Como corresponde a la nota periodística que me solicita este medio, este será un fragmento cercenado de ese diálogo infinito que inicié hace años con Nivaria Tejera, acotado para la función que intento desempeñar hoy: informar al lector de la pérdida de una escritora universal nacida en Cuba.
Ayer, 6 de enero, ella murió en París, como tantos escritores exiliados del siglo XX, como tantos buscadores de la Palabra y la Libertad. Murió por ellas y por eso murió cumplida.
Vendrán luego los merecidos homenajes, los estudios profundos, que más debieron ser en vida; pero, por el momento, permítaseme entregar estas líneas como una mínima presentación de su obra.
Me limito a escoger tres palabras: exilio, memoria y escritura, que me forzarán a ceñirme a algunas ideas básicas que pudieran empezar a dibujar un esquema del estilo tejeriano.
Pero antes de entrar en ello, dejo una convocación y un pedido al lector: busque su obra, rescátela de ese anonimato al que el exilio y el mercado condenan a ciertos escritores malditos.
Dos textos de Tejera son ya imprescindibles para entender la Historia del atormentado siglo XX: El Barranco (1958) explicación del absurdo de la Guerra Civil, en España, segunda patria de la escritora, España; y Espero la noche para soñarte, Revolución (1987) testimonio de otro absurdo aun vigente: la dictadura castrista en Cuba. Afortunadamente, son libros que han alcanzado varias ediciones y también varias lenguas; español, francés e inglés.
No hay excusas, son obras maestras de una conciencia crítica contemporánea como pocas ha dado la literatura cubana.
Exilio
Nivaria nació en Cuba, en 1929, pero vive su infancia en la isla de Tenerife, de donde era oriundo su padre, Saturnino Tejera, presencia de enorme importancia a lo largo de la vida de la escritora. Teósofo y antifascista, pasa varios años en la cárcel y es en 1944 que la familia puede regresar a Cuba. En la isla es donde Nivaria publica sus primeros libros dentro del género de la poesía, zona de creatividad que nunca abandonó.
Así se integra a la vanguardia poética cubana, junto a nombres como José Lezama Lima y Fayad Jamís, quien se convierte en su primer esposo y padre de su única hija, Rauda Jamís.
Sale de la isla de nuevo hacia París en 1954 espantada por
la dictadura batistiana. La ciudad luz acoge a esta mujer hermosa, desafiante, para quien el arte es todo y al cual todo sacrificará a lo largo de su vida. Otra de sus pasiones: la justicia social, la hace regresar cuando cree en la Revolución cubana de 1959 como un nuevo comienzo para su pueblo. En 1965 ya se ha desengañado, abandona el puesto en la embajada cultural en Roma, que se le había designado por el Gobierno cubano, y desde entonces se integra a la "Rueda de los exiliados", título del más hermoso de sus poemas.
Desde entonces y hasta ayer vivió en París, junto a su segundo esposo el pintor español, Antón Gónzalez, Hanton, quien la acompañó en los años más difíciles pero también más productivos: la novela vendrá a reemplazar a la poesía y publicará varias. Para hablar de ellas necesito otra palabra clave.
Memoria
De ese depósito de vida que llamamos memoria, Nivaria bebía y nos obligaba a beber. Es pecado olvidar, pues por ese camino llegamos a desconocernos como pueblo y como personas. La escritora no transaba con la indiferencia, el silencio cómplice, las ceremonias de la complacencia frente al poder. Era una mujer indignada y una escritora comprometida con aquellos que Dostoievski llamaría "las gentes menudas".
En esa solidaridad noto un rasgo común con otras escritoras latinoamericanas que también han vivido bajo regímenes de violencia.
Estamos frente a la elaboración de una escritura que permite no sólo contar/representar a la memoria individual, sino también a la colectiva, pero no simplemente en nombre de un grupo: una generación de intelectuales, un partido político, una filiación de género, sino también incluyendo el rescate y la dignificación de la memoria amorfa, anónima, marginal. Esta, por no acceder nunca a los espacios del discurso, no alcanza ni siquiera la forma de la palabra, quedando fragmentada, desligada de las posibles funciones sociales que tienen los sujetos a quienes pertenece ya sean locos, mujeres, niños, disidentes.
Restituir la memoria, imaginar sus posibles lugares de enunciación, es lo que ha hecho la brasileña Clarice Lispector con su La hora de la estrella (1977); la también cubana Julieta Campos en su novela espiral, La forza del destino (2004); o la colombiana Laura Restrepo a través de las páginas desbordadas de Delirio (2004); entre otras.
En esa estela sitúo el trabajo con la memoria que nos entrega Nivaria Tejera en las novelas antes mencionadas: El Barranco y Espero la noche… Simplemente por ellas, la crítica literaria latinoamericana está en deuda, sigue estando en deuda con Tejera. Pues le debe el reconocimiento, al menos póstumo, del lugar que ocupó su obra Sonámbulo de Sol, (Premio Biblioteca Breve de Seix Barral 1971) que obtuvo el más significativo de los premios de narrativa en la década sagrada, aquel que consagraba la pertenencia al Boom. Sin embargo, no existe aun la lista de "Las nuestras" –parodiando el título del libro antológico que Luis Leal dedicó a ese fenómeno literario– donde el nombre de Tejera se impondría.
Escritura
De Natalie Sarraute, uno de cuyos libros leía Nivaria en estos últimos días en el hospital, pudo aprender, bien temprano, el poder para "insular" las palabras, despojándolas de todo lo superfluo: del color de la anécdota, del calor de las pasiones cotidianas, dejando solo la entraña poética, el aliento del logos. Se hacía entonces el espacio ideal para el estallido de la escritura sin ataduras de género, sin compromisos con las modas literarias.
Tejera no reconoció límites entre la poesía, el ensayo y la novela. El mandato de la comunicabilidad con el lector lo cumplía solo como un pacto.
Escribió para aquellos que buscaban la Belleza y la Verdad. Ella nos entregó las suyas, pero debemos ir en su búsqueda a medio camino, sin temor, sin rendirnos. Esa energía entregada de ambas partes, el compromiso de un lector activo, se hace necesaria para degustar sus últimas obras Huir de la espiral (2010) y Trouver un autre nom a l’amour (2015), ambas publicadas en español y francés como ocurría con casi todo lo que produjo en la etapa del exilio.
Hablando precisamente de la herencia de Sarraute, la cubana dijo en una entrevista que de ella aprendió a dejar de lado la vanidad del escritor, la tentación por el éxito fácil. Porque Nivaria optó siempre por dejarse guiar por los secretos de la creación artística, aventurándose por sus grutas, guiada solo a veces por los dictados del sueño. Espacio éste dentro de sus técnicas literarias que merecería otro párrafo más que ya no puedo escribir. Pero, además, creo que el umbral de lo onírico es el mejor para la despedida.
Dejo al lector, entonces, con un verso de un poema de Nivaria Tejera: "Pasando la frontera ahora brazos voces risas avance Usted".