Para muchos puede resultar algo increíble, pero para los cubanos es una realidad bien triste. La carne, ni que sea envenenada, puede resultar apetitosa ante la ausencia de una alternativa real que pueda cumplir con las expectativas alimenticias que todo ser humano tiene y quiere ver saciadas. Recientemente una información de prensa independiente en Cuba se hacía eco de un hecho realmente, no diremos que sorprendente, pero sí impactante.
Al parecer hace escasas semanas un pastor de un pueblo cubano salió a pastar con sus vacas. Las condujo hasta un lugar en el que había una planta venenosa, la ortiga, que los animales comieron siendo inconscientes de las graves consecuencias que podía ocasionar su ingestión. Al regresar al punto de partida, según esa información, los animales fueron cayendo redondos, uno detrás de otro. La policía castrista se presentó en el lugar y, tras una rápida investigación, se ordenó la incineración de las bestias.
Esta medida no hizo temer a un grupo de vecinos por su propia salud. Ansiosos de comer carne, ni que fuera de vaca envenenada e incinerada, después de que la policía abandonara el lugar, corrieron a apagar las llamas y a recuperar los pedazos de carne chamuscada para llevársela a casa (bien, hay que especificar aquí que, de acuerdo con la noticia, esas personas que acudieron a apagar el fuego vivían en un refugio improvisado en una escuela abandonada que se encuentra en las inmediaciones de la finca).
Este suceso escabroso hace pensar en aquello que está sucediendo en la Cuba más recóndita donde no llegan los focos y de la que apenas se sabe nada, fuera de aquello que buenamente pueda recuperar la prensa independiente con dificultades de difusión. Porque hay que decir también que, a pesar de que la información de esta prensa es abundante, en muchas ocasiones queda escondida entre una sucesión de malas noticias a las que ya todo el mundo se ha acostumbrado, por lo que el grado de atención que se le presta es todavía menor.
Pero basta pararse a pensar por un momento. Reflexionar acerca de las condiciones de vida de muchos cubanos que viven en esos rincones olvidados de la Isla, casi sin ningún tipo de conexión con el mundo. Lugares en los que muy probablemente las condiciones de vida puedan encontrar sus referentes más cercanos en sistemas de vida precarios, que probablemente hayan trasladado a muchos cubanos del siglo XX (porque dudamos de que Cuba haya alcanzado el siglo XXI) a una sombría e inhóspita Edad Medieval, en la que el ser humano poco importaba, en la que la dignidad ni existía.
¿Son todo esto exageraciones? ¿Es todo esto amarillismo? Podría serlo, pero en todo caso la realidad es unívoca y en esta ocasión el hecho es que hoy en día en Cuba hay quien está dispuesto a apagar el fuego para comerse la carne chamuscada de unas vacas incineradas por estar intoxicadas. Es fundamental, entonces, cuando se habla de Cuba en el mundo, que se sepa que en esa Isla suceden este tipo de situaciones y probablemente otras mucho peores. Frente al muro de propaganda del régimen, en el que todo luce estupendamente, hay que conocer y exponer lo más sórdido que está sucediendo detrás de esa pared. No por estar contra los Castro, solo, sino por la dignidad de toda esa gente.
Al parecer hace escasas semanas un pastor de un pueblo cubano salió a pastar con sus vacas. Las condujo hasta un lugar en el que había una planta venenosa, la ortiga, que los animales comieron siendo inconscientes de las graves consecuencias que podía ocasionar su ingestión. Al regresar al punto de partida, según esa información, los animales fueron cayendo redondos, uno detrás de otro. La policía castrista se presentó en el lugar y, tras una rápida investigación, se ordenó la incineración de las bestias.
Esta medida no hizo temer a un grupo de vecinos por su propia salud. Ansiosos de comer carne, ni que fuera de vaca envenenada e incinerada, después de que la policía abandonara el lugar, corrieron a apagar las llamas y a recuperar los pedazos de carne chamuscada para llevársela a casa (bien, hay que especificar aquí que, de acuerdo con la noticia, esas personas que acudieron a apagar el fuego vivían en un refugio improvisado en una escuela abandonada que se encuentra en las inmediaciones de la finca).
Este suceso escabroso hace pensar en aquello que está sucediendo en la Cuba más recóndita donde no llegan los focos y de la que apenas se sabe nada, fuera de aquello que buenamente pueda recuperar la prensa independiente con dificultades de difusión. Porque hay que decir también que, a pesar de que la información de esta prensa es abundante, en muchas ocasiones queda escondida entre una sucesión de malas noticias a las que ya todo el mundo se ha acostumbrado, por lo que el grado de atención que se le presta es todavía menor.
Pero basta pararse a pensar por un momento. Reflexionar acerca de las condiciones de vida de muchos cubanos que viven en esos rincones olvidados de la Isla, casi sin ningún tipo de conexión con el mundo. Lugares en los que muy probablemente las condiciones de vida puedan encontrar sus referentes más cercanos en sistemas de vida precarios, que probablemente hayan trasladado a muchos cubanos del siglo XX (porque dudamos de que Cuba haya alcanzado el siglo XXI) a una sombría e inhóspita Edad Medieval, en la que el ser humano poco importaba, en la que la dignidad ni existía.
¿Son todo esto exageraciones? ¿Es todo esto amarillismo? Podría serlo, pero en todo caso la realidad es unívoca y en esta ocasión el hecho es que hoy en día en Cuba hay quien está dispuesto a apagar el fuego para comerse la carne chamuscada de unas vacas incineradas por estar intoxicadas. Es fundamental, entonces, cuando se habla de Cuba en el mundo, que se sepa que en esa Isla suceden este tipo de situaciones y probablemente otras mucho peores. Frente al muro de propaganda del régimen, en el que todo luce estupendamente, hay que conocer y exponer lo más sórdido que está sucediendo detrás de esa pared. No por estar contra los Castro, solo, sino por la dignidad de toda esa gente.