Muchos de ustedes recordarán lo ocurrido en nuestro país en el verano del 89, me refiero a aquellos juicios, que el ingenio popular, bautizó, por el rango de sus actuantes y actores, “Show de Tropicana bajo las estrellas, primera y segunda parte”. Durante aquellos acontecimientos tan sórdidos y oscuros, en ciertos círculos de poder comenzó a ganar espacio un refrán que marcó mi vida: “De lo que escuches no creas nada; y de lo que veas, si acaso la mitad”.
Precisamente por ello, es que hoy, a una distancia de casi tres años, y más de 90 millas, me cuesta aceptar los diferentes discursos que llegan de la isla describiendo una actualidad que habla mucho y dice poco.
¿Podemos atestiguar que las modificaciones a la ley migratoria flexibilizaron la entrada y salida al país de los ciudadanos cubanos? Algunos sostienen que sí; pero hace tan sólo unos días el cónsul cubano en Moscú, por órdenes de La Habana negó el permiso de viaje a un señor septuagenario que, al sentirse destruido, en un email me escribió: “….sigo impedido de entrar a mi bella isla, sigo privado de abrazar a mis tres hijos y conocer a mis tres nietos que nacieron durante estos 7 años que llevo de prohibición de entrada a Cuba.”
¿Por qué creerle entonces a los extremos? Es muy cierto, el gobierno de la isla está necesitando un cambio, pero eso no quiere decir que esté asfixiado o muriendo; más bien se renueva, muy a nuestro pesar. El abuso y las amenazas no es ni remotamente una prueba de estar perdiendo el poder.
Jueces, fiscales y abogados en ejercicio de su profesión, aseguran que la violencia popular aumenta, grupos irregulares comienzan a tomar las calles con relativa impunidad, y que el tema de la corrupción superó los límites del desempleo; pero claro, debido al divino abolengo de innombrados implicados en delitos de malversación, la Fiscalía General de la República de Cuba, que como misión institucional lleva proteger el orden político y jurídico del Estado y la Sociedad, ordenó sobreseer más de tres mil expedientes. Cifra perturbadora.
El país no parece andar bien y no da señales visibles que pudiéramos tomar como económicamente favorables; sin embargo, algunos amigos funcionarios, no apasionados, que ocupan puestos importantes en la administración central del Estado, aseguran que aunque el peso de la industria en el impacto de la economía cubana ha desaparecido, se está recuperando y las predicciones turísticas van al alza.
Es difícil comprender desde los Estados Unidos a esos tantísimos artistas, científicos, campesinos, amas de casa y obreros que como propósito de vida solo tienen el resolver su día a día, y sin pertenecer a ningún bando, ya sean Montescos o Capuletos, expresan visualizar un ligero crecimiento personal, y un sutil despertar del respeto a la libertad individual.
Por el momento me parece que alucinan; no me interesa convertirme en eco de ilusos ni de frustrados, de optimistas o pesimistas, de súbditos o convencidos. Hay ciertos acontecimientos que logran cambiarnos el rumbo y, como decía mi abuela, en el autobús de la vida todos somos pasajeros, hasta el chofer.
Estoy escéptico, lamentablemente la distancia distorsiona el acontecer. De preferencia Santo Tomás, ver para creer. Y como así andan las cosas, quiero constatarlo en primera persona del singular, entonces pediré el absurdo pero establecido permiso y les contaré.
Precisamente por ello, es que hoy, a una distancia de casi tres años, y más de 90 millas, me cuesta aceptar los diferentes discursos que llegan de la isla describiendo una actualidad que habla mucho y dice poco.
¿Podemos atestiguar que las modificaciones a la ley migratoria flexibilizaron la entrada y salida al país de los ciudadanos cubanos? Algunos sostienen que sí; pero hace tan sólo unos días el cónsul cubano en Moscú, por órdenes de La Habana negó el permiso de viaje a un señor septuagenario que, al sentirse destruido, en un email me escribió: “….sigo impedido de entrar a mi bella isla, sigo privado de abrazar a mis tres hijos y conocer a mis tres nietos que nacieron durante estos 7 años que llevo de prohibición de entrada a Cuba.”
¿Por qué creerle entonces a los extremos? Es muy cierto, el gobierno de la isla está necesitando un cambio, pero eso no quiere decir que esté asfixiado o muriendo; más bien se renueva, muy a nuestro pesar. El abuso y las amenazas no es ni remotamente una prueba de estar perdiendo el poder.
Jueces, fiscales y abogados en ejercicio de su profesión, aseguran que la violencia popular aumenta, grupos irregulares comienzan a tomar las calles con relativa impunidad, y que el tema de la corrupción superó los límites del desempleo; pero claro, debido al divino abolengo de innombrados implicados en delitos de malversación, la Fiscalía General de la República de Cuba, que como misión institucional lleva proteger el orden político y jurídico del Estado y la Sociedad, ordenó sobreseer más de tres mil expedientes. Cifra perturbadora.
El país no parece andar bien y no da señales visibles que pudiéramos tomar como económicamente favorables; sin embargo, algunos amigos funcionarios, no apasionados, que ocupan puestos importantes en la administración central del Estado, aseguran que aunque el peso de la industria en el impacto de la economía cubana ha desaparecido, se está recuperando y las predicciones turísticas van al alza.
Es difícil comprender desde los Estados Unidos a esos tantísimos artistas, científicos, campesinos, amas de casa y obreros que como propósito de vida solo tienen el resolver su día a día, y sin pertenecer a ningún bando, ya sean Montescos o Capuletos, expresan visualizar un ligero crecimiento personal, y un sutil despertar del respeto a la libertad individual.
Por el momento me parece que alucinan; no me interesa convertirme en eco de ilusos ni de frustrados, de optimistas o pesimistas, de súbditos o convencidos. Hay ciertos acontecimientos que logran cambiarnos el rumbo y, como decía mi abuela, en el autobús de la vida todos somos pasajeros, hasta el chofer.
Estoy escéptico, lamentablemente la distancia distorsiona el acontecer. De preferencia Santo Tomás, ver para creer. Y como así andan las cosas, quiero constatarlo en primera persona del singular, entonces pediré el absurdo pero establecido permiso y les contaré.