A diez años de la Proclama en la que Fidel Castro anunció su alejamiento del poder, aquel documento sigue revelando rasgos distintivos de una personalidad marcada por el afán de controlarlo todo.
Más que un legado ideológico, el texto es una simple lista de instrucciones y resulta poco probable que los medios oficiales, tan adictos a las efemérides cerradas, hagan por estos días un balance de su cumplimiento.
La emisión del noticiero estelar de la televisión nacional trajo una enorme sorpresa el 31 de julio de 2006. Alrededor de las 9 de la noche apareció ante las cámaras el miembro del Consejo de Estado Carlos Valenciaga para leer la Proclama del Comandante en Jefe al pueblo de Cuba donde anunciaba que debido a problemas de salud se veía obligado “a permanecer varias semanas de reposo”, alejado de “responsabilidades y cargos”.
Luego de dar su versión sobre las complicaciones que le aquejaban y las causas que las habían producido, Fidel Castro expuso en este documento seis puntos básicos y adicionalmente dejó instrucciones acerca de la realización de la cumbre de No alineados y sobre la posposición de los festejos por su 80 cumpleaños.
Los tres primeros puntos de la proclama están dedicados al traspaso de poderes a su hermano Raúl Castro al frente del partido, el gobierno y las fuerzas armadas. La orden de disponer estas transferencias era absolutamente innecesaria, pues a su depositario le correspondía realizar esas funciones dado que ocupaba entonces el segundo escalón en el orden jerárquico, tanto partidista como gubernamental. Resulta llamativo que en cada caso se reitera el “carácter provisional” de la cesión de funciones.
En los tres puntos restantes delega (también con carácter provisional) sus funciones “como impulsor principal del Programa Nacional e Internacional de Salud Pública” en el entonces ministro de Salud Pública José Ramón Balaguer; “como impulsor principal del Programa Nacional e Internacional de Educación” en los miembros del Buró Político José Ramón Machado Ventura y Esteban Lazo Hernández y como “impulsor principal del Programa Nacional de la Revolución energética en Cuba y de colaboración con otros países en ese ámbito” en Carlos Lage Dávila, que ejercía entonces el cargo de secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros.
En párrafo aparte aclaraba que los fondos correspondientes para estos tres programas deberían seguir siendo gestionados y priorizados “como he venido haciendo personalmente” por Carlos Lage, Francisco Soberón, entonces ministro presidente del Banco Central de Cuba y Felipe Pérez Roque, en ese momento ministro de Relaciones Exteriores.
Casi inmediatamente después de haberse leído aquella proclama se produjo una enorme movilización militar en todo el país, llamada Operación Caguairán. Poco tiempo después la otrora omnipresencia del máximo líder se redujo a unas esporádicas Reflexiones del Comandante en Jefe publicadas en todos los diarios y leídas en todos los noticieros. Veinte meses más tarde el parlamento eligió a Raúl Castro de manera formal como presidente de los Consejos de estado y de ministro y más adelante el sexto Congreso del Partido realizado en 2011 lo eligió como su Primer Secretario.
Desde su lecho de enfermo Fidel Castro afirmaba aquel 31 de julio no albergar “la menor duda de que nuestro pueblo y nuestra Revolución lucharán hasta la última gota de sangre para defender estas y otras ideas y medidas” que él entendía necesarias para “salvaguardar este proceso histórico”. En el propio texto pedía al Comité Central del Partido y a la Asamblea Nacional del Poder Popular “el apoyo más firme a esta proclama” aunque en anteriores líneas ya había dictaminado que el partido “apoyado por las organizaciones de masas y todo el pueblo” tenían la misión de asumir la tarea encomendada”.
Transcurrida una década, la ausencia provisional del “impulsor principal” se hizo definitiva y cuatro de los siete hombres nombrados ya no ocupan sus cargos. El lector de la proclama también fue defenestrado. Los programas mencionados han pasado a ser parte de las funciones naturales de los ministerios a cargo de esas tareas y “los fondos correspondientes” (aunque nadie lo ha proclamado oficialmente) se contabilizan ahora en el presupuesto de la nación.
Si bien aquel cumpleaños 80 tampoco pudo celebrarse con su presencia el 2 de diciembre de 2006, durante el 50 aniversario del desembarco del Granma, como previó en su proclama, ahora en este 2016 todos los eventos culturales, las conquistas del deporte, las hazañas productivas, han sido consagradas al 90 cumpleaños.
La trascendencia final de aquella proclama no radica en el mensaje que contiene, entre otras cosas porque su autor parecía estar persuadido de que aquel no era su testamento político sino un “aguántame aquí, que regreso en un rato”.
La consecuencia final de aquella proclama ha sido como un foco enceguecedor que se apaga, un ruido permanente al que ya nos habíamos acostumbrado y que de pronto deja de sonar, una voluntad que cesa de impartir órdenes, la terminación de una omnipresencia. El vacío ocasionado ha tenido más connotaciones de alivio que de zozobra. No hay nostalgia.
La ansiedad por el desenlace final se ha diluido en un fastidioso tedio, como el que se siente frente esos filmes que se alargan innecesariamente.
(Publicado originalmente en 14ymedio el 30/07/2016)