“Yo amo a mi país, pero aquí nada funciona: no hay futuro”.
Cynthia Gorney, enviada a Cuba de la revista National Geographic, narra que escuchó tantas veces estas expresiones en Cuba, y de tan diferentes tipos de cubanos, que se le empezó a convertir en una especie de lamento colectivo nacional.
Tras nueve semanas viajando por la isla, Gorney escribió el reportaje central de la edición de noviembre --anunciado en portada— bajo el título "Cuba’s New Now" (El nuevo ahora de Cuba). Allí pinta un paisaje físico y espiritual de la Cuba del 2012, a partir de lo que vio en la isla y lo que conversó con su gente.
ACTITUDES ANTE LOS CAMBIOS
Entre los corifeos espontáneos del “lamento nacional” la reportera cita a algunos decididamente pesimistas, como Eduardo, de 35 años, a quien conoció mientras se ofreció a llevarla, "boteando" con un auto prestado. Él no esperaba nada de los cambios introducidos en la isla; tanto así, que estaba armando en secreto un bote con otros nueve amigos para lanzarse al mar.
“Todo eso es para beneficio de esta gente”, le dijo Eduardo tocándose con dos dedos imaginarias charreteras. Al sugerirle ella que Raúl Castro no era como su hermano Fidel, respondió: “Sólo podrá haber cambios de verdad cuando ellos dos no estén”. La periodista se sorprendió entonces cuando Eduardo le dijo que podía citarlo por su nombre y sus dos apellidos, y le aseguró que no tenía miedo.
"Si hay alguna transformación seria en Cuba, Eduardo es un componente esencial de ella", escribe. "No está huyendo de la persecución del Estado sino que es un joven, enérgico y frustrado, una descripción que se aplica a gran número de sus compatriotas".
Él le confesó que desde que era un adolescente en la secundaria, había comprendido que la edad adulta en la Cuba revolucionaria sólo ofrece prosperidad personal y comodidad material “a los pejes gordos”.
Para el ex trabajador de la construcción, en la isla nada funciona: el modelo económico es desastroso; los trabajadores estatales sobreviven con mínimos salarios sólo si consiguen robar en sus centros de trabajo; los medios de comunicación muestran un excesivo triunfalismo y autocensura; y el gobierno tiene a la gente loca con la circulación simultánea de dos monedas.
Otros cubanos sí están esperanzados con los cambios: Roberto Pérez, biólogo ambiental, se mostró entusiasmado con el progreso de la agricultura urbana y los proyectos de agricultura orgánica. Pérez le comentó a la periodista de National Geographic que el 80 por ciento de quienes se graduaron con él han abandonado el país, pero subrayó que “las cosas están cambiando muy rápido”, y que en Cuba "hay muchas cosas buenas que la gente da por sentadas, porque nacieron con ellas".
Otro optimista es Josué López, de la misma edad que Eduardo. Regresó a vivir en Cuba después de seis años en Florida. Está aprovechando las nuevas leyes sobre el trabajo por cuenta propia para levantar una casa de huéspedes en un terreno fuera de La Habana. Para Josué, si uno desea empezar un negocio, el lugar ideal ahora es Cuba.
Gorney dice que la mayoría de los cubanos con los que habló parecían animados por toda esta idea de las posibilidades, aunque la mayoría aún no cree que sean permanentes, pues el gobierno cubano tiene un historial de ilusionar a sus ciudadanos, fomentando la iniciativa privada para luego declararla contrarrevolucionaria y asfixiarla.
Observa que, por ahora, los cubanos acompañan la esperanza de un cambio real en sus vidas diarias con una combinación particularmente suya de entusiasmo, desconfianza, cálculo, humor negro y ansiedad.
DERRUMBES Y TURISTAS
Durante su visita, Gorney fue testigo de un derrumbe en el barrio donde se estaba hospedando. Cuatro personas murieron, incluidas tres muchachas adolescentes. El edificio había sido declarado inhabitable. Esa vez Granma dio la noticia: "No fingió que nunca había ocurrido".
Ese mismo día en otros lugares más presentables de La Habana, "los turistas se apeaban de un bus tras otro, con sus mapas en la mano, bebiendo mojitos de ron y hierbabuena, siguiendo a sus políglotas guías cubanos, y aplaudiendo la feliz cacofonía de la rumba y el son que brotaba a las plazas de los restaurantes, los bares y las esquinas".
"LA RECONSTRUCCIÓN DE LA CASA CUBA"
Con estas ceremoniosas palabras, Roberto Veiga -- editor de la revista católica “Espacio Laical”-- le describió a la autora el desafío que el país tiene por delante. Veiga recordó que los cambios debieron haber comenzado hace dos décadas, pero no se hizo, y dijo que Cuba es ahora una nación que intenta definirse.
