rápida aparición como terremotos, inundaciones, tormentas, deslaves, tsunamis y volcanes; otros de lenta aparición, como las sequías prolongadas que conducen a la inseguridad alimentaria; y emergencias complejas derivadas de crisis políticas, inestabilidad social o conflictos armados).
Ante la imposibilidad de proporcionar un alivio inmediato a Cuba, la USAID optó en 2005 por duplicar al menos los fondos que normalmente proporciona a organizaciones no gubernamentales, para ayudar a paliar las necesidades de las víctimas del ciclón en Cuba.
TAMPOCO EN 2008
Los damnificados por los tres huracanes que asolaron a la isla en 2008 no corrieron mejor suerte bajo Raúl Castro, ratificado a principios de ese año como presidente del Consejo de Estado de Cuba.
Tras el azote consecutivo de las tormentas Gustav y Ike en agosto y septiembre, La Habana volvió a rechazar el envío de un equipo de evaluación. Estados Unidos ofreció entonces ayuda incondicional, incluyendo materiales suficientes para reparar unas 48.000 viviendas.
El secretario de Comercio de la administración de George W. Bush, el cubanoamericano Carlos Gutiérrez, aseguró a Radio Martí que la oferta de ayuda de emergencia a Cuba se había despojado de toda condición, y que después de la llegada de un primer vuelo, había planes para incrementarla hasta cinco millones de dólares.
Cuatro veces propuso la ayuda Estados Unidos, a nombre de su pueblo. Las cuatro veces fue rechazada por el gobierno de Raúl Castro.
UN EJEMPLO PARALELO
En entrevista con Alex Rivero, de Radio Martí, Rob Thayer, entonces coordinador regional de la OFDA, precisó que para Haití, afectado por los mismos ciclones que Cuba en 2008, se asignaron entonces 7 millones de dólares en ayuda, la cual comenzó a enviarse de inmediato en aviones, procedentes de Miami y cargados con los suministros de emergencia que la Oficina mantiene permanentemente en sus almacenes del sur de la Florida (hay otros dos en la región) así como con alimentos aportados por el gobierno federal.
El esfuerzo, coordinado con las autoridades haitianas, incluyó solicitar helicópteros al Comando Sur de Estados Unidos, debido a que en algunas de las áreas más devastadas de Haití, puentes y carreteras estaban destruidos o intransitables.
LAS “RAZONES” DE CUBA
¿Por qué se empeña el gobierno de Cuba en politizar una ayuda de Estados Unidos que podría aliviar considerablemente, al menos durante los primeros días, las penurias de las víctimas de estos periódicos desastres naturales?
El doctor Gómez Manzano tiene algunas respuestas en su artículo para Cubanet:
“Este tipo de decisiones resulta aún más irritante si se tiene en cuenta que se hacían de manera inconsulta. Eran tomadas, además, por jerarcas que tienen resueltos todos los problemas personales, suyos y de sus familias. Ellos se arrogaban el derecho de asumir poses de ofendidos, sin tomar en cuenta que, ante una calamidad como ésta, deben prevalecer los intereses de las víctimas —las personas y el país—, y no los de la ideología”.
Aunque el abogado independiente escribe en tiempo pasado, los argumentos que expresa parecen seguir vigentes.
Comprendiendo la gravedad de la situación humanitaria, la Alianza Democrática Cubana (ALDECU) --un grupo de analistas de la sociedad civil independiente, integrado entre otros por el psicólogo Guillermo Fariñas, el sociólogo Héctor Palacios, el observador de derechos humanos Elizardo Sánchez y el abogado René Gómez Manzano—emitió al día siguiente una declaración con un llamado urgente al gobierno:
“Dada la situación calamitosa existente, es necesario que las autoridades del país acepten toda la ayuda que ofrezcan organizaciones internacionales y países extranjeros, sin excepciones ni limitaciones y de manera incondicional”.
Cuba ha recibido y canalizado desde entonces ofertas de asistencia de aliados ideológicos como Venezuela y Bolivia; de otros “países amigos” como Rusia y Brasil; y de Naciones Unidas.
Sin embargo, esta vez no se ha informado de una propuesta de ayuda de parte del país mejor capacitado y equipado para ayudar en casos de desastre.
¿Será que Estados Unidos no desea ayudar a los que en Holguín, Guantánamo y Santiago de Cuba necesitan desesperadamente medicinas y materiales de primeros auxilios, raciones de alimentos, tiendas de campaña o láminas de plástico para reparar techos y paredes, agua embotellada y pastillas para clorar el líquido fangoso que sale de los grifos?
Con todo eso, y con los medios para hacerlo llegar a la mayor brevedad, cuenta esta poderosa y generosa nación. Cubanos y americanos vivimos además prácticamente pared con pared, puerta con puerta. Pero hasta ahora Washington se ha abstenido de ofrecer ayuda humanitaria, y el gobierno de Cuba, genio y figura, tampoco la ha solicitado al país que considera su enemigo jurado.
¿Para qué la ofrecería Estados Unidos? ¿Para que manipulen políticamente el asunto?
Lea por ejemplo al bloguero oficialista Iroel Sánchez, quien asegura en su bitácora que la mejor ayuda humanitaria que puede recibir Cuba ahora “es el fin del bloqueo que le impone Estados Unidos”.
