Coincido a medias. No hay un líder. Existen varios. Desde los veteranos Oscar Elías Biscet y Martha Beatriz Roque, pasando por los de barricada como José Luis García Pérez, más conocido por Antúnez, y José Daniel Ferrer, hasta los de incorporación reciente, como Antonio Rodiles, Eliécer Ávila o Yoani Sánchez.
El asunto es que estos viejos o nuevos disidentes no son conocidos dentro de Cuba. Al margen de su escasa capacidad para aglutinar y movilizar personas o de que su discurso no convenza a muchos cubanos, hastiados del añejo e ineficaz gobierno de los hermanos Castro, la política de descrédito y hostigamiento aplicadas por los tipos duros de la inteligencia, ha convertido a opositores, activistas de derechos humanos, periodistas independientes y blogueros alternativos, en perfectos desconocidos dentro de su propia patria.
Fidel Castro ha sido hábil en su guerra contra la disidencia. No solo ha matado el mensaje, también ha vuelto invisible al mensajero. Nadie mejor que él para conocer la fuerza de lo pequeño. El barbudo conquistó el poder, entre otros factores históricos y políticos de la Cuba de los 50, con una tropa de 82 soldados amateurs, algunos con fusiles destinados a la cacería de torcazas.
Cuando el 2 de diciembre de 1956 desembarcó en Alegría de Pío, la aviación del dictador Fulgencio Batista hizo una práctica de tiro al blanco con la inexperta guerrilla. Solamente quedaron 7 fusiles y 12 hombres. Con ellos, Fidel Castro llevó a cabo su revolución. En enero de 1959, el Ejército Rebelde no superaba los 2 mil soldados.
El Movimiento 26 de Julio, especializado en atentados y secuestros, tenía aún menos miembros. Probablemente la disidencia pacífica cubana supere en número de afiliados al Ejército Rebelde y al Movimiento 26 de Julio juntos.
Sucede que no tienen un espacio en los medios nacionales donde puedan difundir sus doctrinas y programas políticos. El régimen ha sabido ganarle el pulso a la oposición interna en su labor de captar la atención de los cubanos en la isla.
Disidentes, periodistas independientes y blogueros son muy conocidos en el exterior, pero ni siquiera son conocidos por los vecinos de su cuadra e incluso, de su edificio. Una desconexión fatal. Y tal vez ese vecino con el cual no cruzan un saludo ni una palabra, tenga puntos de coincidencia con el suyo.
Indague por las calles de la capital y provincias, y comprobará que la población no solo quiere reformas económicas. Desea más. Cambios políticos y libertades civiles, de prensa y de asociación. También son mayoría los ciudadanos frustrados por la pésima administración de los Castro en estos 54 años.
La gente está cansada. Del pretexto del embargo, que es real, de las promesas y mentiras de los gobernantes y la falta de futuro. El socialismo de corte soviético -o del siglo 21-, que intenta vendernos Raúl Castro, no trae aparejado salarios mejores salarios, una sola moneda, comida abundante o una casa decente.
En verdad, los cubanos comunes y corrientes sintonizan más con el discurso de la oposición. Pero, según yo lo veo, por un error estratégico, la disidencia prefiere ofrecer sus peroratas de cambio y respeto por los derechos humanos, a medios de la Florida o Madrid, antes que salir a gastar la suela de los zapatos y hacer una labor proselitista entre sus vecinos, amigos y familiares.
Se puede entender que un periodista independiente o un bloguero alternativo no se conozca dentro de Cuba, porque escriben y publican en internet. Y aunque es bajo el porcentaje de los cubanos con acceso libre a la red, dentro de la isla a internet le han puesto un grueso candado chino: el flujo informativo es controlado con mano de hierro por los talibanes ideológicos.
Los opositores y activistas de derechos humanos debieran tratar de ganar adeptos en sus barriadas. Existe una posición de acomodamiento en un sector de la disidencia. Prefieren ser ‘famosos’ en el extranjero, que tener seguidores en su país. El riesgo siempre será el mismo. En el aire de la República flota una ley que te puede condenar a 20 años de cárcel o más, si realizas una función que el gobierno considere subversiva.
La lista del presidio político cubano es inacabable. Si hagas lo que hagas puedes ir a prisión, no comprendo por qué algunos disidentes prefieren dar declaraciones a la prensa extranjera que charlar con los marginales o los olvidados de solares y chabolas cercanas a su domicilio.
Uno puede estar de acuerdo o no con los diferentes líderes de la disidencia cubana. Pero siento que se puede hacer más. Se supone que en un lustro terminen 59 años de gobierno autocrático capitaneado por los Castro Ruiz.
Siempre un cambio político, aunque sea una sucesión, es un reto para mover fichas. Lech Walesa o Václav Havel no fueron líderes populares en la Europa del Este comunista por estar leyendo panfletos por Radio Europa Libre.
Hicieron lo suyo. Consolidando espacios entre los obreros de un astillero polaco o dentro de un sector importante de intelectuales checos. Aprendamos de ellos.
Es importante emitir mensajes y comunicados a la prensa foránea y gestar manifiestos y proclamas que exijan democracia. Pero se debe buscar una ruta, una vía, para que la gente de a pie interactúe con la disidencia. Ellos no son nuestros enemigos. Todo lo contrario. Debemos mirar un poco más hacia dentro.
