No hubo muchas noticias de Neymar en el partido que la canarinha sostuvo contra Chile. Dos piques vertiginosos tras un soberbio control orientado, que el del Barcelona, intentando recortar buscando el perfil de su pierna derecha, le robaron la cartera.
Chile fue más que Brasil. Quién lo iba decir. Que en la cuna de Garrincha, ese genio de la finta, de Pelé, el hombre que jugó fútbol en otra dimensión, o de un tal Ronaldinho, que salía a la cancha a divertirse, Chile les iba a despojar del balón y el toque concreto y mágico.
Este Brasil da pena. Por lo que fue y por el juego que siempre ha practicado. Pero aún puede levantar la Copa. De la media cancha hacia atrás, el campo lo pueblan centuriones que reparten palos y trabajan a destajo para recuperar el balón.
Hay que quitarse el sombrero con sus dos centrales. Thiago Silva y David Luiz, por su poderío en el juego aéreo, su visión de juego y su buena salida con pases largos, son los únicos futbolistas de este patético Brasil que hubieran sido regulares en aquel once fantástico de 1970.
Pero a Brasil, el equipo que más hinchas tiene en todo el mundo, no le vale. No se puede aceptar, por buen gusto y por estética, que se nos apeen con troncos y obreros, cuando los fanáticos idealizan a la verde amarela con el arte.
En la rueda de penales con Chile, apareció Neymar, el único artista de esa selección, y anotó el último tiro en la lotería. Con 22 años, el chico carga a su espalda a 180 millones de brasileños angustiados, que claman venganza 64 años después que el uruguayo Alcides Ghiggia silenciara el Maracaná.
Brasil es grande. Y el viernes 4 de julio, cuando rompan los cuartos de finales, debe vencer a Colombia con fútbol y no al pelotazo. O esperando que Neymar frote la lámpara.
Si Colombia los barre por juego y goles, que nadie se corte las venas. De largo, los cafeteros han sido el mejor equipo de este Mundial.
La Colombia de James Rodríguez es una delicia. Pero de nada vale jugar de cine cuando enfrente se tiene a Brasil, aunque sea una caricatura. Las camisetas verdes y amarillas acojonan al contrario.
Tienen en contra al público. Probablemente al árbitro y hasta la FIFA. Nadie nunca ha hecho historia sin superar obstáculos. Colombia, el próximo viernes, tiene la palabra.
Mientras llega el día, repasemos otras angustias. Porque Holanda, Alemania, Francia y Argentina tampoco han dejado buen sabor de boca.
Si la naranja mecánica sigue en el Mundial debe agradecérselo al 'Piojo' Herrera, DT de la selección mexicana. Los aztecas la estaban bordando. Mandaban en el medio campo y la defensa controlaba al incombustible Robben, con su cintura de mimbre, que se ata la pelota a su bota izquierda y va dejando tirado en la cuneta a sus rivales.
Pero tras el gol de Giovanni Dos Santos, el 'Piojo' entró en pánico. Sacó de la cancha a Giovanni y en el minuto 60 metió a un volante de contención.
Entonces el partido se le hizo demasiado largo a los mexicanos. Quedaron a merced de las diabluras de Robben y el latigazo de Sneijder. Fueron un pelele en manos de un gigante.
Hasta la Alemania de Müller y compañía, que mete miedo, se nos ha ido desmerengando partido a partido. Con Argelia, lo que parecía un juego de puro trámite, se les trocó en agonía.
Qué decir de Argentina. Messi o Messi. Episodios de Di María y algo de Marcos Rojo por la banda izquierda. Mascherano ha cumplido a cabalidad su papel de barredor. Y hasta se ha prodigado en los pases.
Al once albiceleste le falta cambio de ritmo y un cerebro en el medio campo que ofrezca salida y otras perspectivas de juego. Y no se pueden quejar, pues han tenido el camino más fácil.
Pero tienen a Messi. Y por ahora ha sido suficiente. Bélgica puede dar un golpe de estado. Talentos le sobran. Solo tienen que creérselo. Francia, es una conjunción de resistencia, potencia y arte.
Benzema, un estilete fino que parece juega con smoking. Y está Paul Pogba. Que lo mismo defiende como un perro de presa, le pega con tres dedos, cabecea, que la rompe. Entre Pogba y James Rodríguez están los mejores jugadores jóvenes del Mundial.
Estados Unidos perdió, pero se fue con la cabeza en alto. Ojo con los gringos. Se están tomando el fútbol en serio. Hasta Obama, les hizo carantoña desde la Casa Blanca.
Que 17 millones de telespectadores sigan el Mundial, es una buena noticia en un país donde el béisbol, rugby y baloncesto se reparten el botín de los derechos televisivos y los hinchas.
Es formidable la cantera de jugadores, formados en diferentes universidades. Su liga debe y puede mejorar. Plata tienen. Llevan cuatro mundiales clasificando para octavos o cuartos de finales.
De un momento a otro, pueden dar el gran salto. No sería descabellado pronosticar a Estados Unidos campeón en 2022. Como está el mundo del fútbol, cualquier cosa es posible.