El Ministro español de Exteriores se prepara para viajar a Cuba y escenificar de esta forma la absoluta sintonía del gobierno del PP con la política de Raúl Castro, la que ha logrado trascender al mundo como aquella que está "cambiando" Cuba, a pesar de que denuncias indican que esto no es exactamente así. El viaje es significativo.
Quiere decir que desde España se respalda una acción de gobierno a la que no le tiembla el pulso a la hora de establecer duras sanciones contra aquellos que disienten políticamente. Y no es ni tan siquiera un respaldo esperado por parte de un PSOE o un Podemos, sino por parte de aquellos que más dispuestos están a fustigar al comunismo y que, teóricamente, se sitúan en las antípodas del régimen, el Gobierno conservador del PP.
La excepción ideológica que viene reclamando el régimen cubano para la isla –es decir, la aceptación por parte de todos los actores políticos internacionales, de la exclusiva socialista de la gestión de los asuntos públicos– parece haber plenamente triunfado. Cuba será socialista o no será y esto, al parecer, no hay quién se lo quiera discutir a los Castro.
El régimen de La Habana, hábil como el que más, ha sabido usar la bandera para defender sus objetivos de poder, identificando soberanía nacional con los intereses exclusivos del Partido Comunista de Cuba (PCC).
No hay quién se lo quiera discutir en las cancillerías extranjeras, pero por supuesto existen millones de cubanos preparados para aportar alternativas al actual estado del país. Porque está claro que algún cubano hay en el orbe que no quiere formar parte del PCC, que abraza otra ideología política y quisiera, algún día, poder plantear alternativas para su país, desde otra óptica, en casa y no en la distancia obligada desde un exilio que nunca es fácil.
El régimen no es apto para escuchar a estas personas, pero lo que no es comprensible es que no lo sean los gobiernos del ámbito occidental, esfera de países en el que se incluye también Cuba, a pesar de que en muchas ocasiones hay quien lo olvide.
El viaje del Ministro español a Cuba el próximo lunes será un ejemplo más del impacto que la política tiene sobre los valores, un impacto en este caso negativo y pernicioso, dado que la acción política, contraria a los valores que supuestamente se enarbolan en otras ocasiones, desgasta la percepción que se tiene de conceptos como los Derechos Humanos.
Porque muchos serán los esfuerzos de los opositores cubanos dentro y fuera de Cuba para denunciar los atropellos de los que son víctimas, pero se les dificultará cada vez más la tarea de hacer comprensible y visible su problema si los gobiernos democráticos corren a encajar la mano con la de los verdugos y autores del desastre.
Llegados a este punto, es el momento también de pedir concreción a los gobiernos extranjeros que dialogan con Cuba. Si consideran que ha llegado el momento de hablar con el régimen de La Habana deberían aportar los datos concretos que hacen posible este diálogo.
Si encuentran cambios significativos que supongan una mejoría del estado general del país y sus ciudadanos, deberían describirlos para que todo el mundo se entere. Esos cambios, por supuesto, no pueden ser solamente algunos avances materiales para una parte de los cubanos, tiene que ser también un avance en cuanto a la libertad de pensamiento y espíritu de todos.
¿Es capaz el Gobierno español de dar fe de estos cambios? Esperamos que a partir del lunes nos lo sepa aclarar a aquellos que todavía conservamos el pesimismo.