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España necesita un pacto de Estado


 El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.

El PSOE, un partido de centroizquierda, y el Partido Popular y Ciudadanos, de centroderecha, tienen más rasgos en común que el PSOE y Podemos.

Las elecciones municipales y regionales españolas tendrán consecuencias dramáticas. No porque han golpeado muy fuertemente a los populares, sino porque pueden acabar afectando muy negativamente al conjunto de la sociedad.

Es verdad que el Partido Popular fue el más votado, y el que más concejales obtuvo, pero, con relación a los comicios del 2011, perdió al 30% de los electores. En aquella oportunidad, en números redondos, recibió 8 500 000 sufragios y ganó en casi todas las capitales y gobiernos regionales. En estas que acaban de celebrarse apenas llegó a 6 millones y lo probable es que los socialistas del PSOE y los neocomunistas de Podemos establezcan coaliciones y les arrebaten el poder en casi toda España.

Es una pena que las dos formaciones mayores y más votadas, el PP (27%) y el PSOE (25%), no sean capaces de forjar un pacto de Estado como el que hoy existe en la Alemania de Merkel entre democristianos y socialdemócratas, al que muy bien podía incorporarse Ciudadanos, cuyo 7% de respaldo no es nada desdeñable.

Al fin y al cabo, el PSOE, un partido de centroizquierda, y el Partido Popular y Ciudadanos, de centroderecha, tienen más rasgos en común que el PSOE y Podemos, una formación chavista que apenas obtuvo el 10% de los votos, pese a lo cual posee la capacidad de destruir los fundamentos de la democracia liberal española.

Fue el PSOE, en época de Felipe González, el que privatizó muchas empresas estatales heredadas del franquismo, ratificó el ingreso del país en la OTAN, y firmó la vinculación de España a la Comunidad Económica Europea (luego Unión Europea). Mientras fue el Partido Popular, cuando gobernaba José María Aznar, el que le puso fin al Servicio Militar Obligatorio, algo que la izquierda reclamaba desde hacía décadas.

Los dos partidos, o tres, si incluimos a Ciudadanos, aunque se empeñen en señalar lo que los separa, forman parte del gran esquema de la democracia liberal que rige en los países más civilizados y prósperos del planeta. Creen en las libertades individuales, en el respeto por los derechos humanos, en el pluralismo político, en la democracia como método para tomar decisiones y reemplazar las élites de gobierno, en el mercado, y en que las actividades económicas se realizan mucho mejor en el ámbito privado que en el público, como la historia ha demostrado hasta el cansancio. En síntesis: suscriben los Criterios de Copenhague que le dan forma y sentido a la Unión Europea.

Los neocomunistas de Podemos, en cambio, tienen otra visión de la sociedad, de la economía y de las relaciones internacionales. No creen en los derechos individuales, sino en los del pueblo. Tampoco suscriben la idea de gobiernos limitados por poderes que se equilibren, como predican los teóricos de esa secta en el “nuevo constitucionalismo” que les recomiendan a los chavistas latinoamericanos.

El respaldo que les brindan a dictaduras como la cubana, o a narcoestados como el venezolano –evidenciado en cómo votan sus eurodiputados en el Parlamento Europeo--, demuestra el poco aprecio que les tienen a los derechos humanos, al pluralismo político y a la verdadera democracia como se practica en el mundo occidental, incluida España (hasta ahora).

Podemos no cree en la superioridad del mercado como método de asignación de recursos sino en la buena voluntad de los burócratas. Sus dirigentes piensan que los empresarios suelen ser unos explotadores desalmados y los inversionistas extranjeros unos ventajistas. Suponen que el comercio libre siempre beneficia al poderoso, lo que los convierte en adversarios de los tratados internacionales de comercio libre, y prefieren a un Estado omnímodo y controlador, costosísimo, que dirija a la sociedad y establezca redes de dependencia clientelista, como sucede en Venezuela, lo que requiere de una enorme presión fiscal que acaba por ahogar el proceso de formación e inversión de capital.

Con semejantes ideas, que nada tienen que ver con la democracia liberal, cien veces puestas en práctica y cien veces fracasadas, es predecible que Podemos ahuyente las inversiones nacionales y extranjeras, destruya u obstruya el tejido empresarial, provoque la caída de la Bolsa, crispe a la sociedad, y multiplique todos los problemas que aquejan a la sociedad española.

Es evidente que con la enorme tasa de desempleo que sufre España, que alcanza al 50% de los jóvenes, lo que el país necesita es crear empresas, generar confianza, mejorar la calidad del capital humano, reducir los impuestos para atraer capitales y construir un clima social sosegado alejado de la lucha de clases, de la obsesión redistributiva y de las recetas colectivistas que han arruinado a decenas de países o les han impedido despegar en el terreno económico.

En las elecciones municipales de 2015 el Partido Popular salió muy mal, el PSOE tuvo un resultado mediocre y Ciudadanos entró con buen pie en la vida pública. Si no son capaces de pactar le van a hacer un daño terrible a España y ellos mismos acabarán destruidos. Ha sucedido antes.

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