Hoy en Cuba habitan, viven casi 11 millones de opositores; pero no hay oposición. Es por eso que la mayoría, en lugar de objetar y oponerse al gobierno o a sus impopulares medidas, optan por cogerle el tumbao; “Raúl Castro me pone la música, yo elijo cómo bailarla”.
Inspirados en esta máxima satánico optimista, los viajeros cubanos hacen de la animada y bulliciosa terminal aeroportuaria José Martí de la Habana, un nuevo salón de baile.
A menos de 30 días de haber entrado en vigor las resoluciones 206, 207 y 208/2014 de Aduana General de la República, y la 300/2014 del Ministerio de Finanzas y Precios; se reajusta el desparpajo y el cúcara mácara títere fué.
El móvil de estas normativas es proteger la improductividad en la red del comercio estatal, acabar con las reformas de chinchal y preservar el monopolio del Estado. Pero hasta en eso hay salideros porque imponer la valoración personal como forma para regular el tipo de artículos que pueden o no ser considerados como “uso personal”, además del descontento, crea una suerte de atrocidad discriminatoria.
Con mucha razón las nuevas disposiciones originaron aireadas críticas dentro y fuera de la isla. Además de los astronómicos aranceles a pagar por importar oropel, un aduanero es quien decide cuántos artículos femeninos pueden llevar en su equipaje los pasajeros de sexo masculino, y viceversa. Por cierto, para evitar demoras y confusiones, aconsejo a travestis y transexual, que antes de viajar a Cuba, soliciten una exención aduanal a la Dra Mariela Castro, presidenta del CENESEX y primera dama en funciones.
Regresemos al tema. La mañana del pasado lunes 1ro de septiembre, junto a la puesta en marcha de las nuevas restricciones, los aeropuertos cubanos amanecieron con nueva tecnología, cámaras instaladas para controlar la efectividad de las medidas.
Husmeando me enteré que con la entrada en vigor de la polémica resolución, surgieron un par de maneras para ingresar al país con algo más de lo reglamentado.
La primera es contactar a un aduanero que, a cambio de un billete verde con Benjamin Franklin de por medio, valora todos tus objetos al 50% menos de la tarifa oficial. Pero si estás muy pasado, te hace un decomiso ficticio y, al terminar su turno de trabajo, por otro Franklin te llevan el bártulo desde el aeropuerto hasta una dirección acordada.
Otra forma menos segura, pero más barata, consiste en entrar al país con el equipaje permitido y dejar el bulto girando en la estera del aeropuerto. Dos días después regresas a la terminal aérea con el ticket de la valija premeditadamente olvidada, si es en horario que no hay vuelo mejor, vas directo a Equipajes Perdidos con cara de preocupación y una debida explicación, es una variante; la otra es que tu equipaje no llegó en tu vuelo, cosa frecuente en este tipo de viajes; entregas el boleto, verifican tus maletas y después de una propinilla, a guarachar. No olvides el diezmo, los aduaneros puede que sean feos; pero no tontos. Y son los inventores de ese engranaje.
Como preguntar es algo así como ir de tiendas, encontré lo que buscaba y más. Me enteré que una buena cantidad de la mercancía decomisada, se va a las tiendas del Estado, que luego venden a precio de oro, otra se usa para cumplir compromisos institucionales, o regalos personales; y una parte que por mínima no deja de ser significativa, se filtra hacia el mercado negro y quizás para estimular el consumismo universitario, se vende en un bazar ilegal que hay en calle Basarrate al costado de una pizzeria, muy cerca del Alma Mater.
Sin temor a equivocarme, Cuba te espera si llevas una abultada billetera.