Publicado en Diario Las Américas el 4 de marzo del 2013
El asunto es que estos viejos o nuevos disidentes no son conocidos dentro de Cuba. Al margen de su escasa capacidad para aglutinar y movilizar personas o de que su discurso no convenza a muchos cubanos, hastiados del añejo e ineficaz gobierno de los hermanos Castro, la política de descrédito y hostigamiento aplicadas por los tipos duros de la inteligencia, ha convertido a opositores, activistas de derechos humanos, periodistas independientes y blogueros alternativos, en perfectos desconocidos dentro de su propia patria.
Fidel Castro ha sido hábil en su guerra contra la disidencia. No solo ha matado el mensaje, también ha vuelto invisible al mensajero. Nadie mejor que él para conocer la fuerza de lo pequeño. El barbudo conquistó el poder, entre otros factores históricos y políticos de la Cuba de los 50, con una tropa de 82 soldados amateurs, algunos con fusiles destinados a la cacería de torcazas.
Cuando el 2 de diciembre de 1956 desembarcó en Alegría de Pío, la aviación del dictador Fulgencio Batista hizo una práctica de tiro al blanco con la inexperta guerrilla. Solamente quedaron 7 fusiles y 12 hombres. Con ellos, Fidel Castro llevó a cabo su revolución. En enero de 1959, el Ejército Rebelde no superaba los 2 mil soldados.
El Movimiento 26 de Julio, especializado en atentados y secuestros, tenía aún menos miembros. Probablemente la disidencia pacífica cubana supere en número de afiliados al Ejército Rebelde y al Movimiento 26 de Julio juntos.
Sucede que no tienen un espacio en los medios nacionales donde puedan difundir sus doctrinas y programas políticos. El régimen ha sabido ganarle el pulso a la oposición interna en su labor de captar la atención de los cubanos en la isla.
Disidentes, periodistas independientes y blogueros son muy conocidos en el exterior, pero ni siquiera son conocidos por los vecinos de su cuadra e incluso, de su edificio. Una desconexión fatal. Y tal vez ese vecino con el cual no cruzan un saludo ni una palabra, tenga puntos de coincidencia con el suyo.
Indague por las calles de la capital y provincias, y comprobará que la población no solo quiere reformas económicas. Desea más. Cambios políticos y libertades civiles, de prensa y de asociación. También son mayoría los ciudadanos frustrados por la pésima administración de los Castro en estos 54 años.
La gente está cansada. Del pretexto del embargo, que es real, de las promesas y mentiras de los gobernantes y la falta de futuro. El socialismo de corte soviético -o del siglo 21-, que intenta vendernos Raúl Castro, no trae aparejado salarios mejores salarios, una sola moneda, comida abundante o una casa decente.
En verdad, los cubanos comunes y corrientes sintonizan más con el discurso de la oposición. Pero, según yo lo veo, por un error estratégico, la disidencia prefiere ofrecer sus peroratas de cambio y respeto por los derechos humanos, a medios de la Florida o Madrid, antes que salir a gastar la suela de los zapatos y hacer una labor proselitista entre sus vecinos, amigos y familiares.
Se puede entender que un periodista independiente o un bloguero alternativo no se conozca dentro de Cuba, porque escriben y publican en internet. Y aunque es bajo el porcentaje de los cubanos con acceso libre a la red, dentro de la isla a internet le han puesto un grueso candado chino: el flujo informativo es controlado con mano de hierro por los talibanes ideológicos.
Los opositores y activistas de derechos humanos debieran tratar de ganar adeptos en sus barriadas. Existe una posición de acomodamiento en un sector de la disidencia. Prefieren ser ‘famosos’ en el extranjero, que tener seguidores en su país. El riesgo siempre será el mismo. En el aire de la República flota una ley que te puede condenar a 20 años de cárcel o más, si realizas una función que el gobierno considere subversiva.
La lista del presidio político cubano es inacabable. Si hagas lo que hagas puedes ir a prisión, no comprendo por qué algunos disidentes prefieren dar declaraciones a la prensa extranjera que charlar con los marginales o los olvidados de solares y chabolas cercanas a su domicilio.
Uno puede estar de acuerdo o no con los diferentes líderes de la disidencia cubana. Pero siento que se puede hacer más. Se supone que en un lustro terminen 59 años de gobierno autocrático capitaneado por los Castro Ruiz.
Siempre un cambio político, aunque sea una sucesión, es un reto para mover fichas. Lech Walesa o Václav Havel no fueron líderes populares en la Europa del Este comunista por estar leyendo panfletos por Radio Europa Libre.
Hicieron lo suyo. Consolidando espacios entre los obreros de un astillero polaco o dentro de un sector importante de intelectuales checos. Aprendamos de ellos.
Es importante emitir mensajes y comunicados a la prensa foránea y gestar manifiestos y proclamas que exijan democracia. Pero se debe buscar una ruta, una vía, para que la gente de a pie interactúe con la disidencia. Ellos no son nuestros enemigos. Todo lo contrario. Debemos mirar un poco más hacia dentro.
Publicado en Diario Las Américas el 4 de marzo del 2013