Uno se pregunta con qué propósitos el régimen cubano ha estado haciendo en los últimos días el ridículo más absoluto con sus ejercicios belicistas bajo ese título de videojuego de primera generación, Bastión 2013. Realmente parece un juego de niños, porque nadie se puede tomar muy en serio que un país económicamente en el abismo esté lo suficientemente preparado para librar una guerra sin cuartel contra ese “enemigo” al que se refieren de forma constante como si estuviera a punto de llegar a sus costas el monstruo de las galletas. Toda esa parafernalia belicista, acompañada de encendidas soflamas en la televisión nacional, parece más bien ideada y orquestrada para un uso de propaganda interna, porque está claro que, puertas hacia afuera, nadie puede tomarse mínimamente en serio lo que se ha visto de este “inexpugnable” e “imbatible” Bastión 2013.
Y nadie se lo podría tomar en serio porque solo hace falta revisar algunos vídeos que se han emitido de las operaciones que se llevaron a cabo, con imágenes de varios simulacros de evacacuaciones, emergencias sanitarias en hospitales de campaña y otras maniobras supuestamente necesarias en una virtual situación de guerra y ataque del enemigo, para darse cuenta del absurdo. Según los medios del régimen, se trataba de engrasar esos mecanismos que serán necesarios activar cuando el “enemigo”, al que se presenta en un declive de poder importante, equiparable al ocaso del Imperio Romano en la antigüedad, la emprenda a bombazos contra la Isla “rebelde”.
Da igual que ese “enemigo” del que habla el castrismo haya reiterado en miles de ocasiones que su interés está en el cambio y transición políticos en Cuba en un sentido positivo y pacífico, sin grandes traumas para la población. Entonces resulta un tanto incomprensible el alboroto bélico con el que el régimen de La Habana invierte el dinero de todos los cubanos y encima los tenga entretendios con sus fantasiosas situaciones de emergencia. Estos ejercicios parecen más una medida para extender los temores infundados entre la población, una manera de llamar al orden y una justificiación de todas esas medidas intolerables que sirven como pretexto para que se siga coartando la libertad de los ciudadanos.
El régimen cubano se ve necesitado de seguir alimentando la idea de ese monstruo terrorífico que se cierne sobre una isla frágil y desvalida, aunque esa estrategia debe sonar cada vez menos creíble para los propios cubanos de la Isla. Preocupante es pues que un gobierno se tenga que sostener sobre la mentira para mantenerse en el poder. Ya lleva demasiado tiempo anunciando una guerra que no llega y realmente resulta poco convincente que se repita el mismo argumento. Para el observador lejano, estos ejercicios resultan un juego de fuegos artificiales sin sentido y generan una duda acerca de los esfuerzos económicos que el gobierno cubano está dispuesto a hacer todavía en cosas que no contribuyen para nada en el desarrollo de los cubanos y la mejoría de las condiciones de vida en su día a día.
Para el ciudadano común en Cuba la guerra real es más contra su propio gobierno, una guerra silencionsa y pacífica, en la que no se derrama sangre, pero sí mucha paciencia y aguante. Como es el caso de los cuentapropistas, actualmente, contra quienes el gobierno está librando una lucha sutil para impedir que sigan avanzando en su independencia económica. El verdadero bastión que los cubanos necesitan defender son las pequeñas cotas de libertad que se vayan abriendo, por pequeñas que sean y, a partir de esas, ir avanzando en la consecución de otras. Solo así, al final del trayecto, y echando la vista atrás, es probable que nadie reconozca en un futuro la Cuba anterior. Y lo ideal sería que esa Cuba futura sea mejor que la de hoy.
Y nadie se lo podría tomar en serio porque solo hace falta revisar algunos vídeos que se han emitido de las operaciones que se llevaron a cabo, con imágenes de varios simulacros de evacacuaciones, emergencias sanitarias en hospitales de campaña y otras maniobras supuestamente necesarias en una virtual situación de guerra y ataque del enemigo, para darse cuenta del absurdo. Según los medios del régimen, se trataba de engrasar esos mecanismos que serán necesarios activar cuando el “enemigo”, al que se presenta en un declive de poder importante, equiparable al ocaso del Imperio Romano en la antigüedad, la emprenda a bombazos contra la Isla “rebelde”.
Da igual que ese “enemigo” del que habla el castrismo haya reiterado en miles de ocasiones que su interés está en el cambio y transición políticos en Cuba en un sentido positivo y pacífico, sin grandes traumas para la población. Entonces resulta un tanto incomprensible el alboroto bélico con el que el régimen de La Habana invierte el dinero de todos los cubanos y encima los tenga entretendios con sus fantasiosas situaciones de emergencia. Estos ejercicios parecen más una medida para extender los temores infundados entre la población, una manera de llamar al orden y una justificiación de todas esas medidas intolerables que sirven como pretexto para que se siga coartando la libertad de los ciudadanos.
El régimen cubano se ve necesitado de seguir alimentando la idea de ese monstruo terrorífico que se cierne sobre una isla frágil y desvalida, aunque esa estrategia debe sonar cada vez menos creíble para los propios cubanos de la Isla. Preocupante es pues que un gobierno se tenga que sostener sobre la mentira para mantenerse en el poder. Ya lleva demasiado tiempo anunciando una guerra que no llega y realmente resulta poco convincente que se repita el mismo argumento. Para el observador lejano, estos ejercicios resultan un juego de fuegos artificiales sin sentido y generan una duda acerca de los esfuerzos económicos que el gobierno cubano está dispuesto a hacer todavía en cosas que no contribuyen para nada en el desarrollo de los cubanos y la mejoría de las condiciones de vida en su día a día.
Para el ciudadano común en Cuba la guerra real es más contra su propio gobierno, una guerra silencionsa y pacífica, en la que no se derrama sangre, pero sí mucha paciencia y aguante. Como es el caso de los cuentapropistas, actualmente, contra quienes el gobierno está librando una lucha sutil para impedir que sigan avanzando en su independencia económica. El verdadero bastión que los cubanos necesitan defender son las pequeñas cotas de libertad que se vayan abriendo, por pequeñas que sean y, a partir de esas, ir avanzando en la consecución de otras. Solo así, al final del trayecto, y echando la vista atrás, es probable que nadie reconozca en un futuro la Cuba anterior. Y lo ideal sería que esa Cuba futura sea mejor que la de hoy.