Desde lejos se siente el golpe dum, dum… dum. El brazo se eleva sosteniendo un palo grueso y liso, para después caer con fuerza sobre la sábana retorcida. La espuma jabonosa explota con cada golpe y de la tela sale un agua blanca que se mezcla con la del río. Es muy temprano, apenas si ha salido el sol y ya las tendederas esperan por la ropa húmeda que deberá secarse durante la mañana. La mujer está exhausta. Desde que era una adolescente lava así su indumentaria y la de su familia. ¿Qué otra opción tendría? En aquel pueblito perdido en una montaña del oriente, todas sus vecinas lo hacen igual. A veces cuando duerme, su cuerpo se mueve inquieto en la cama y repite el amago de un movimiento: sube… baja… dum… dum… dum.
Por estos días al hablar de la emancipación femenina en Cuba se nos trata de persuadir de su alcance, mostrando las cifras de mujeres en el parlamento. Se habla también –en los medios más oficiales- de cuántas han logrado escalar puesto administrativos, estar al frente de una institución, un centro científico o una empresa. Sin embargo, muy poco se dice del sacrificio que significa para ellas congeniar estas funciones con la abultada agenda doméstica y con las precariedades materiales. Sólo hay que mirar el rostro de las que superan los cuarenta años, para notar ese rictus de labios curvados hacia abajo común en tantas cubanas. Es la marca que deja una cotidianidad donde una buena parte del tiempo hay que dedicarla a tareas agobiantes y repetitivas. Una de ellas lavar la ropa, que muchas compatriotas realizan -al menos un par de veces por semana- a mano y en condiciones muy difíciles. Algunas ni siquiera tienen agua corriente en sus casas.
En un país donde una lavadora cuesta el salario de todo un año de trabajo, no puede hablarse de emancipación femenina. Frente a la batea y al cepillo, o a la caldera con pañales de bebé que borbotea sobre la leña, miles de féminas pasan muchas horas de su vida. La situación se vuelve más difícil si nos alejamos de la capital y observamos las manos de esas mujeres que mantienen limpios, con la fuerza de sus dedos, las camisas, los pantalones y hasta los uniformes militares de sus familiares. Son manos nudosas, manchadas de blanco por el jabón o el detergente en los que se sumergen por horas. Manos que desmienten las estadísticas sobre emancipación y las fabricadas cuotas de género, con que se nos intenta convencer de lo contrario.
Por estos días al hablar de la emancipación femenina en Cuba se nos trata de persuadir de su alcance, mostrando las cifras de mujeres en el parlamento. Se habla también –en los medios más oficiales- de cuántas han logrado escalar puesto administrativos, estar al frente de una institución, un centro científico o una empresa. Sin embargo, muy poco se dice del sacrificio que significa para ellas congeniar estas funciones con la abultada agenda doméstica y con las precariedades materiales. Sólo hay que mirar el rostro de las que superan los cuarenta años, para notar ese rictus de labios curvados hacia abajo común en tantas cubanas. Es la marca que deja una cotidianidad donde una buena parte del tiempo hay que dedicarla a tareas agobiantes y repetitivas. Una de ellas lavar la ropa, que muchas compatriotas realizan -al menos un par de veces por semana- a mano y en condiciones muy difíciles. Algunas ni siquiera tienen agua corriente en sus casas.
En un país donde una lavadora cuesta el salario de todo un año de trabajo, no puede hablarse de emancipación femenina. Frente a la batea y al cepillo, o a la caldera con pañales de bebé que borbotea sobre la leña, miles de féminas pasan muchas horas de su vida. La situación se vuelve más difícil si nos alejamos de la capital y observamos las manos de esas mujeres que mantienen limpios, con la fuerza de sus dedos, las camisas, los pantalones y hasta los uniformes militares de sus familiares. Son manos nudosas, manchadas de blanco por el jabón o el detergente en los que se sumergen por horas. Manos que desmienten las estadísticas sobre emancipación y las fabricadas cuotas de género, con que se nos intenta convencer de lo contrario.