A partir del 14 de enero de 2013 la mayoría de los cubanos tienen la posibilidad de ser turistas por sí mismos, algo inexplicablemente negado durante medio siglo. Sin embargo, de las conversaciones en la calle se deduce que prevalece la opción de emigrar, aún cuando el estado restableció los derechos ciudadanos en cuanto al regreso, eliminando la condición discriminatoria de “salida definitiva del país.”
Aunque la anterior ley migratoria tenía carácter general, su aplicación práctica estuvo centrada en los migrantes hacia Estados Unidos, país que reconoció legalmente desde 1959 a Un millón veinte y un mil ochocientos sesenta y cinco cubanos como residentes permanentes, según cifras del U.S. Departament of Homeland Security.
La emigración cubana hacia el Norte ha estado y estará ligada a la llamada Ley de Ajuste Cubano de 1966, porque la condición para eliminarla establece una transición hacia una democracia representativa con pluripartidismo, asunto lejano por el momento. Los cubanos seguiremos contando con el privilegio de llegar a tierras estadounidenses y recibir de inmediato la condición bajo palabra, con residencia al año y un día, además de posterior derecho a la ciudadanía.
Es bueno agregar que durante los últimos siete años más de un cuarto de millón de mis compatriotas han recibido el estatus de Residentes en la Unión Norteamericana. En balsa o avión, los cubanos vamos a Estados Unidos, país cercano en la geografía y la historia, con índices salariales sumamente elevados al compararlo, inclusive, con otras naciones del mundo altamente industrializado.
Es evidente que desde el Trópico de Cáncer miramos hacia arriba y esperamos alcanzar un nivel de vida equivalente a lo visto, muchas veces clandestinamente, en los canales de televisión de habla hispana que emiten desde USA y son muy populares en Cuba.
La nueva ley migratoria nos devuelve la posibilidad de viajar sin autorización previa, pero es evidente que para residir en cualquier nación se necesita de un visado lógico por quiénes te recibirán. Únicamente desde Washington tal autorización es expedita. Otros países altamente desarrollados tienen reglamentos al respecto, a veces muy estrictos.
Cuando escuchamos las conversaciones en la calle, las insatisfacciones van desde la falta de dinero convertible para pagarse el pasaporte y el avión, hasta la problemática de trabajar en otras naciones donde los salarios son altos al equipararlos con los nuestros, especialmente afectados por la dicotomía de las dos monedas.
Muchas personas creen que el asunto de las dos monedas puede resolverse de un plumazo, sin valorar que el papel moneda es sólo un documento impreso cuyo valor real radica en la economía del país que lo emite. Aún muchos ilusos creen en el oro como respaldo monetario y olvidan lo que sabiamente Marx llamó “el fetichismo de la mercancía”, particularmente aplicado al dinero, equivalente universal de todas las mercancías.
Mañana mismo, tal y como sucede a diario en cualquier establecimiento público, puede usarse una o la otra moneda, terminando por establecer solamente una de ellas, sin cambiar por ello el poder adquisitivo de cada persona.
La nueva ley migratoria tiene valor en cuanto restituye conceptos discriminatorios que persistieron sin justificación plausible durante décadas. Significa el reconocimiento explícito por parte de la actual dirección política del país, respecto a errores del pasado y, por tanto, expresa una voluntad de cambio.
Finalmente desaparece la condición de “salida definitiva del país” y se reconoce el derecho a regresar a tu patria en todo momento. Se excluye el permiso de salida, considerando justamente que lo único válido será el permiso de entrada, derecho soberano de cada nación.
En cuanto a emigrar o ser turistas, depende del dinero en el bolsillo de cada persona. Hoy la mayoría aplaude la apertura al mercado, los negocios privados y las cooperativas, instituciones económicas que restan poder al centralismo estatal, favoreciendo la iniciativa individual. De igual forma serán las consecuencias para acciones personales, tales como viajar al exterior, comprar un auto, una casa o alojarse en un hotel dentro del país.
Tal parece que estamos transitando, transición hacia otra variante de Socialismo en mi opinión, pues no pierdo de vista el papel estatal como garante de formas solidarias predominantes en la propiedad sobre los medios de producción fundamentales, además de la distribución de la cantidad mayor de la riqueza generada por los cubanos, a partir de nuestro propio esfuerzo y de los recursos de un país que nos pertenece a todos.
