Viejos reclamos territoriales, generalmente ligados a la herencia española inmediata a la independencia, matizan el quehacer político latinoamericano, renovando prácticas de antaño en nuevas circunstancias históricas. Basta un simple examen geográfico e histórico para comprobar que tenemos tela por donde cortar.
El líder cubano Fidel Castro envió una carta de aliento al Presidente Evo Morales con motivo del Día del Mar en Bolivia, país que perdió el acceso al Océano Pacífico tras una guerra con Chile hace más de cien años. Días atrás, la Presidenta de Argentina, Cristina Fernández, solicitó al nuevo Papa su mediación en el diferendo territorial que sostiene su país con Gran Bretaña en relación a las Malvinas.
Los casos anteriores tienen como denominador común el despojo territorial, ligado al poder de la entonces llamada por España, “pérfida Albión”, refiriéndose al sostenido empuje británico para conquistar territorios allende sus mares. Los ingleses apoyaron a Chile en la guerra contra los bolivianos, debido a sus importantes inversiones mineras en el desierto de Atacama. En cuanto a las Islas bautizadas por ellos Falkland, se trataba de la interferencia del recién creado estado argentino en la entonces lucrativa pesca de ballenas.
Otros conflictos territoriales están más o menos dormidos, pero no olvidados, como el de Venezuela contra Guyana por las dos terceras partes de esta república de habla inglesa, área conocida como El Esequibo. Basta decir que la constitución venezolana considera el territorio reclamado como parte inalienable de su país.
Apartándonos de los anglosajones dominantes, costarricenses y nicaragüenses llegaron hasta el Tribunal de La Haya, dirimiendo la jurisdicción sobre el Río San Juan, importante arteria comercial que pudiera convertirse en una alternativa al Canal de Panamá. Nos queda México, que al parecer, apelando al sentido común, olvidó su querella histórica con los Estados Unidos.
En todos los casos antes citados y otros más que pudieran agregarse, hay denominadores comunes. Las tajadas territoriales fueron enormes, California representa algo más que la actual Francia y Texas tanto como España. La Atacama boliviana o el Esequibo venezolano superan ampliamente el área geográfica de Cuba.
Excepto el conflicto en torno al río San Juan, las regiones robadas estaban escasamente pobladas por parte del país perdedor, lejos de su centro administrativo y marcadas las fronteras como una herencia del imperio colonial español, inoperante y en crisis al momento de la independencia. El despojo se efectuó durante los años posteriores a la creación del nuevo estado y siempre intervino una Potencia, entonces Inglaterra era la más poderosa del mundo.
Cualquiera de los conflictos enumerados tiene siglo y medio de existencia, tal parece que no encontrarán solución si se trata de devolver lo robado, luego de tanto tiempo. Evidentemente California es hoy muy norteamericana y hasta los millones de inmigrante mexicanos allí establecidos votarían por mantener el actual estatus. Algo similar ocurre con los guyaneses en su Esequibo o los chilenos en Antofagasta y el desierto de Atacama.
Las Malvinas o Falkland, como indistintamente se mencionan, cuentan apenas con unos tres mil pobladores en más de doce mil kilómetros cuadrados, el noventa y ocho por ciento de ellos anglosajones. De recuperar lo que es hoy un territorio de ultramar para el Reino Unido, Argentina tendría que repoblar las islas.
¿A qué vienen estos reclamos después de tantos años? Encontrar soluciones prácticas, como ofreció el alto tribunal radicado en Holanda para el caso del río San Juan, es una lógica posible y deseable. Sobre todo en el caso de Bolivia, puede resolverse definitivamente la libre salida al mar, sin que Chile por ello entregue territorios. Los argentinos pudieran tener acceso a las Malvinas y sus recursos naturales sin perder los ingleses la jurisdicción sobre las islas. Algo similar puede pactarse en torno a los bosques inmensos del Esequibo.
Sin embargo, pretender que un estado devuelva parte de su geografía, administrada desde hace ciento cincuenta años, poblada por sus habitantes y asimilada a su cultura, me parece una reclamación carente de sentido común aún cuando la historia refrende plenamente que se trató de un despojo.
Por el camino de reclamar lo sucedido siglos atrás llegaríamos hasta los comienzos mismos de la civilización, tal y como sucede en el Oriente Medio, sin encontrar una salida a los enfrentamientos, cada día más violentos.
En África encontraron una fórmula salomónica cuando los recién estrenados estados independientes crearon la Organización de la Unidad Africana-OUA-, sencillamente acordaron respetar las fronteras heredadas del colonialismo.
Los africanos no han podido hacer cumplir en la práctica el sabio principio acordado, pero resulta, de hecho, la única solución práctica posible. América Latina muestra un desarrollo económico, cultural y político muy superior al de la desdichada África, por tanto, podemos evitar los reclamos absurdos y avanzar hacia el futuro.
Evidentemente los latinoamericanos no estamos para blasonar armas, mejor es poner fin a la pobreza, administrando racionalmente los recursos naturales, ofreciendo solidaridad y compartiendo nuestra geografía. Por el momento los reclamos territoriales quedan como un ejercicio mediático para despertar el patriotismo o entretener a los uniformados, cuyo protagonismo político parece felizmente desterrado de nuestra realidad.
