El pasado 26 de mayo, en el Palacio de las Convenciones de La Habana, se dio a conocer que las partes involucradas en el diálogo de paz entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC, habían logrado un acuerdo sobre la cuestión agraria. Primer punto analizado de los cinco que se negociarán.
La tierra y su uso es una porción, nada desestimable de las causas fundamentales de un conflicto que ha sumado muchas víctimas. De manera que, en teoría, y según el documento, el acuerdo podría traer el tan añorado inicio de un nuevo ciclo de transformaciones para la realidad rural y agraria de Colombia.
El anuncio de este pacto fue aplaudido y testificado por los representantes de Cuba y Noruega, como países garantes; más Venezuela y Chile, como acompañantes. Lo irregular en todo esto es que ninguno de los implicados aclaró que uno de los principios del referido proceso de paz expone de forma rotunda “Nada estará acordado hasta que todo esté acordado”, lo que es igual a decir “No hay nada acordado”.
Así cerró, echando mano de esta discreta manipulación semántica, el noveno período de un proceso de conversaciones que continuará mañana martes 11 de junio, y en el que se debatirá el pollo del arroz con pollo, la participación de las FARC en la vida política colombiana. Manera muy ingeniosa de rebautizar a esta banda de excéntricos inadaptados e iconoclastas, que desean verse convertidos en auténticos actores de paz o en admiradas luminarias que intentando escapar de la cárcel (lugar donde deberían estar) lograron firman un acuerdo para ingresar al Congreso.
En fin, siempre hay algo que sacrificar. Entiendo que cuando se va a negociar y se lucha por obtener beneficios mutuos y resultados convenientes para la tranquilidad nacional, suele ser lucrativo aceptar que ciertos valores ilegítimos triunfen por sobre algunos principios éticos, morales y hasta democráticos.
Eso lo entendió muy bien la delegación cubana que, inspirada en el viejo cuento de besar la rana, hace rato le apostó al posible milagro de que un día estos obscenos guajacones (delincuentes guerrilleros) se conviertan en bellas princesas, honorables funcionarios, en útiles parlamentarios o encopetados mandatarios.
El gobierno de La Habana, revolcándose en todo esto, no solamente persigue publicitarse como paladín de la paz regional, también pretende lucrar con la ingenuidad de algunas voces democráticas que claman por la pronta solución de un conflicto dilatado, y lo último y más importante, ganar mucho dinero.
Sí, leyó bien, mucho dinero. Una parte significativa de los 2 mil millones de dólares que las FARC obtuvo realizando operaciones “nomológicas o nomotéticas” como el secuestro y el narcotráfico, se encuentran hoy a buen recaudo y reportando excelentes ingresos. Está lavada, enjuagada y bien planchada en la compra de modernos equipos y sofisticado instrumental que da servicio humanitario en hospitales como el CIMEQ, o la clínica Cira García, también se han invertido como parte del aporte cubano a los join ventures que nuestra isla mantiene con consorcios industriales y grandes grupos hoteleros radicados dentro y fuera de Cuba.
Nada, que a diferencia del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, autor del Principito, para el avieso gobierno revolucionario lo esencial no es invisible a los ojos, es el cash.
La tierra y su uso es una porción, nada desestimable de las causas fundamentales de un conflicto que ha sumado muchas víctimas. De manera que, en teoría, y según el documento, el acuerdo podría traer el tan añorado inicio de un nuevo ciclo de transformaciones para la realidad rural y agraria de Colombia.
El anuncio de este pacto fue aplaudido y testificado por los representantes de Cuba y Noruega, como países garantes; más Venezuela y Chile, como acompañantes. Lo irregular en todo esto es que ninguno de los implicados aclaró que uno de los principios del referido proceso de paz expone de forma rotunda “Nada estará acordado hasta que todo esté acordado”, lo que es igual a decir “No hay nada acordado”.
Así cerró, echando mano de esta discreta manipulación semántica, el noveno período de un proceso de conversaciones que continuará mañana martes 11 de junio, y en el que se debatirá el pollo del arroz con pollo, la participación de las FARC en la vida política colombiana. Manera muy ingeniosa de rebautizar a esta banda de excéntricos inadaptados e iconoclastas, que desean verse convertidos en auténticos actores de paz o en admiradas luminarias que intentando escapar de la cárcel (lugar donde deberían estar) lograron firman un acuerdo para ingresar al Congreso.
En fin, siempre hay algo que sacrificar. Entiendo que cuando se va a negociar y se lucha por obtener beneficios mutuos y resultados convenientes para la tranquilidad nacional, suele ser lucrativo aceptar que ciertos valores ilegítimos triunfen por sobre algunos principios éticos, morales y hasta democráticos.
Eso lo entendió muy bien la delegación cubana que, inspirada en el viejo cuento de besar la rana, hace rato le apostó al posible milagro de que un día estos obscenos guajacones (delincuentes guerrilleros) se conviertan en bellas princesas, honorables funcionarios, en útiles parlamentarios o encopetados mandatarios.
El gobierno de La Habana, revolcándose en todo esto, no solamente persigue publicitarse como paladín de la paz regional, también pretende lucrar con la ingenuidad de algunas voces democráticas que claman por la pronta solución de un conflicto dilatado, y lo último y más importante, ganar mucho dinero.
Sí, leyó bien, mucho dinero. Una parte significativa de los 2 mil millones de dólares que las FARC obtuvo realizando operaciones “nomológicas o nomotéticas” como el secuestro y el narcotráfico, se encuentran hoy a buen recaudo y reportando excelentes ingresos. Está lavada, enjuagada y bien planchada en la compra de modernos equipos y sofisticado instrumental que da servicio humanitario en hospitales como el CIMEQ, o la clínica Cira García, también se han invertido como parte del aporte cubano a los join ventures que nuestra isla mantiene con consorcios industriales y grandes grupos hoteleros radicados dentro y fuera de Cuba.
Nada, que a diferencia del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, autor del Principito, para el avieso gobierno revolucionario lo esencial no es invisible a los ojos, es el cash.