Moscú planeó la destrucción de Barcelona. Los hechos se remontan a 1939 cuando ya los nacionales habían librado una de las más sangrientas batallas en el sur de Cataluña y avanzaban hacia la capital catalana. Un plan de los comunistas, que ya daban la guerra por perdida, fue el de aplicar la política de “tierra quemada” y destruir las infraestructuras principales de la ciudad, ocasionando con ello centenares de víctimas mortales, que en ese momento, se consideraron un daño colateral asumible.
Además, la destrucción de elementos para el suministro de agua y electricidad habría hecho de la posguerra un infierno mucho más desesperante, multiplicando el dolor y la desgracia de una población exhausta y hambrienta tras cuatro años de sufrimientos, entre los que se incluyeron un bombardeo fascista, a cargo de la aviación de Mussolini, que dejó un millar de muertos a sus espaldas.
Si este plan de destrucción no prosperó fue gracias a la insubordinación de Miquel Serra i Pàmies, un político catalán fundador del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), que en las reuniones donde se estableció el mecanismo para arrasar Barcelona, en acuerdo entre los partidos locales y el Komintern ruso, que ya controlaba los hilos para asegurar España como satélite comunista en la Europa Occidental, se adjudicó la tarea de dar las órdenes para ejecutar el plan antes de abandonar la ciudad huyendo hacia el exilio. Con ello se aseguraba la posibilidad de sabotear el plan. Eso fue lo que hizo pagando después en Moscú con un arresto, noches en el calabozo, interrogatorios y torturas que le provocaron una parálisis facial para toda la vida, un duro juicio en el que estuvo presente Dolores Ibárruri, la Pasionaria, y en el que fue acusado de ser el responsable de la derrota republicana en Barcelona, además de anticomunista.
Serra i Pàmies acabó huyendo de la URSS cuando al parecer todo indicaba que su destino tenía que ser Siberia. Pero logró escapar a Japón, volar a Los Ángeles y de allí saltar a Chile. Más adelante se uniría a la colonia de exiliados catalanes en México, donde vivió el resto de su vida. Jamás regresó a Barcelona, una ciudad en la que nunca se le recordó, a pesar de que con su acción evitó una masacre. Un joven economista, Guillem Martí, ha recuperado los detalles de esta historia con la publicación de un artículo en una revista del ayuntamiento de Barcelona y ahora la corporación estudiará dedicar una calle a quien ya se considera un héroe por evitar la destrucción de la ciudad.
Sería de esperar que esta historia sirviera para que algo cambiara también en la percepción de los hechos y la realidad de lo que fue la guerra civil española y su evolución, de las ansias de destrucción de fascismo y comunismo por encima de cualquier otra consideración. Ambas corrientes sembraron el terror y ambas estaban dispuestas a llegar a lo que fuera con el objetivo de imponer su visión del mundo. Todos conocemos el bombardeo fascista de la aviación de Mussolini pero nadie, hasta ahora, conocía el plan comunista, felizmente abortado, de destruir Barcelona ante la llegada de las tropas franquistas. Este es también un ejemplo de aquellos rincones de la historia que quedan en el olvido pero pueden cambiar la percepción global de un conflicto.
Según la familia de Serra i Pàmies, el político catalán no quiso nunca dar publicidad a lo sucedido ya que temía que, al hablar mal de la URSS, se considerara que hacía el juego al franquismo. De todas formas, también es realmente sorprendente que ningún historiador haya llegado hasta hoy a este capítulo final de la guerra civil y que haya sido un joven estudiante de Bachillerato el que haya recuperado a Serra i Pàmies del olvido. Ojalá esto sirviera para poner fin a esa guerrita eterna entre fascismo y comunismo sobre el quién era mejor y quién peor, de quién salvó a quién y de qué. Lo claro es que tanto unos como otros condenaron a millones de inocentes a la tragedia y entre sus extremismos quedaron atrapados miles de hombres que querían paz, libertad y democracia.
Nota: sobre el caso de Serra i Pàmie se puede leer el artículo (en catalán) de Guillem Martí en la web del Ayuntamiento de Barcelona
Además, la destrucción de elementos para el suministro de agua y electricidad habría hecho de la posguerra un infierno mucho más desesperante, multiplicando el dolor y la desgracia de una población exhausta y hambrienta tras cuatro años de sufrimientos, entre los que se incluyeron un bombardeo fascista, a cargo de la aviación de Mussolini, que dejó un millar de muertos a sus espaldas.
Si este plan de destrucción no prosperó fue gracias a la insubordinación de Miquel Serra i Pàmies, un político catalán fundador del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), que en las reuniones donde se estableció el mecanismo para arrasar Barcelona, en acuerdo entre los partidos locales y el Komintern ruso, que ya controlaba los hilos para asegurar España como satélite comunista en la Europa Occidental, se adjudicó la tarea de dar las órdenes para ejecutar el plan antes de abandonar la ciudad huyendo hacia el exilio. Con ello se aseguraba la posibilidad de sabotear el plan. Eso fue lo que hizo pagando después en Moscú con un arresto, noches en el calabozo, interrogatorios y torturas que le provocaron una parálisis facial para toda la vida, un duro juicio en el que estuvo presente Dolores Ibárruri, la Pasionaria, y en el que fue acusado de ser el responsable de la derrota republicana en Barcelona, además de anticomunista.
Serra i Pàmies acabó huyendo de la URSS cuando al parecer todo indicaba que su destino tenía que ser Siberia. Pero logró escapar a Japón, volar a Los Ángeles y de allí saltar a Chile. Más adelante se uniría a la colonia de exiliados catalanes en México, donde vivió el resto de su vida. Jamás regresó a Barcelona, una ciudad en la que nunca se le recordó, a pesar de que con su acción evitó una masacre. Un joven economista, Guillem Martí, ha recuperado los detalles de esta historia con la publicación de un artículo en una revista del ayuntamiento de Barcelona y ahora la corporación estudiará dedicar una calle a quien ya se considera un héroe por evitar la destrucción de la ciudad.
Sería de esperar que esta historia sirviera para que algo cambiara también en la percepción de los hechos y la realidad de lo que fue la guerra civil española y su evolución, de las ansias de destrucción de fascismo y comunismo por encima de cualquier otra consideración. Ambas corrientes sembraron el terror y ambas estaban dispuestas a llegar a lo que fuera con el objetivo de imponer su visión del mundo. Todos conocemos el bombardeo fascista de la aviación de Mussolini pero nadie, hasta ahora, conocía el plan comunista, felizmente abortado, de destruir Barcelona ante la llegada de las tropas franquistas. Este es también un ejemplo de aquellos rincones de la historia que quedan en el olvido pero pueden cambiar la percepción global de un conflicto.
Según la familia de Serra i Pàmies, el político catalán no quiso nunca dar publicidad a lo sucedido ya que temía que, al hablar mal de la URSS, se considerara que hacía el juego al franquismo. De todas formas, también es realmente sorprendente que ningún historiador haya llegado hasta hoy a este capítulo final de la guerra civil y que haya sido un joven estudiante de Bachillerato el que haya recuperado a Serra i Pàmies del olvido. Ojalá esto sirviera para poner fin a esa guerrita eterna entre fascismo y comunismo sobre el quién era mejor y quién peor, de quién salvó a quién y de qué. Lo claro es que tanto unos como otros condenaron a millones de inocentes a la tragedia y entre sus extremismos quedaron atrapados miles de hombres que querían paz, libertad y democracia.
Nota: sobre el caso de Serra i Pàmie se puede leer el artículo (en catalán) de Guillem Martí en la web del Ayuntamiento de Barcelona