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El grave error del presidente Obama


El presidente estadounidense, Barack Obama, habla desde la Casa Blanca en Washington DC (EE.UU.
El presidente estadounidense, Barack Obama, habla desde la Casa Blanca en Washington DC (EE.UU.

Sin el consentimiento expreso del Congreso el presidente Obama ha autorizado ataques aéreos contra el Estado Islámico dentro del territorio sirio.

El mandatario estadounidense Barack Obama acaba de cometer el error más grave de su controvertida presidencia al comenzar una guerra de larga duración, sin objetivos realistas y con aliados islámicos de dudosa seriedad, contra el denominado Estado Islámico.

Si 25 mil millones de dólares y más de una década de apoyo y adiestramiento fueron insuficientes para que Washington preparara al ejército iraquí a defender su propio país ante las hordas del Estado Islámico, cómo esperar un resultado diferente de la actual propuesta, que consiste en entrenar en un solo año en territorio saudí a supuestos “moderados”, inherentemente opuestos no al Estado Islámico sino al líder sirio Bashar al Assad, y con un presupuesto minúsculo de solo 500 millones de dólares.

¿Y los aliados? Brillan por su ausencia, dentro del mundo islámico, los protagonistas de la “democratizadora” primavera árabe.

Sólo están presentes, modestamente, las más anquilosadas y anti democráticas monarquías de la península arábiga, más Jordania, justamente los mejores símbolos del conservadurismo anti-popular del mundo musulmán. Así mismo, Irak solo defenderá la parte chií de Bagdad, Basora y puntos hacia el sur y los kurdos lucharán casi exclusivamente para proteger su autonomía en el norte de Irak. Ninguno de los dos comparte la visión abarcadora dilucidada por Washington.

Por cierto, cabe preguntar dónde está Israel, el mejor amigo de Estados Unidos en esa estremecida parte del mundo, en la gran cruzada forjada por el secretario John Kerry contra el Estado Islámico. Por las razones que sean, si Israel no puede aportar abierta y directamente a la coalición contra el Estado Islámico, queda en cuestionamiento la utilidad (para Estados Unidos) de la relación Washington-Tel Aviv. Los tres mil millones de dólares que Washington le regala cada año a la nación judía deben servir para algo práctico a la hora del cuajo.

La reciente historia evidencia que Estados Unidos no tiene capacidad para mejorar las cosas en el Oriente Medio. Solo las puede empeorar, para los residentes de esa infeliz zona y para la mayoría de los ciudadanos de esta gran nación. Guerras perennes e inconclusas solo endeudan, empobrecen y debilitan a Estados Unidos. Crean, además, un constante flujo de extremistas violentos dispuestos a actuar contra el país. Realmente, los mayores beneficiarios, y probablemente los únicos, son los capitanes de la industria armamentista, los que viven y lucran de la guerra perpetua.

Por ética, (quizás ingenuidad) rehúso aceptar que de eso, precisamente, se trata todo esto.

Sin el consentimiento expreso del Congreso el presidente Obama ha autorizado ataques aéreos contra el Estado Islámico dentro del territorio sirio. A esto se suman insistentes acciones bélicas contra Yemén, Pakistán, Somalia y otras naciones con las cuales no estamos en guerra y que no representan una amenaza directa a la seguridad de la nación.

Los que se alarman por la creciente desmesura de una presidencia “imperial” (bipartidista) en la que el presidente y un puñado de asesores pueden iniciar acciones militares sin consultar o pedir permiso a nadie, tienen razón por la alarma.

En cuanto a Obama, en particular, su accionar contra el Estado Islámico, al autorizar lo que equivale a una guerra sin fin, representa un extraño proceder para un presidente que recibió el Nobel de la Paz y que hizo campaña electoral en contra de la política intervencionista y belicista que heredó de su predecesor. Su legado ha quedado mancillado para siempre y le dejara una papa caliente peligrosísima a su sucesor en la Casa Blanca.

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