Una académica canadiense que hace diez años viajó a Cuba como parte de un programa docente de la Universidad de Queen, en Ontario, pone en tela de juicio que los alumnos de ese alto plantel sigan yendo a la isla con fines docentes.
Victoria L. Henderson dice en un artículo en la publicación digital PanAmerican Post que “en pocas semanas, los estudiantes de una de las universidades más antiguas, élite de Canadá, serán invitados a inscribirse para un viaje de estudios a Cuba”.
Candidata a un título de postgrado en Queen y directora del Instituto para Análisis Económico y Social de Ontario, Henderson reprueba que entre los detalles del manual del curso “se ofrecen consejos sobre dónde encontrar “bonitos suvenires”, como camisetas de Ernesto (Che) Guevara”.
Destaca que estas camisetas, representativas del mercado turístico cubano, buscan “promover la imagen de un individuo que abogó por la necesidad de cultivar el odio por el enemigo para convertirse en una máquina de matar eficaz, violenta, selectiva, y fría”, algo contrario a los preceptos del centro docente.
El curso ofrecido por la Universidad de Queen desde 2001 tuvo por título original el de “Ética del desarrollo”, y la autora recuerda que cuando ella hizo el viaje el régimen acababa de encarcelar a 75 disidentes y ejecutar sumariamente a tres hombres que habían secuestrado un transbordador en un intento por escapar de la isla.
“Los secuestradores, quienes en su totalidad eran negros—precisa—(…) fueron arrestados, procesados y ejecutados en seis días, a pesar de que ninguno de los pasajeros del transbordador resultó herido”.
Henderson se pregunta cuál es la lección para los estudiantes canadienses y parafrasea al académico estadounidense Paul Hollander, para quien los intelectuales cubanos comprometidos en un abrazo incondicional con el socialismo, hasta en sus momentos más opresivos, son “peregrinos políticos”.
Nuevos alumnos se disponen ahora a participar en el programa de estudio de campo de Cuba, señala, pero muchas de las cuestiones planteadas por los acontecimientos de la Primavera Negra se mantienen.
Aunque admite que el curso ha sido modificado en parte y en la actualidad incluye la lectura obligatoria “sobre disidentes seleccionados, entre ellos Oswaldo Payá”, lamenta que ninguno de los índices de los dos libros requeridos para el programa alude a la categoría de “presos de conciencia”.
Sin embargo, “los estudiantes deben saber—subraya—que la detención de los críticos del gobierno de Cuba está en alza, 6.602 casos de detenciones reportados en 2012 frente a 4.123 en 2011 y 2.074 en 2010”.
Henderson pone de relieve que el gobierno de la isla sigue argumentando, “como Fidel Castro lo hizo ese primero de mayo hace diez años, que no hay ningún problema “entre cubanos”; solo hay un problema “entre la gente de Cuba y el gobierno de Estados Unidos”.
La académica concluye que lo “más destacable y molesto” es que existe un problema entre el gobierno de Cuba y el pueblo al que dice representar. “Los alumnos pueden no ser capaces de resolver el problema—afirma—, pero tampoco deben ser cómplices ocultándolo”.
Victoria L. Henderson dice en un artículo en la publicación digital PanAmerican Post que “en pocas semanas, los estudiantes de una de las universidades más antiguas, élite de Canadá, serán invitados a inscribirse para un viaje de estudios a Cuba”.
Candidata a un título de postgrado en Queen y directora del Instituto para Análisis Económico y Social de Ontario, Henderson reprueba que entre los detalles del manual del curso “se ofrecen consejos sobre dónde encontrar “bonitos suvenires”, como camisetas de Ernesto (Che) Guevara”.
Destaca que estas camisetas, representativas del mercado turístico cubano, buscan “promover la imagen de un individuo que abogó por la necesidad de cultivar el odio por el enemigo para convertirse en una máquina de matar eficaz, violenta, selectiva, y fría”, algo contrario a los preceptos del centro docente.
El curso ofrecido por la Universidad de Queen desde 2001 tuvo por título original el de “Ética del desarrollo”, y la autora recuerda que cuando ella hizo el viaje el régimen acababa de encarcelar a 75 disidentes y ejecutar sumariamente a tres hombres que habían secuestrado un transbordador en un intento por escapar de la isla.
“Los secuestradores, quienes en su totalidad eran negros—precisa—(…) fueron arrestados, procesados y ejecutados en seis días, a pesar de que ninguno de los pasajeros del transbordador resultó herido”.
Henderson se pregunta cuál es la lección para los estudiantes canadienses y parafrasea al académico estadounidense Paul Hollander, para quien los intelectuales cubanos comprometidos en un abrazo incondicional con el socialismo, hasta en sus momentos más opresivos, son “peregrinos políticos”.
Nuevos alumnos se disponen ahora a participar en el programa de estudio de campo de Cuba, señala, pero muchas de las cuestiones planteadas por los acontecimientos de la Primavera Negra se mantienen.
Aunque admite que el curso ha sido modificado en parte y en la actualidad incluye la lectura obligatoria “sobre disidentes seleccionados, entre ellos Oswaldo Payá”, lamenta que ninguno de los índices de los dos libros requeridos para el programa alude a la categoría de “presos de conciencia”.
Sin embargo, “los estudiantes deben saber—subraya—que la detención de los críticos del gobierno de Cuba está en alza, 6.602 casos de detenciones reportados en 2012 frente a 4.123 en 2011 y 2.074 en 2010”.
Henderson pone de relieve que el gobierno de la isla sigue argumentando, “como Fidel Castro lo hizo ese primero de mayo hace diez años, que no hay ningún problema “entre cubanos”; solo hay un problema “entre la gente de Cuba y el gobierno de Estados Unidos”.
La académica concluye que lo “más destacable y molesto” es que existe un problema entre el gobierno de Cuba y el pueblo al que dice representar. “Los alumnos pueden no ser capaces de resolver el problema—afirma—, pero tampoco deben ser cómplices ocultándolo”.