La Posición Común está en camino de desmantelarse. Este inicio de 2014 ha supuesto un arranque fabuloso para el Gobierno cubano, porque ha empezado el año con muy buen pie y con los mayores espaldarazos que podía obtener: ya sea porque la CELAC fue un éxito, porque Ban Ki-moon, representando a la ONU, se dejó caer por la isla, la Unión Europea, unos días después, abre las puertas a establecer una buena relación y hasta el Partido Popular en España, que en principio es el aliado político más cercano a la oposición cubana y al exilio, dice que el giro europeo supone un blindaje para los opositores en la isla.
Resulta, en cambio, un poco desconcertante para los oídos escuchar tanto optimismo alrededor de Cuba con esta luna de miel internacional que viven los dirigentes cubanos de siempre con los presidentes de turno de los países con los que mantienen relaciones. En principio todo el mundo está a favor de los derechos humanos, incluso al mismo Raúl Castro no se le ensombrece el rostro cuando habla de paz y de respeto, mientras en el patio trasero se escuchan las voces de los opositores arrastrados regularmente por La Habana, Santiago de Cuba o cualquier otro rincón de esa maltratada isla.
En algunas notas de prensa se alude a veces al “radicalismo” del exilio, de la oposición, y es realmente curiosa, además de bochornosa, que se establezca precisamente esa relación que, por otro lado, no parece que se sostenga teniendo en cuenta la realidad. Es un tópico más, alimentado por los que deciden contemplar el conflicto cubano desde un prisma simple, el propuesto por el régimen desde 1959, reduciendo el debate a una lucha entre derecha e izquierda, imperialismo o antiimperialismo, cuando en realidad la discusión central, el problema principal es de dignidad humana, de derechos humanos y de problemas sociales sin resolver por culpa de guerras políticas en las que se entretienen los de arriba.
La izquierda occidental, si en lugar de aferrarse al concepto fósil de la Revolución cubana como sinónimo de progreso y lucha a favor de los pobres, se dedicara a escuchar a las víctimas que este proceso ha ocasionado, comprobaría cuán lejos está esa Revolución de haber conseguido unos mínimos de justicia social en Cuba y cuál ha sido el coste real de sus experimentos en relación con el merecido disfrute de los derechos fundamentales por parte de todos y cada uno de los cubanos. Si la izquierda quiere salvarse en Cuba debería empezar a tender manos hacia el pueblo y dejar de frecuentar los círculos del poder revolucionario.
La Revolución cubana, que es una dictadura de los pies a la cabeza, tiene que dejar de ser la chapa en la solapa con la que algunos pretenden mostrar sus méritos progresistas. Cuando el progresismo deje de ser una opción estética y pase a ser una vocación real de defensa del progreso y de prestación de ayuda efectiva a los demás, a nadie le importará meterse con esas vacas sagradas de la izquierda que, lo único que hacen, es apropiarse de unos valores que están muy por encima de sus intereses partidistas.
Confundir el totalitarismo cubano con progresismo es, sin lugar a dudas, el peor de los errores de la izquierda actual. Pero además es un atentando contra los principios de democracia real, justicia social y solidaridad. Se antepone el criterio estético (aparecer en la foto con una vaca sagrada del supuesto progresismo) a la cruda realidad de un país hundido y en una delicada situación, que no avanza por el afán de poder de unos cuantos quienes, con su actitud, causan infinidad de perjuicios a la gran mayoría.
Resulta, en cambio, un poco desconcertante para los oídos escuchar tanto optimismo alrededor de Cuba con esta luna de miel internacional que viven los dirigentes cubanos de siempre con los presidentes de turno de los países con los que mantienen relaciones. En principio todo el mundo está a favor de los derechos humanos, incluso al mismo Raúl Castro no se le ensombrece el rostro cuando habla de paz y de respeto, mientras en el patio trasero se escuchan las voces de los opositores arrastrados regularmente por La Habana, Santiago de Cuba o cualquier otro rincón de esa maltratada isla.
En algunas notas de prensa se alude a veces al “radicalismo” del exilio, de la oposición, y es realmente curiosa, además de bochornosa, que se establezca precisamente esa relación que, por otro lado, no parece que se sostenga teniendo en cuenta la realidad. Es un tópico más, alimentado por los que deciden contemplar el conflicto cubano desde un prisma simple, el propuesto por el régimen desde 1959, reduciendo el debate a una lucha entre derecha e izquierda, imperialismo o antiimperialismo, cuando en realidad la discusión central, el problema principal es de dignidad humana, de derechos humanos y de problemas sociales sin resolver por culpa de guerras políticas en las que se entretienen los de arriba.
La izquierda occidental, si en lugar de aferrarse al concepto fósil de la Revolución cubana como sinónimo de progreso y lucha a favor de los pobres, se dedicara a escuchar a las víctimas que este proceso ha ocasionado, comprobaría cuán lejos está esa Revolución de haber conseguido unos mínimos de justicia social en Cuba y cuál ha sido el coste real de sus experimentos en relación con el merecido disfrute de los derechos fundamentales por parte de todos y cada uno de los cubanos. Si la izquierda quiere salvarse en Cuba debería empezar a tender manos hacia el pueblo y dejar de frecuentar los círculos del poder revolucionario.
La Revolución cubana, que es una dictadura de los pies a la cabeza, tiene que dejar de ser la chapa en la solapa con la que algunos pretenden mostrar sus méritos progresistas. Cuando el progresismo deje de ser una opción estética y pase a ser una vocación real de defensa del progreso y de prestación de ayuda efectiva a los demás, a nadie le importará meterse con esas vacas sagradas de la izquierda que, lo único que hacen, es apropiarse de unos valores que están muy por encima de sus intereses partidistas.
Confundir el totalitarismo cubano con progresismo es, sin lugar a dudas, el peor de los errores de la izquierda actual. Pero además es un atentando contra los principios de democracia real, justicia social y solidaridad. Se antepone el criterio estético (aparecer en la foto con una vaca sagrada del supuesto progresismo) a la cruda realidad de un país hundido y en una delicada situación, que no avanza por el afán de poder de unos cuantos quienes, con su actitud, causan infinidad de perjuicios a la gran mayoría.