El pasado viernes 17 de mayo, fui conducido a la celda de castigo.
En la mañana, me visitaron el Director del penal, Teniente Coronel Reinaldo Villarrueta Vargas, el Jefe Interior, Mayor Erasmo, y un Primer Teniente, fungiendo como Oficial de Guardia.
Me sacaron de la celda y me avisaron que requisarían mis pertenencias. Lo que buscaban no era cualquier cosa si no mis escritos, cartas, en definitiva, querían las denuncias, los futuros posts.
Ante mi silencio, hurgaron con un afán exquisito, papel tras papel. El poder les permite el abuso. Leyeron mis cartas personales, de mi familia y amigos transmitiéndome fuerzas.
Algunas cartas fueron decomisadas, la de mi hija, la de mi hermana, la de un masón, todas las de Antonio Rodiles y algunas otras de reclusos que me escribieron desde otras barracas de la 1580.
-¡Le escriben muchos reclusos! – comentó el Director.
-Gente que no sabe cómo aliviar sus dolores – le respondí.
Continuaron hurgando, leyeron detenidamente hasta lo que una niña de 15 años me contaba de su vida, de sus excelentes notas académicas y que me aseguraba estar muy orgullosa de mí.
-Ya he leído tus denuncias de que aquí se tortura- volvió a decirme el Director.
-Por supuesto -respondí-, aquí las golpizas son brutales, he visto golpear diez guardias a un hombre esposado, torturas son las condiciones de vida aquí adentro, la falta de higiene general, las chinches por doquier, la comida pésima, mal procesada y la falta de medicamentos vitales para la estabilidad psíquica de los reclusos que necesitan psicofármacos, y que -al no tomarlos- se alteran y son castigados en celdas y les abren causas por indisciplinas.
Pero ya no me escuchaba, continuaba buscando información, tratando de evitar que el mundo sepa los desmanes que se cometen en las cárceles cubanas, y que desmienten la versión del Ministro de Exterior Bruno Rodríguez, quien se burló del Consejo de Derechos Humanos, con sede en Ginebra.
El Director encontró un viejo manuscrito, un borrador de algún post ya publicado.
-Este ya salió – me aseguró y lo desechó.
A esa misma hora, los reclusos de mi barraca salían a visita de estímulo, y fueron requisados físicamente de tal manera que no recuerdan algo igual en toda su vida de reos. Los desnudaron, les ordenaron hacer cuclillas, abrirse los glúteos, alzarse los escrotos, las axilas, la boca, enseñar la planta de los pies. Todo para impedir que colaboren con la causa y saquen mis escritos.
El próximo viernes 24 será la visita de régimen. Me enseñaron la tarjeta donde escribí los nombres de los que vendrían a verme. Y encontré que denegaron el permiso a nueve de las trece personas que solicité. En cada nombre había una firma y un NO, entre ellos, Antonio Rodiles y Ailer González, y, por supuesto, la madre de mi hija y mis amigos.
Así son las cosas en el penal, la lucha, la censura y el poder nefasto de los hermanos Castro.
Un oficial al que nunca había visto antes me aseguró que no saldré con vida de esta, y que yo ya sé que después de mucho escándalo, no sucederá nada, “accidentes son accidentes”, me dijo risueño.
Publicado originalmente en el blog Los hijos que nadie quiso de Ángel Santiesteban-Prats.
En la mañana, me visitaron el Director del penal, Teniente Coronel Reinaldo Villarrueta Vargas, el Jefe Interior, Mayor Erasmo, y un Primer Teniente, fungiendo como Oficial de Guardia.
Me sacaron de la celda y me avisaron que requisarían mis pertenencias. Lo que buscaban no era cualquier cosa si no mis escritos, cartas, en definitiva, querían las denuncias, los futuros posts.
Ante mi silencio, hurgaron con un afán exquisito, papel tras papel. El poder les permite el abuso. Leyeron mis cartas personales, de mi familia y amigos transmitiéndome fuerzas.
Algunas cartas fueron decomisadas, la de mi hija, la de mi hermana, la de un masón, todas las de Antonio Rodiles y algunas otras de reclusos que me escribieron desde otras barracas de la 1580.
-¡Le escriben muchos reclusos! – comentó el Director.
-Gente que no sabe cómo aliviar sus dolores – le respondí.
Continuaron hurgando, leyeron detenidamente hasta lo que una niña de 15 años me contaba de su vida, de sus excelentes notas académicas y que me aseguraba estar muy orgullosa de mí.
-Ya he leído tus denuncias de que aquí se tortura- volvió a decirme el Director.
-Por supuesto -respondí-, aquí las golpizas son brutales, he visto golpear diez guardias a un hombre esposado, torturas son las condiciones de vida aquí adentro, la falta de higiene general, las chinches por doquier, la comida pésima, mal procesada y la falta de medicamentos vitales para la estabilidad psíquica de los reclusos que necesitan psicofármacos, y que -al no tomarlos- se alteran y son castigados en celdas y les abren causas por indisciplinas.
Pero ya no me escuchaba, continuaba buscando información, tratando de evitar que el mundo sepa los desmanes que se cometen en las cárceles cubanas, y que desmienten la versión del Ministro de Exterior Bruno Rodríguez, quien se burló del Consejo de Derechos Humanos, con sede en Ginebra.
El Director encontró un viejo manuscrito, un borrador de algún post ya publicado.
-Este ya salió – me aseguró y lo desechó.
A esa misma hora, los reclusos de mi barraca salían a visita de estímulo, y fueron requisados físicamente de tal manera que no recuerdan algo igual en toda su vida de reos. Los desnudaron, les ordenaron hacer cuclillas, abrirse los glúteos, alzarse los escrotos, las axilas, la boca, enseñar la planta de los pies. Todo para impedir que colaboren con la causa y saquen mis escritos.
El próximo viernes 24 será la visita de régimen. Me enseñaron la tarjeta donde escribí los nombres de los que vendrían a verme. Y encontré que denegaron el permiso a nueve de las trece personas que solicité. En cada nombre había una firma y un NO, entre ellos, Antonio Rodiles y Ailer González, y, por supuesto, la madre de mi hija y mis amigos.
Así son las cosas en el penal, la lucha, la censura y el poder nefasto de los hermanos Castro.
Un oficial al que nunca había visto antes me aseguró que no saldré con vida de esta, y que yo ya sé que después de mucho escándalo, no sucederá nada, “accidentes son accidentes”, me dijo risueño.
Publicado originalmente en el blog Los hijos que nadie quiso de Ángel Santiesteban-Prats.