A Paco, un anciano de bajos ingresos, a veces rezongón, pero en sentido general de buen carácter, solidario y servicial, me lo encontré arañando los comercios en busca de alimentos para él y ‘su vieja’. Lo conozco de cuando vivía más cerca, antes de que se mudara a un kilómetro de mi casa y sé que siempre le avisa a los vecinos cuando entra alguno de los insuficientes productos que el estado entiende que “nos toca” y que más bien parecen muestras, a los comercios para que no lo perdamos. Me dijo que al municipio de 10 de Octubre no ha llegado el pollo del mes de enero. Le mencioné que a Guanabo había entrado el 1 de febrero y pensó que quizás a su barriada le tocaría la buena fortuna para los siguientes días, pero hasta hoy no ha sido así.
Va a la carnicería a diario, pero no a comprar algo, sino porque ‘está cazando’ también el pollo que dan por pescado y que le dejó pediente el carnicero, pues se le acabó el que tenía para vender. O sea, que le deben la porción reglamentaria de carne de ave y el que suministran en lugar de pescado. ¿Cómo es posible, si en Cuba, la pequeña cuota que asignan por la cartilla de racionamiento la establecieron de acuerdo al número de consumidores? Por una deducción de matemática elemental, si la carnicería de Chicho tiene 200 libretas o cartillas y un total de 800 compradores, le corresponderá la cantidad normada del comestible para ese número de clientes. O sea, que está previsto que, aunque sea poco, pero que haya para todos. Entonces, ¿qué pasó con ‘la racioncita’ de pollo de Paco? ¿Cuál es la matemática carniceril que aplican en este caso?
Me alegó que le han hecho muchos reclamos al propio carnicero y en las entidades pertinentes, pero han sido ignorados. Parece que tanto pío pío que “no alcanza” para los usuarios, sí lo hace para salpicar a algunos funcionarios municipales. Me contó que a veces se presenta el camión con mercancía para descargar y que el propietario (codueño con el estado) de la carnicería donde “le toca” comprar está ausente disfrutando alguna intoxicación etílica, seguramente pagada con la venta de los productos robados y mal pesados a los consumidores.
Paco y su esposa, ambos pensionados y sin otras retribuciones económicas que la insuficiente jubilación que les extienden cada treinta días, no tienen descanso, pues se la pasan corriendo detrás de las minucias alimentarias que las autoridades les asignan por la libreta, pues no pueden permitirse comprarlos en las tiendas dolarizadas ni en la de precios “liberados” —excesivamente altos— en moneda nacional. Tienen más de setenta años y están pensando seriamente en volver a trabajar para no pasarse la vida «a pleno sol» de estreses y frustraciones. “¿Si no vamos a descansar, para qué nos jubilamos?”. «Esto no es vida», lo escucho quejarse en cada encuentro.
Publicado en el blog La Rosa Descalza el 12 de febrero del 2013
Va a la carnicería a diario, pero no a comprar algo, sino porque ‘está cazando’ también el pollo que dan por pescado y que le dejó pediente el carnicero, pues se le acabó el que tenía para vender. O sea, que le deben la porción reglamentaria de carne de ave y el que suministran en lugar de pescado. ¿Cómo es posible, si en Cuba, la pequeña cuota que asignan por la cartilla de racionamiento la establecieron de acuerdo al número de consumidores? Por una deducción de matemática elemental, si la carnicería de Chicho tiene 200 libretas o cartillas y un total de 800 compradores, le corresponderá la cantidad normada del comestible para ese número de clientes. O sea, que está previsto que, aunque sea poco, pero que haya para todos. Entonces, ¿qué pasó con ‘la racioncita’ de pollo de Paco? ¿Cuál es la matemática carniceril que aplican en este caso?
Me alegó que le han hecho muchos reclamos al propio carnicero y en las entidades pertinentes, pero han sido ignorados. Parece que tanto pío pío que “no alcanza” para los usuarios, sí lo hace para salpicar a algunos funcionarios municipales. Me contó que a veces se presenta el camión con mercancía para descargar y que el propietario (codueño con el estado) de la carnicería donde “le toca” comprar está ausente disfrutando alguna intoxicación etílica, seguramente pagada con la venta de los productos robados y mal pesados a los consumidores.
Paco y su esposa, ambos pensionados y sin otras retribuciones económicas que la insuficiente jubilación que les extienden cada treinta días, no tienen descanso, pues se la pasan corriendo detrás de las minucias alimentarias que las autoridades les asignan por la libreta, pues no pueden permitirse comprarlos en las tiendas dolarizadas ni en la de precios “liberados” —excesivamente altos— en moneda nacional. Tienen más de setenta años y están pensando seriamente en volver a trabajar para no pasarse la vida «a pleno sol» de estreses y frustraciones. “¿Si no vamos a descansar, para qué nos jubilamos?”. «Esto no es vida», lo escucho quejarse en cada encuentro.
Publicado en el blog La Rosa Descalza el 12 de febrero del 2013