“Hemos sido conejillos de Indias de un experimento", dijo por su parte una mujer de 58 años con educación universitaria, que trabaja en el campo de las artes. En la casa que heredó de su familia todos los bombillos son fluorescentes. Ella le contó a Gorney lo que le ocurrió durante la "revolución energética" de Fidel Castro.
“Venían a verificar y te rompían en tu cara todos los bombillos viejos [incandescentes] para que no los pudieras volver a usar. La idea de cambiar todos las bombillos era maravillosa. El problema fue la forma en que lo hicieron", apostilló la mujer.
UN ENORME PULGUERO
Si tuviera que escribir un titular sobre “la reconstrucción de la casa Cuba”, la enviada de National Geographic escogería el siguiente: “el capitalismo se cuela por los bordes, lentamente y a cuentagotas”.
A su ojo profano --dice-- la Nueva Cuba Cambiante le parece a la vez real y andrajosa, como si un enorme mercado de pulgas se hubiese extendido por todo el país. Jóvenes sentados en las aceras se ofrecen para reparar celulares o recargar fosforeras. Las familias despliegan en sus portales mesas donde exponen utensilios de cocina usados, termos de café, y platos desportillados con emparedados de jamón y queso.
MONEDA ESQUIZOFRÉNICA
Para apreciar plenamente las complejas gestiones de supervivencia que han dominado la vida diaria de tantos cubanos en los últimos años, la periodista aconseja tratar de entender la extravagancia esencial del CUC, el peso convertible cubano.
Agrega que, "en su estado más puro el concepto del CUC se relaciona con la adquisición de productos y servicios de alguna manera conectados con lo extranjero: facturas de hotel, transacciones internacionales, camisetas con la foto de Fidel en las tiendas de souvenirs, etc". Un CUC tiene un valor de un dólar estadounidense, y es fácil de obtener, tanto para extranjeros como para cubanos, en las casas de cambio estatales.
Pero a los empleados de las CADECA, como al resto de los cubanos que trabajan para el Estado -- un 80 por ciento de la mano de obra del país-- , no se les paga en CUC, sino en pesos nacionales, equivalentes a 1/24 de un CUC, o poco más de cuatro centavos de dólar.
La reportera pasó una tarde en Santa Clara con una doctora en medicina que devenga un salario fijo de 785,35 pesos, moneda nacional, al mes. Eso equivale a 32,72 CUC.
La autora toma nota de que la Dra. M no tiene que pagar por su educación o la atención médica de su familia, y con la moneda en que le pagan puede comprar algunos alimentos básicos que no están en la libreta de racionamiento: libros cubanos, entradas para juegos de béisbol, jabón de mala calidad, y café mezclado; también, pagar el pasaje en el abarrotado transporte público; todo eso, siempre que nadie en su casa compre desodorante.
"El camión de juguete que quería para mi hijo, con un motorcito y un control remoto, cuesta 40 CUC en las tiendas del Estado”, se lamenta la médico villaclareña.
La periodista hizo apuntes de otros precios en las tiendas estatales en moneda dura: pasta dental Pepsodent, 1.50 CUC el tubo; una batidora eléctrica, 113.60 CUC; un juego de sala (medio sofá y butaca), 597.35 CUC.
LA PIRÁMIDE INVERTIDA
En CUC se pagan también los teléfonos celulares y las tarifas por minuto. Incluso el precio de un peso convertible por una cerveza cubana Bucanero Fuerte, una suma razonable en muchos países por una cerveza, representa un día entero de trabajo para la Dra. M.
Es por eso que, cuatro días a la semana, cuando se supone que esté descansando de sus turnos de 24 horas en el cuerpo de guardia, ella maneja un taxi, el automóvil soviético que heredó de su padre. Procura recoger principalmente a turistas, y así se gana cada mes una suma equivalente a 15 de sus salarios.
Gorney dice que al fenómeno se le conoce en Cuba como "la pirámide invertida". Y recuerda que todo cubano que le repitió esa expresión lo hizo siempre con un tono de desesperación. Es la razón –agrega-- de que los jóvenes y ambiciosos se sigan yendo.
EL EXODO ¿SIN FIN?
Tras su regreso a Estados Unidos, la enviada de National Geographic trató de comunicarse con Eduardo, el taxista que le contó que esperaba irse pronto de Cuba en un bote rústico. No obtuvo respuesta en su móvil, y llamó entonces al hermano, establecido en México.
Este le confirmó que sí, que por fin se habían hecho a la mar, pero que tuvieron que regresar a remo a la costa, porque se les había descompuesto el timón del bote. Por suerte, nadie había sido arrestado.
El hermano de Eduardo también le contó que el joven de 35 años y su esposa decidieron que se quedarían un tiempo en el apartamento de su madre. Pero sólo hasta que él consiguiera ahorrar un poco de dinero (para volver a empezar).