Sánchez, claro, sabe bien que tras el paso del huracán Michelle por la isla en noviembre de 2001, La Habana empezó a comprar en Estados Unidos las medicinas, alimentos y otros productos agrícolas que ha querido (y podido pagar de contado), aprovechando una excepción al embargo aprobada por el Congreso. Y debe saber que las demás sanciones están codificadas en leyes que podría tomar años derogar a través de un laborioso proceso legislativo. Años que no pueden ni deben esperar los damnificados de Sandy.
El silencio actual de Estados Unidos es más bien prudencia, dictada por la experiencia de que el régimen de la isla suele poner la política por delante del dolor y las necesidades de las víctimas.
ALGUNOS ANTECEDENTES
En un artículo para Cubanet titulado “Ciclón y reacción”, fechado el pasado 30 de octubre, el licenciado Gómez Manzano explicaba las razones de la exhortación urgente de ALDECU:
“En más de una ocasión (…) las autoridades de La Habana se dieron el lujo de rechazar, en nombre de los damnificados de entonces, algunas de las ofertas de auxilio que provenían de lugares que no les resultaban simpáticos”.
En julio de 2005, tras el paso del huracán Dennis por la isla, Estados Unidos informó al gobierno cubano que estaba dispuesto a proporcionar ayuda humanitaria inmediata en forma de suministros de emergencia, como mantas, botellas de agua, botiquines de primeros auxilios, láminas de plástico, etc. a los cubanos afectados por el huracán.
El gobierno de Fidel Castro rechazó esta oferta, así como la solicitud de permitir el despliegue de un Equipo de Respuesta para Asistencia en Desastres (DART), especializado en evaluar las necesidades para determinar el monto y características de lo necesario, y coordinarlo.
El envío de estos pequeños equipos de expertos es un procedimiento regular que sigue en todos los casos la Oficina de Asistencia para Desastres en el Extranjero (OFDA), de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
(La OFDA canaliza cada año el socorro estadounidense a millones de víctimas de decenas de desastres internacionales: algunos de rápida aparición como terremotos, inundaciones, tormentas, deslaves, tsunamis y volcanes; otros de lenta aparición, como las sequías prolongadas que conducen a la inseguridad alimentaria; y emergencias complejas derivadas de crisis políticas, inestabilidad social o conflictos armados).
Ante la imposibilidad de proporcionar un alivio inmediato a Cuba, la USAID optó en 2005 por duplicar al menos los fondos que normalmente proporciona a organizaciones no gubernamentales, para ayudar a paliar las necesidades de las víctimas del ciclón en Cuba.
TAMPOCO EN 2008
Los damnificados por los tres huracanes que asolaron a la isla en 2008 no corrieron mejor suerte bajo Raúl Castro, ratificado a principios de ese año como presidente del Consejo de Estado de Cuba.
Tras el azote consecutivo de las tormentas Gustav y Ike en agosto y septiembre, La Habana volvió a rechazar el envío de un equipo de evaluación. Estados Unidos ofreció entonces ayuda incondicional, incluyendo materiales suficientes para reparar unas 48.000 viviendas.
El secretario de Comercio de la administración de George W. Bush, el cubanoamericano Carlos Gutiérrez, aseguró a Radio Martí que la oferta de ayuda de emergencia a Cuba se había despojado de toda condición, y que después de la llegada de un primer vuelo, había planes para incrementarla hasta cinco millones de dólares.
Cuatro veces propuso la ayuda Estados Unidos, a nombre de su pueblo. Las cuatro veces fue rechazada por el gobierno de Raúl Castro.
UN EJEMPLO PARALELO
En entrevista con Alex Rivero, de Radio Martí, Rob Thayer, entonces coordinador regional de la OFDA, precisó que para Haití, afectado por los mismos ciclones que Cuba en 2008, se asignaron entonces 7 millones de dólares en ayuda, la cual comenzó a enviarse de inmediato en aviones, procedentes de Miami y cargados con los suministros de emergencia que la Oficina mantiene permanentemente en sus almacenes del sur de la Florida (hay otros dos en la región) así como con alimentos aportados por el gobierno federal.
El esfuerzo, coordinado con las autoridades haitianas, incluyó solicitar helicópteros al Comando Sur de Estados Unidos, debido a que en algunas de las áreas más devastadas de Haití, puentes y carreteras estaban destruidos o intransitables.
LAS “RAZONES” DE CUBA
¿Por qué se empeña el gobierno de Cuba en politizar una ayuda de Estados Unidos que podría aliviar considerablemente, al menos durante los primeros días, las penurias de las víctimas de estos periódicos desastres naturales?
El doctor Gómez Manzano tiene algunas respuestas en su artículo para Cubanet:
“Este tipo de decisiones resulta aún más irritante si se tiene en cuenta que se hacían de manera inconsulta. Eran tomadas, además, por jerarcas que tienen resueltos todos los problemas personales, suyos y de sus familias. Ellos se arrogaban el derecho de asumir poses de ofendidos, sin tomar en cuenta que, ante una calamidad como ésta, deben prevalecer los intereses de las víctimas —las personas y el país—, y no los de la ideología”.
Aunque el abogado independiente escribe en tiempo pasado, los argumentos que expresa parecen seguir vigentes.