LA HABANA, Cuba.- Hay fidelistas convencidos de los que todavía quedan —por costumbre, por inercia, por bobería congénita, porque a estas alturas ya no saben ser otra cosa— que me dan lástima, me parten el alma, cuando les oigo el recuento de sus vicisitudes al servicio de lo que siguen llamando “la revolución”.
Me pasó con la periodista Paquita Armas Fonseca —a quien pese a las diferencias ideológicas, respeto y admiro como profesional y como persona— cuando leí el artículo suyo “Un cojín de flores… después de la patada”, que apareció publicado en el número 393 del Caimán Barbudo, dedicado al aniversario 50 de la creación, en abril de 1966, de la revista cultural de la Juventud Comunista.
En dicho artículo, bastante nostálgico, Paquita Armas recuerda el tiempo, entre agosto de 1983 y febrero de 1988, en que fue primero jefa de redacción y luego directora de la revista.
Ese tiempo es conocido por quienes trabajaron en la revista como la “Era de Paquita”, y todos coinciden en valorarlo positivamente. Me consta, tuve amigos allí, entre ellos mi entrañable hermanito Pedro Luis Rodríguez (Peyi), residente en México desde hace más de 20 años, y a quien Paquita en el artículo menciona como “mi loco y dulce diseñador”.
Explica Paquita Armas que el Partido Comunista de Cuba, del cual es militante, le asignó “la tarea” de ser la segunda del por entonces director del Caimán Barbudo, Jorge Oliver Medina, para que vigilara con lupa comisarial, porque en aquella revista, según le informaron, “había una terrible guerra ideológica” y “estaban colando el diversionismo ideológico” (supongo que sería por la cantidad de curdas, jodedores, rockeros y amantes de los libros de Kundera y Vargas Llosa como había allí).
Pero Paquita consideró que no era tan terrible la situación como se la habían pintado. O no sé, porque luego, cuando refiere que logró armar “un gran equipo” —en lo que concuerdo con ella— se atreve a mencionar a varios periodistas que marcharían al exilio, como Bernardo Marqués Ravelo, Emilio Surí, el escritor Abilio Estévez y Pedro Luis Rodríguez (Peyi).
Refiere Paquita Armas que cuando llegó al Caimán Barbudo, “…el oficial de la Seguridad del Estado que nos atendía, revisaba la revista antes de que fuera a la imprenta. Lo hizo solo dos veces. Le dijimos que si nos habían mandado allí es porque nosotros éramos confiables”.
No obstante, Paquita Armas hace la aclaración de que “discusiones a un lado, sostuve excelentes relaciones con los oficiales de la Inteligencia que nos atendieron”. Y como si fuese algo muy grande, señala que nunca le impusieron “ni siquiera los resultados de los concursos”. ¿Qué cosa! ¡Comedidos que eran aquellos segurosos!
Cuando Jorge Oliver se fue de la revista, Paquita Armas se quedó como directora, pero no pudo cobrar como tal hasta cinco meses después, hasta que fue aprobada en el cargo por Carlos Aldana, que por entonces era el hombre fuerte del Secretariado del Partido Comunista.
Y es precisamente en Aldana, que fue defenestrado en 1992, en el comisario villano en quien Paquita Armas hace recaer la mayoría de las causas de sus infortunios en El Caimán Barbudo.
Por ejemplo, luego de hacer la salvedad “yo amaba, amo a Fidel y nada que fuera en menoscabo de su figura, la del gran hombre del siglo XX, recibiría mi apoyo”, refiere Paquita Armas que cuando quiso que una caricatura de Fidel Castro hecha por José Luis Posada estuviera en la portada del Caimán, el ideológico de la Juventud Comunista Raúl Castellanos ordenó recoger y quemar la tirada porque consideró que “Fidel en esa imagen tenía las manos muy grandes”. Para evitarlo, Paquita tuvo que dar una fuerte batalla, para la que tuvo la suerte de contar con el apoyo del vicepresidente del Consejo de Estado Carlos Rafael Rodríguez. Sin embargo, en el curso de la batalla, dice que llamó 27 veces a la oficina de Aldana, sin que este se dignara a responderle.
Varios meses después, Paquita Armas, por atrevida, dejó de ser la directora del Caimán Barbudo. Nadie se sorprendió: todos esperaban el truene. O “la patada”, como ella la llama.
Por suerte, hubo gestos que la compensaron. De sus últimos días como directora, recuerda Paquita Armas: “Lo increíble resultó que comenzaron a llegar flores, de todos los colores y olores, tantas que no me canso de repetir que de no haber sido destituida de mi cocodrilo, nunca habría sabido de cómo las más contrastantes personas me querían, o por lo menos, me apreciaban”.
No sé ustedes, y sé que a ella, tan comunista como es, le desagradará, pero yo, luego de leer su artículo sobre la patada y las flores, no pude evitar sentir una profunda pena por Paquita…
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Este artículo fue publicado originalmente en Cubanet