Cynthia Gorney, enviada a Cuba de la revista National Geographic, narra que escuchó tantas veces estas expresiones en Cuba, y de tan diferentes tipos de cubanos, que se le empezó a convertir en una especie de lamento colectivo nacional.
Tras nueve semanas viajando por la isla, Gorney escribió el reportaje central de la edición de noviembre --anunciado en portada— bajo el título "Cuba’s New Now" (El nuevo ahora de Cuba). Allí pinta un paisaje físico y espiritual de la Cuba del 2012, a partir de lo que vio en la isla y lo que conversó con su gente.
ACTITUDES ANTE LOS CAMBIOS
Entre los corifeos espontáneos del “lamento nacional” la reportera cita a algunos decididamente pesimistas, como Eduardo, de 35 años, a quien conoció mientras se ofreció a llevarla, "boteando" con un auto prestado. Él no esperaba nada de los cambios introducidos en la isla; tanto así, que estaba armando en secreto un bote con otros nueve amigos para lanzarse al mar.
“Todo eso es para beneficio de esta gente”, le dijo Eduardo tocándose con dos dedos imaginarias charreteras. Al sugerirle ella que Raúl Castro no era como su hermano Fidel, respondió: “Sólo podrá haber cambios de verdad cuando ellos dos no estén”. La periodista se sorprendió entonces cuando Eduardo le dijo que podía citarlo por su nombre y sus dos apellidos, y le aseguró que no tenía miedo.
"Si hay alguna transformación seria en Cuba, Eduardo es un componente esencial de ella", escribe. "No está huyendo de la persecución del Estado sino que es un joven, enérgico y frustrado, una descripción que se aplica a gran número de sus compatriotas".
Él le confesó que desde que era un adolescente en la secundaria, había comprendido que la edad adulta en la Cuba revolucionaria sólo ofrece prosperidad personal y comodidad material “a los pejes gordos”.
Para el ex trabajador de la construcción, en la isla nada funciona: el modelo económico es desastroso; los trabajadores estatales sobreviven con mínimos salarios sólo si consiguen robar en sus centros de trabajo; los medios de comunicación muestran un excesivo triunfalismo y autocensura; y el gobierno tiene a la gente loca con la circulación simultánea de dos monedas.
Otros cubanos sí están esperanzados con los cambios: Roberto Pérez, biólogo ambiental, se mostró entusiasmado con el progreso de la agricultura urbana y los proyectos de agricultura orgánica. Pérez le comentó a la periodista de National Geographic que el 80 por ciento de quienes se graduaron con él han abandonado el país, pero subrayó que “las cosas están cambiando muy rápido”, y que en Cuba "hay muchas cosas buenas que la gente da por sentadas, porque nacieron con ellas".
Otro optimista es Josué López, de la misma edad que Eduardo. Regresó a vivir en Cuba después de seis años en Florida. Está aprovechando las nuevas leyes sobre el trabajo por cuenta propia para levantar una casa de huéspedes en un terreno fuera de La Habana. Para Josué, si uno desea empezar un negocio, el lugar ideal ahora es Cuba.
Gorney dice que la mayoría de los cubanos con los que habló parecían animados por toda esta idea de las posibilidades, aunque la mayoría aún no cree que sean permanentes, pues el gobierno cubano tiene un historial de ilusionar a sus ciudadanos, fomentando la iniciativa privada para luego declararla contrarrevolucionaria y asfixiarla.
Observa que, por ahora, los cubanos acompañan la esperanza de un cambio real en sus vidas diarias con una combinación particularmente suya de entusiasmo, desconfianza, cálculo, humor negro y ansiedad.
DERRUMBES Y TURISTAS
Durante su visita, Gorney fue testigo de un derrumbe en el barrio donde se estaba hospedando. Cuatro personas murieron, incluidas tres muchachas adolescentes. El edificio había sido declarado inhabitable. Esa vez Granma dio la noticia: "No fingió que nunca había ocurrido".
Ese mismo día en otros lugares más presentables de La Habana, "los turistas se apeaban de un bus tras otro, con sus mapas en la mano, bebiendo mojitos de ron y hierbabuena, siguiendo a sus políglotas guías cubanos, y aplaudiendo la feliz cacofonía de la rumba y el son que brotaba a las plazas de los restaurantes, los bares y las esquinas".
"LA RECONSTRUCCIÓN DE LA CASA CUBA"
Con estas ceremoniosas palabras, Roberto Veiga -- editor de la revista católica “Espacio Laical”-- le describió a la autora el desafío que el país tiene por delante. Veiga recordó que los cambios debieron haber comenzado hace dos décadas, pero no se hizo, y dijo que Cuba es ahora una nación que intenta definirse.