Viajar como turistas o emigrar, ahora pueden aparecer variantes que flexibilizan el dilema, aunque mientras seamos parte del Tercer Mundo, especialmente a noventa millas de Miami, siempre miraremos al Norte. No lo niego, ando con un Blue Jeans puesto.
Aunque la anterior ley migratoria tenía carácter general, su aplicación práctica estuvo centrada en los migrantes hacia Estados Unidos, país que reconoció legalmente desde 1959 a Un millón veinte y un mil ochocientos sesenta y cinco cubanos como residentes permanentes, según cifras del U.S. Departament of Homeland Security.
La emigración cubana hacia el Norte ha estado y estará ligada a la llamada Ley de Ajuste Cubano de 1966, porque la condición para eliminarla establece una transición hacia una democracia representativa con pluripartidismo, asunto lejano por el momento. Los cubanos seguiremos contando con el privilegio de llegar a tierras estadounidenses y recibir de inmediato la condición bajo palabra, con residencia al año y un día, además de posterior derecho a la ciudadanía.
Es bueno agregar que durante los últimos siete años más de un cuarto de millón de mis compatriotas han recibido el estatus de Residentes en la Unión Norteamericana. En balsa o avión, los cubanos vamos a Estados Unidos, país cercano en la geografía y la historia, con índices salariales sumamente elevados al compararlo, inclusive, con otras naciones del mundo altamente industrializado.
Es evidente que desde el Trópico de Cáncer miramos hacia arriba y esperamos alcanzar un nivel de vida equivalente a lo visto, muchas veces clandestinamente, en los canales de televisión de habla hispana que emiten desde USA y son muy populares en Cuba.
La nueva ley migratoria nos devuelve la posibilidad de viajar sin autorización previa, pero es evidente que para residir en cualquier nación se necesita de un visado lógico por quiénes te recibirán. Únicamente desde Washington tal autorización es expedita. Otros países altamente desarrollados tienen reglamentos al respecto, a veces muy estrictos.
Cuando escuchamos las conversaciones en la calle, las insatisfacciones van desde la falta de dinero convertible para pagarse el pasaporte y el avión, hasta la problemática de trabajar en otras naciones donde los salarios son altos al equipararlos con los nuestros, especialmente afectados por la dicotomía de las dos monedas.
Muchas personas creen que el asunto de las dos monedas puede resolverse de un plumazo, sin valorar que el papel moneda es sólo un documento impreso cuyo valor real radica en la economía del país que lo emite. Aún muchos ilusos creen en el oro como respaldo monetario y olvidan lo que sabiamente Marx llamó “el fetichismo de la mercancía”, particularmente aplicado al dinero, equivalente universal de todas las mercancías.
Mañana mismo, tal y como sucede a diario en cualquier establecimiento público, puede usarse una o la otra moneda, terminando por establecer solamente una de ellas, sin cambiar por ello el poder adquisitivo de cada persona.
La nueva ley migratoria tiene valor en cuanto restituye conceptos discriminatorios que persistieron sin justificación plausible durante décadas. Significa el reconocimiento explícito por parte de la actual dirección política del país, respecto a errores del pasado y, por tanto, expresa una voluntad de cambio.
Finalmente desaparece la condición de “salida definitiva del país” y se reconoce el derecho a regresar a tu patria en todo momento. Se excluye el permiso de salida, considerando justamente que lo único válido será el permiso de entrada, derecho soberano de cada nación.
En cuanto a emigrar o ser turistas, depende del dinero en el bolsillo de cada persona. Hoy la mayoría aplaude la apertura al mercado, los negocios privados y las cooperativas, instituciones económicas que restan poder al centralismo estatal, favoreciendo la iniciativa individual. De igual forma serán las consecuencias para acciones personales, tales como viajar al exterior, comprar un auto, una casa o alojarse en un hotel dentro del país.
Tal parece que estamos transitando, transición hacia otra variante de Socialismo en mi opinión, pues no pierdo de vista el papel estatal como garante de formas solidarias predominantes en la propiedad sobre los medios de producción fundamentales, además de la distribución de la cantidad mayor de la riqueza generada por los cubanos, a partir de nuestro propio esfuerzo y de los recursos de un país que nos pertenece a todos.
Viajar como turistas o emigrar, ahora pueden aparecer variantes que flexibilizan el dilema, aunque mientras seamos parte del Tercer Mundo, especialmente a noventa millas de Miami, siempre miraremos al Norte. No lo niego, ando con un Blue Jeans puesto.