¿Sería clave para algo eliminar el embargo estadounidense? ¿Sería beneficioso para los cubanos? Para los ciudadanos de la isla, ¿quién es el más malo de la película: el embargo o un gobierno autoritario acostumbrado a hacer la suya sin ningún tipo de interés en resolver los probelmas de la gente y sí, en cambio, en meterse en épicas batallas contra un malvado imperio del que, a pesar de todo, anhela la penetración turística y económica?
Ya sería hora que el régimen cubano actuara en los asuntos importantes para el pueblo con la misma diligencia con la que monta sus rimbombantes celebraciones de efemérides revolucionarias y orquesta alianzas internacionales contra todo lo que se le antoja que le sirva para envolverse y eludir sus responsabilidades.
¿A qué esperan? ¿Hasta cuándo tiene que esperar el pueblo cubano a ver los frutos de ese proceso revolucionario de resonancias bíblicas que multiplica los peces y los panes? Muy probablemente el levantamiento del embargo llegará demasiado tarde como para poner fin a las justificaciones que el régimen de La Habana está acostumbrado a hacer cuando trata de tapar su ineficiencia y la bancarrota de un sistema para el que probablemente no existan levantamientos de embargo que puedan salvarlo.
Así pues, por mucho que Estados Unidos decidiera levantar el dichoso embargo no parece probable que una consecuencia inmediata de la medida fuese la “caída de careta” del gobierno cubano como parecen esperar algunos defensores del fin del embargo.
Precisamente en medio siglo de sanciones el gobierno títere de la familia Castro encontrará la justificación de todos los males de Cuba por medio siglo más. Se levantará el embargo y en ese mismo momento se montará el nuevo argumentario castrista en base a los perniciosos efectos de medio siglo anterior de hostilidad norteamericana.
El coro internacional a favor del castrismo -con su necesidad de munición contra Estados Unidos- repetirá el mantra, que servirá a los gobernantes cubanos para seguir ocultando y disfrazando la verdad, y es que Cuba no se puede levantar sobre la base actual porque los cambios que se requieren tienen que ser de un mayor calado, más allá de la inversión extranjera controlada y sin los criterios de chantaje ideológico. Como también se precisa la construcción de una nueva ciudadanía, sin el lastre de más de cincuenta años de unipartidismo y de espejismo de un consenso nacional en torno al comunismo y a la figura de Fidel Castro. Cuando el tótem castrista caiga, cuando los cubanos logren derrumbar ese símbolo, estaremos quizás ante la caída de un segundo Muro de Berlín, y los cubanos, de paso, habrán hecho así un favor al mundo.
La clave pues no está en el fin del embargo porque la llave del fin de las penurias de los cubanos está en Cuba y en los propios cubanos, tanto de aquellos que participan de la farsa castrista, como de los que la aceptan en silencio y de los que se ven atados e incapaces de actuar contra esa maquinaria que todo lo puede, porque todo se le permite.
El fin del embargo solo conduciría a engrasar un sistema de injusticia social que es en el que viven hoy la mayoría de cubanos, lejos de contribuir al progreso. Existe una creencia por estos mundos que dice que la “idea de la Revolución era buena” pero que en algún momento por el camino “se torció” por la “corrupción” de algunos. Habría que ir derribando esos falsos mitos y aclarar que no hay objetivos de justicia social que puedan pasar por encima de la dignidad humana ni de la libertad de conciencia nadie. No hay proceso o programa político que pueda cobrarse sus objetivos en vidas humanas.
La única revolución aceptable es la democrática cuando la soberanía del pueblo permanece ocupada por élites que entorpecen el libre disfrute de sus derechos a los ciudadanos y a éstos anteponen los intereses de un grupo particular, sea un partido u otro tipo de organización. Hay un acuerdo mundial sobre cuáles son nuestros derechos fundamentales y ese acuerdo también debe aplicársele a los cubanos: tanto pueden seguir siendo comunistas, el que quiera, como dejarlo de ser o ser otra cosa en el futuro. Mientras esta posibilidad sea un imposible en Cuba, no habrá punto final de embargo que arregle absolutamente nada.