El documental Gusano del proyecto Estado de Sats es un material muy potente para denunciar la práctica de los actos de repudio en Cuba, que promueve todavia hoy el gobierno contra la opoisición en la Isla. Se trata de un documental que, partiendo de testimonios y opiniones diversas, es capaz de llegar al espectador que desconozca por experiencia propia lo que es un acto de repudio pero que, gracias al montaje audivisual y las pruebas filmadas, puede llegar a sentir fácilmente la misma aversión que las propias víctimas de estos actos pueden sentir en un momento dado y que tan bien transmiten con sus propias palabras durante el documental.
Los actos de repudio y el empleo de ese insulto, “gusano”, de una forma sistemática contra el grupo humano al que se intenta denigrar y aislar socialmente por sus características supuestamente “corruptas” se asemeja a los mecanismos que históricamente se han usado para perseguir a grupos o comunidades cuya diferencia, por razones diversas, ha sido considerada desde los estamentos el poder como algo pernicioso para la sociedad. El insulto ha sido clave siempre para reducir, mediante la agresión verbal, a aquellos que se quiere anular y contra los que se quiere al mismo tiempo azuzar la violencia física.
Esto es algo que lo tienen que conocer muy bien los asesores de Mariela Castro en el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), pues autores como Didier Eribon, en obras como Reflexiones sobre la cuestión gay (1999) relatan el uso del insulto como elemento para menoscabar la moral de los que reciben el descalificativo e incluso para aquellos que, sin ser conscientes de su diferencia por no tener una identidad sexual definida cuando son todavía menores, aprenden a odiarse prematuramente.
Algo similiar les podría estar pasando en el futuro a todos esos niños usados en los actos de repudio en Cuba, que aprenden a agredir a personas que piensan diferente cuando quizás dentro de unos años ellos lleguen a estar en ese mismo grupo porque, muy probablemente, también puedan ser parte de la oposición. Al tomar consciencia de su oposición en ese futuro no tan lejano, en ese entorno como es el de la Cuba actual, van a sentir vergüenza, como la que puede llegar a sentir cualquier gay que aprendió desde muy pequeño a odiar su condición y tuvo que mantenerse en el closet y luchar para asumirse ante los demás. Las instituciones han contribuido a alimentar ese odio por lo que tienen una responsabilidad directa con las heridas psicológicas del ser humano que se enfrenta a situaciones semejantes.
No hay nada vergonzante en querer que las cosas en tu país cambien, incluso deseando que haya una transformación total de sistema o que el gobierno de turno (aquí va un inciso, porque en el caso de Cuba no es un gobierno de turno, sino más bien un gobierno eterno) pase a mejor vida. Tampoco una generación anterior, por heroíca que se considere, tiene el derecho de sentirse dueña absoluta de las riendas de un gobierno hasta llegar a someter a las generaciones que le siguen, obligándolas a rendirle pleitesía eterna con un paternalismo desmedido como es el caso del que se aplica en Cuba.
Los actos de repudio y el empleo de ese insulto, “gusano”, de una forma sistemática contra el grupo humano al que se intenta denigrar y aislar socialmente por sus características supuestamente “corruptas” se asemeja a los mecanismos que históricamente se han usado para perseguir a grupos o comunidades cuya diferencia, por razones diversas, ha sido considerada desde los estamentos el poder como algo pernicioso para la sociedad. El insulto ha sido clave siempre para reducir, mediante la agresión verbal, a aquellos que se quiere anular y contra los que se quiere al mismo tiempo azuzar la violencia física.
Esto es algo que lo tienen que conocer muy bien los asesores de Mariela Castro en el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), pues autores como Didier Eribon, en obras como Reflexiones sobre la cuestión gay (1999) relatan el uso del insulto como elemento para menoscabar la moral de los que reciben el descalificativo e incluso para aquellos que, sin ser conscientes de su diferencia por no tener una identidad sexual definida cuando son todavía menores, aprenden a odiarse prematuramente.
Algo similiar les podría estar pasando en el futuro a todos esos niños usados en los actos de repudio en Cuba, que aprenden a agredir a personas que piensan diferente cuando quizás dentro de unos años ellos lleguen a estar en ese mismo grupo porque, muy probablemente, también puedan ser parte de la oposición. Al tomar consciencia de su oposición en ese futuro no tan lejano, en ese entorno como es el de la Cuba actual, van a sentir vergüenza, como la que puede llegar a sentir cualquier gay que aprendió desde muy pequeño a odiar su condición y tuvo que mantenerse en el closet y luchar para asumirse ante los demás. Las instituciones han contribuido a alimentar ese odio por lo que tienen una responsabilidad directa con las heridas psicológicas del ser humano que se enfrenta a situaciones semejantes.
No hay nada vergonzante en querer que las cosas en tu país cambien, incluso deseando que haya una transformación total de sistema o que el gobierno de turno (aquí va un inciso, porque en el caso de Cuba no es un gobierno de turno, sino más bien un gobierno eterno) pase a mejor vida. Tampoco una generación anterior, por heroíca que se considere, tiene el derecho de sentirse dueña absoluta de las riendas de un gobierno hasta llegar a someter a las generaciones que le siguen, obligándolas a rendirle pleitesía eterna con un paternalismo desmedido como es el caso del que se aplica en Cuba.