Cada momento que pasa se hace más imperiosa la necesidad para que los cubanos puedan finalmente llegar a disfrutar de una democracia que permita el total y absoluto disenso, esa democracia que permitirá la batalla de los aparentemente irreconciliables, el blanco y el negro, esos dos que tratan de llegar a una entente, ya sea en la arena política o bien en los medios de comunicación.
Realmente a veces el ruido de las democracias, en las que todo el mundo tiene el permiso de hablar, acaba resultando un tanto agotador, pero es sin lugar a dudas mil veces mejor agotarse y quedar rendido defendiendo tu opinión que no permanecer encerrado y ensimismado tras las rejas de un régimen vampírico, en el que son otros los que hablan y deciden por ti, que te dan instrucciones diciéndote lo que tienes que hacer.
Nadie podrá ahorrarse el desacuerdo, pero para ser auténticos demócratas hay que ser también personas generosas con los demás, tan generoso incluso de aceptar que el otro tiene su derecho a expresarse en sentido diametralmente opuesto al tuyo. Porque al fin y al cabo cualquier organización social, sistema, ideología o religión que no tenga en cuenta la diferencia, que no respete y acepte lo distinto, es una organización social, sistema, ideología o religión por la que no vale la pena luchar.
Es por esto que el castrismo y todo lo que actúe bajo el mismo patrón me parece una insana locura, que juega con el desprecio hacia el ser humano (de ahí lo de “gusanos” y los insultos dedicados al oponente) y el miedo, porque saben que es un sentimiento que tiene un poderoso efecto paralizante. Que congela. Llegar a controlar los resortes que activan el miedo de los otros es la clave para mantener cualquier llave de poder.
Día a día la cuestión cubana nos asalta con nuevas polémicas, los posicionamientos son diversos, no hay un consenso en variados temas, pero tampoco existe un Estado que articule esa diversidad, ni una prensa editada en el país que se haga eco de las opiniones y pronunciamientos.
Cuba sigue siendo un país de partido único, ideología única y dueños únicos. Dentro de dos días, el 23 de febrero, se cumplirá el tercer aniversario de la muerte de Orlando Zapata Tamayo, una muerte que generó una ola mundial de rechazo al régimen. Tres años después, el régimen sigue ahí, la Constitución y leyes cubanas siguen siendo ese monumento a la maldad, y solo ha habido unos pequeños ajustes. El tablero es el mismo, pero las piezas han sido reubicadas. El orden de los factores no altera el resultado, porque a pesar de todos los “cambios”, Cuba, dictadura se queda.
Sin pasos decididos hacia un cambio real parece imposible que los cubanos puedan encontrar la paz. La dictadura permanecerá y a favor suyo jugará el odio y el rencor y Cuba seguirá siendo aquel país aislado que desde mediados del siglo XX jamás tuvo la oportunidad de vivir en libertad. Se impone reflexionar sobre qué es vivir la democracia. Pienso que hay que amar mucho la propia libertad para ser consciente de lo importante que puede ser la defensa de los principios democráticos, por muy idealista y naïf que pueda sonar todo. No nacemos demócratas y no lo somos todo el tiempo.
Porque todos podemos sorprendernos en cualquier momento del día adoptando actitudes para nada democráticas y hay que tener valor para reconocerse a uno mismo en esas actitudes erróneas, que precisamente boicotean todos nuestros anhelos de libertad. Parar y pensar en ese momento, qué es lo más acertado, qué es lo más justo. Dejar de vociferar.
Realmente a veces el ruido de las democracias, en las que todo el mundo tiene el permiso de hablar, acaba resultando un tanto agotador, pero es sin lugar a dudas mil veces mejor agotarse y quedar rendido defendiendo tu opinión que no permanecer encerrado y ensimismado tras las rejas de un régimen vampírico, en el que son otros los que hablan y deciden por ti, que te dan instrucciones diciéndote lo que tienes que hacer.
Nadie podrá ahorrarse el desacuerdo, pero para ser auténticos demócratas hay que ser también personas generosas con los demás, tan generoso incluso de aceptar que el otro tiene su derecho a expresarse en sentido diametralmente opuesto al tuyo. Porque al fin y al cabo cualquier organización social, sistema, ideología o religión que no tenga en cuenta la diferencia, que no respete y acepte lo distinto, es una organización social, sistema, ideología o religión por la que no vale la pena luchar.
Es por esto que el castrismo y todo lo que actúe bajo el mismo patrón me parece una insana locura, que juega con el desprecio hacia el ser humano (de ahí lo de “gusanos” y los insultos dedicados al oponente) y el miedo, porque saben que es un sentimiento que tiene un poderoso efecto paralizante. Que congela. Llegar a controlar los resortes que activan el miedo de los otros es la clave para mantener cualquier llave de poder.
Día a día la cuestión cubana nos asalta con nuevas polémicas, los posicionamientos son diversos, no hay un consenso en variados temas, pero tampoco existe un Estado que articule esa diversidad, ni una prensa editada en el país que se haga eco de las opiniones y pronunciamientos.
Cuba sigue siendo un país de partido único, ideología única y dueños únicos. Dentro de dos días, el 23 de febrero, se cumplirá el tercer aniversario de la muerte de Orlando Zapata Tamayo, una muerte que generó una ola mundial de rechazo al régimen. Tres años después, el régimen sigue ahí, la Constitución y leyes cubanas siguen siendo ese monumento a la maldad, y solo ha habido unos pequeños ajustes. El tablero es el mismo, pero las piezas han sido reubicadas. El orden de los factores no altera el resultado, porque a pesar de todos los “cambios”, Cuba, dictadura se queda.
Sin pasos decididos hacia un cambio real parece imposible que los cubanos puedan encontrar la paz. La dictadura permanecerá y a favor suyo jugará el odio y el rencor y Cuba seguirá siendo aquel país aislado que desde mediados del siglo XX jamás tuvo la oportunidad de vivir en libertad. Se impone reflexionar sobre qué es vivir la democracia. Pienso que hay que amar mucho la propia libertad para ser consciente de lo importante que puede ser la defensa de los principios democráticos, por muy idealista y naïf que pueda sonar todo. No nacemos demócratas y no lo somos todo el tiempo.
Porque todos podemos sorprendernos en cualquier momento del día adoptando actitudes para nada democráticas y hay que tener valor para reconocerse a uno mismo en esas actitudes erróneas, que precisamente boicotean todos nuestros anhelos de libertad. Parar y pensar en ese momento, qué es lo más acertado, qué es lo más justo. Dejar de vociferar.