El líder cubano Fidel Castro envió una carta de aliento al Presidente Evo Morales con motivo del Día del Mar en Bolivia, país que perdió el acceso al Océano Pacífico tras una guerra con Chile hace más de cien años. Días atrás, la Presidenta de Argentina, Cristina Fernández, solicitó al nuevo Papa su mediación en el diferendo territorial que sostiene su país con Gran Bretaña en relación a las Malvinas.
Los casos anteriores tienen como denominador común el despojo territorial, ligado al poder de la entonces llamada por España, “pérfida Albión”, refiriéndose al sostenido empuje británico para conquistar territorios allende sus mares. Los ingleses apoyaron a Chile en la guerra contra los bolivianos, debido a sus importantes inversiones mineras en el desierto de Atacama. En cuanto a las Islas bautizadas por ellos Falkland, se trataba de la interferencia del recién creado estado argentino en la entonces lucrativa pesca de ballenas.
Otros conflictos territoriales están más o menos dormidos, pero no olvidados, como el de Venezuela contra Guyana por las dos terceras partes de esta república de habla inglesa, área conocida como El Esequibo. Basta decir que la constitución venezolana considera el territorio reclamado como parte inalienable de su país.
Apartándonos de los anglosajones dominantes, costarricenses y nicaragüenses llegaron hasta el Tribunal de La Haya, dirimiendo la jurisdicción sobre el Río San Juan, importante arteria comercial que pudiera convertirse en una alternativa al Canal de Panamá. Nos queda México, que al parecer, apelando al sentido común, olvidó su querella histórica con los Estados Unidos.
En todos los casos antes citados y otros más que pudieran agregarse, hay denominadores comunes. Las tajadas territoriales fueron enormes, California representa algo más que la actual Francia y Texas tanto como España. La Atacama boliviana o el Esequibo venezolano superan ampliamente el área geográfica de Cuba.
Excepto el conflicto en torno al río San Juan, las regiones robadas estaban escasamente pobladas por parte del país perdedor, lejos de su centro administrativo y marcadas las fronteras como una herencia del imperio colonial español, inoperante y en crisis al momento de la independencia. El despojo se efectuó durante los años posteriores a la creación del nuevo estado y siempre intervino una Potencia, entonces Inglaterra era la más poderosa del mundo.
Cualquiera de los conflictos enumerados tiene siglo y medio de existencia, tal parece que no encontrarán solución si se trata de devolver lo robado, luego de tanto tiempo. Evidentemente California es hoy muy norteamericana y hasta los millones de inmigrante mexicanos allí establecidos votarían por mantener el actual estatus. Algo similar ocurre con los guyaneses en su Esequibo o los chilenos en Antofagasta y el desierto de Atacama.
Las Malvinas o Falkland, como indistintamente se mencionan, cuentan apenas con unos tres mil pobladores en más de doce mil kilómetros cuadrados, el noventa y ocho por ciento de ellos anglosajones. De recuperar lo que es hoy un territorio de ultramar para el Reino Unido, Argentina tendría que repoblar las islas.
¿A qué vienen estos reclamos después de tantos años? Encontrar soluciones prácticas, como ofreció el alto tribunal radicado en Holanda para el caso del río San Juan, es una lógica posible y deseable. Sobre todo en el caso de Bolivia, puede resolverse definitivamente la libre salida al mar, sin que Chile por ello entregue territorios. Los argentinos pudieran tener acceso a las Malvinas y sus recursos naturales sin perder los ingleses la jurisdicción sobre las islas. Algo similar puede pactarse en torno a los bosques inmensos del Esequibo.
Sin embargo, pretender que un estado devuelva parte de su geografía, administrada desde hace ciento cincuenta años, poblada por sus habitantes y asimilada a su cultura, me parece una reclamación carente de sentido común aún cuando la historia refrende plenamente que se trató de un despojo.
Por el camino de reclamar lo sucedido siglos atrás llegaríamos hasta los comienzos mismos de la civilización, tal y como sucede en el Oriente Medio, sin encontrar una salida a los enfrentamientos, cada día más violentos.
En África encontraron una fórmula salomónica cuando los recién estrenados estados independientes crearon la Organización de la Unidad Africana-OUA-, sencillamente acordaron respetar las fronteras heredadas del colonialismo.
Los africanos no han podido hacer cumplir en la práctica el sabio principio acordado, pero resulta, de hecho, la única solución práctica posible. América Latina muestra un desarrollo económico, cultural y político muy superior al de la desdichada África, por tanto, podemos evitar los reclamos absurdos y avanzar hacia el futuro.
Evidentemente los latinoamericanos no estamos para blasonar armas, mejor es poner fin a la pobreza, administrando racionalmente los recursos naturales, ofreciendo solidaridad y compartiendo nuestra geografía. Por el momento los reclamos territoriales quedan como un ejercicio mediático para despertar el patriotismo o entretener a los uniformados, cuyo protagonismo político parece felizmente desterrado de nuestra realidad.