“Hemos sido conejillos de Indias de un experimento", dijo por su parte una mujer de 58 años con educación universitaria, que trabaja en el campo de las artes. En la casa que heredó de su familia todos los bombillos son fluorescentes. Ella le contó a Gorney lo que le ocurrió durante la "revolución energética" de Fidel Castro.
“Venían a verificar y te rompían en tu cara todos los bombillos viejos [incandescentes] para que no los pudieras volver a usar. La idea de cambiar todos las bombillos era maravillosa. El problema fue la forma en que lo hicieron", apostilló la mujer.
UN ENORME PULGUERO
Si tuviera que escribir un titular sobre “la reconstrucción de la casa Cuba”, la enviada de National Geographic escogería el siguiente: “el capitalismo se cuela por los bordes, lentamente y a cuentagotas”.
A su ojo profano --dice-- la Nueva Cuba Cambiante le parece a la vez real y andrajosa, como si un enorme mercado de pulgas se hubiese extendido por todo el país. Jóvenes sentados en las aceras se ofrecen para reparar celulares o recargar fosforeras. Las familias despliegan en sus portales mesas donde exponen utensilios de cocina usados, termos de café, y platos desportillados con emparedados de jamón y queso.
MONEDA ESQUIZOFRÉNICA
Para apreciar plenamente las complejas gestiones de supervivencia que han dominado la vida diaria de tantos cubanos en los últimos años, la periodista aconseja tratar de entender la extravagancia esencial del CUC, el peso convertible cubano.
Agrega que, "en su estado más puro el concepto del CUC se relaciona con la adquisición de productos y servicios de alguna manera conectados con lo extranjero: facturas de hotel, transacciones internacionales, camisetas con la foto de Fidel en las tiendas de souvenirs, etc". Un CUC tiene un valor de un dólar estadounidense, y es fácil de obtener, tanto para extranjeros como para cubanos, en las casas de cambio estatales.
Pero a los empleados de las CADECA, como al resto de los cubanos que trabajan para el Estado -- un 80 por ciento de la mano de obra del país-- , no se les paga en CUC, sino en pesos nacionales, equivalentes a 1/24 de un CUC, o poco más de cuatro centavos de dólar.
La reportera pasó una tarde en Santa Clara con una doctora en medicina que devenga un salario fijo de 785,35 pesos, moneda nacional, al mes. Eso equivale a 32,72 CUC.
La autora toma nota de que la Dra. M no tiene que pagar por su educación o la atención médica de su familia, y con la moneda en que le pagan puede comprar algunos alimentos básicos que no están en la libreta de racionamiento: libros cubanos, entradas para juegos de béisbol, jabón de mala calidad, y café mezclado; también, pagar el pasaje en el abarrotado transporte público; todo eso, siempre que nadie en su casa compre desodorante.
"El camión de juguete que quería para mi hijo, con un motorcito y un control remoto, cuesta 40 CUC en las tiendas del Estado”, se lamenta la médico villaclareña.
La periodista hizo apuntes de otros precios en las tiendas estatales en moneda dura: pasta dental Pepsodent, 1.50 CUC el tubo; una batidora eléctrica, 113.60 CUC; un juego de sala (medio sofá y butaca), 597.35 CUC.
LA PIRÁMIDE INVERTIDA
En CUC se pagan también los teléfonos celulares y las tarifas por minuto. Incluso el precio de un peso convertible por una cerveza cubana Bucanero Fuerte, una suma razonable en muchos países por una cerveza, representa un día entero de trabajo para la Dra. M.
Es por eso que, cuatro días a la semana, cuando se supone que esté descansando de sus turnos de 24 horas en el cuerpo de guardia, ella maneja un taxi, el automóvil soviético que heredó de su padre. Procura recoger principalmente a turistas, y así se gana cada mes una suma equivalente a 15 de sus salarios.
Gorney dice que al fenómeno se le conoce en Cuba como "la pirámide invertida". Y recuerda que todo cubano que le repitió esa expresión lo hizo siempre con un tono de desesperación. Es la razón –agrega-- de que los jóvenes y ambiciosos se sigan yendo.
EL EXODO ¿SIN FIN?
Tras su regreso a Estados Unidos, la enviada de National Geographic trató de comunicarse con Eduardo, el taxista que le contó que esperaba irse pronto de Cuba en un bote rústico. No obtuvo respuesta en su móvil, y llamó entonces al hermano, establecido en México.
Este le confirmó que sí, que por fin se habían hecho a la mar, pero que tuvieron que regresar a remo a la costa, porque se les había descompuesto el timón del bote. Por suerte, nadie había sido arrestado.
El hermano de Eduardo también le contó que el joven de 35 años y su esposa decidieron que se quedarían un tiempo en el apartamento de su madre. Pero sólo hasta que él consiguiera ahorrar un poco de dinero (para volver a empezar).