Por el pasillo central de la prisión, un preso anda con su cajita de limpiabotas para lustrar los zapatos de los militares. Ellos ponen sus botas, como gesto de prepotencia, sobre la cajita del preso, que de inmediato comienza a untar una tinta y un betún, que le proporciona la familia. Los militares no pagan el trabajo y a los presos no les es permitido ni pagando. Le pregunté al limpiabotas por qué lo hacía, qué ganaba con ello, y quedó mirándome serio.
–Por dos cosas –me responde–. Una, por salir de la barraca, escapar un rato de ese espacio viciado, de constantes broncas, intrigas y hambruna.
Mira a un guardia que se acerca, calla, y continúa hablando cuando se aleja.
–Lo segundo, es porque, en consideración, me dan un poco más de comida de la que me corresponde –dice y levanta los hombros–. Político, que aquí no hay quien sobreviva con esa poquita de comida.
Le palpo el hombro y me voy.
Cuando paso por la barraca 6, un recluso me espera pegado a la reja.
–Estoy plantado, Político –me dice con los ojos llorosos–. No quieren dejarme llamar por teléfono para saber la gravedad de mi hijo. He hablado con todos los militares y en mala forma me han negado la posibilidad. Estoy resuelto a morir de hambre.
–¿Qué vas a resolver con ello? –le digo–. Tu hijo necesita que salgas de aquí saludable, no muerto; esa es la única forma que tienes de ayudarlo.
Mueve la cabeza aceptando.
–Solo te quedan meses para salir en libertad, entonces ten paciencia, soporta que esta es la parte más difícil.
Aún tiene los ojos húmedos y me agradece. Luego nos separamos, cada uno regresa a su barraca a esperar que la justicia llegue.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog Los hijos que nadie quiso el .
–Por dos cosas –me responde–. Una, por salir de la barraca, escapar un rato de ese espacio viciado, de constantes broncas, intrigas y hambruna.
Mira a un guardia que se acerca, calla, y continúa hablando cuando se aleja.
–Lo segundo, es porque, en consideración, me dan un poco más de comida de la que me corresponde –dice y levanta los hombros–. Político, que aquí no hay quien sobreviva con esa poquita de comida.
Le palpo el hombro y me voy.
Cuando paso por la barraca 6, un recluso me espera pegado a la reja.
–Estoy plantado, Político –me dice con los ojos llorosos–. No quieren dejarme llamar por teléfono para saber la gravedad de mi hijo. He hablado con todos los militares y en mala forma me han negado la posibilidad. Estoy resuelto a morir de hambre.
–¿Qué vas a resolver con ello? –le digo–. Tu hijo necesita que salgas de aquí saludable, no muerto; esa es la única forma que tienes de ayudarlo.
Mueve la cabeza aceptando.
–Solo te quedan meses para salir en libertad, entonces ten paciencia, soporta que esta es la parte más difícil.
Aún tiene los ojos húmedos y me agradece. Luego nos separamos, cada uno regresa a su barraca a esperar que la justicia llegue.
Este artículo fue publicado originalmente en el blog Los hijos que nadie quiso el .