Un 22 de abril, pero del año 1547, moría en Madrid el Ingenioso Hidalgo de las Letras, don Miguel de Cervantes Saavedra y mucho hubo de cabalgar el caballero a lomos de Rocinante para que, el 23 de abril, esta vez del año 1997, las fanfarrias de los heraldos se dejaran escuchar para informar al mundo que, ese año, el prestigioso Premio Cervantes de Literatura estaba destinado a Guillermo Cabrera Infante, nacido en Gibara, Cuba, también un 22 de abril, pero, ahora, de 1929.
El escritor que, en 1968, había dejado tras de sí los apuntes de lo que, ya en el Siglo XXI será, definitivamente, Una Habana Difunta para Infante, se vio forzado a convertir al cubano “reyoyo” que era en un ciudadano londinense cuando, tras el primer linchamiento cultural patrocinado por Fidel Castro, tan pronto como en 1961 con sus Palabras a los Intelectuales, rubricadas a punta de pistola, era “Sabá” Cabrera Infante, hermano de Guillermo, uno de los dos culturalmente asesinados en la refriega, junto a otro cineasta, Orlando Jiménez Leal, autores ambos del documental PM.
Hay, no podemos negarlo, muchas verdades en la biografía de Guillermo Cabrera Infante. Es verdad que apoyó la gesta castrense, antes incluso de 1959. Es verdad que se entregó de lleno a la tarea de hacer Revolución desde el principio. Es verdad que, desde las páginas de Lunes de Revolución, que además dirigía, escribió cosas de las que, de seguro, se arrepintió bien pronto. Pero, por sobre esas verdades, hay una verdad que está muy por encima de las otras:
El autor de Tres Tristes Tigres, La Habana para un Infante difunto, Mea Cuba, Vista del amanecer en el Trópico, entre otros libros, fue, hasta su muerte, ocurrida en 2005, un luchador acérrimo, un denunciante incansable en contra del horror contraído por la isla como una enfermedad incurable.
Pero, por si el lector no lo sabe, el enfrentamiento de Cabrera Infante con el régimen cubano empezó allí mismo, dentro de las páginas de Lunes de Revolución, desde donde arremetió de manera frontal, criticando abiertamente la censura a PM y el alegato intimidatorio del Comandante en la Biblioteca Nacional con su sentencia de “Con la Revolución, todo. Contra la Revolución, nada”, que cercenaba de un tajo cualquier intento de participación crítica por parte de artistas e intelectuales, así como de cualquier otro sector del pueblo llano.
Ese enfrentamiento le costó ser expulsado del periódico y, como castigo adicional, un “exilio blando” en la Embajada de Cuba en Bruselas, para rematar, cuando el escritor regresa a la isla para asistir al sepelio de su madre, fue detenido durante cuatro meses, hasta que pudo abandonar definitivamente Cuba.
De cualquier manera, otra verdad que nadie puede pasar por alto en el caso de Cabrera Infante, es que, el mejor retrato de la Cuba anterior a 1959, ya sea el de la sociología urbana, el humor y la picaresca típicos de esa época, el color, el sabor y los olores que no pudimos disfrutar los que llegamos tarde, no los podremos encontrar en la historia o la antropología nacional, sino en la literatura del inclaudicable Guillermo Cabrera Infante.