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La fascinante atracción de la miseria


Fascinados con una ciudad que se desmorona encima de sus habitantes. (Foto tomada de Internet)
Fascinados con una ciudad que se desmorona encima de sus habitantes. (Foto tomada de Internet)

“Los americanos son los mejores clientes: siempre pagan, dejan las mejores propinas, no molestan y son amigables”

LA HABANA, Cuba.- El escándalo de pitos y sirenas rompió los sonidos habituales de la avenida Carlos III, una de las arterias más transitadas de la ciudad, y los transeúntes se detuvieron para descubrir la causa de tanta algarabía.

Una flotilla de viejos automóviles descapotables, los célebres “clásicos de lujo” de los años 50 del pasado siglo, desfiló ante la vista de los habaneros sudorosos bajo la tarde tórrida de este noviembre ardiente. Sobre la media docena de lustrosos autos, puñados de turistas sonrientes y felices saludaban a la gente agitando las manos, mientras tomaban fotografías y filmaban todo a su alrededor.

Las banderitas acompañantes del desfile no dejaban lugar a dudas: eran “americanos”, y parecían fascinados con el escenario jurásico de una ciudad mitad ruinas, mitad leyenda, que hasta hace muy poco tiempo les estaba prohibida. Tras el paso del inusual jolgorio rodante que siguió su ruidoso curso avenida arriba, hacia la boscosa Quinta de los Molinos, la rutina cubana retomó su ritmo sin más variaciones.

El incidente, sin embargo, es un buen pretexto para verificar una tendencia en ascenso: en los últimos meses la presencia de visitantes estadounidenses se ha vuelto cada vez más frecuente. Suele vérseles por plazas, calles y parques en grupos, en parejas o en solitario, pero de alguna manera los cubanos los distinguen desde una primera ojeada. Porque con o sin banderitas, ellos tienen un halo indiscutiblemente americano que se delata no solo en su forma de vestir y en las peculiares inflexiones del idioma –ya sea su inglés o un recién aprendido español– sino en ese aire confiado, en el interés que parece despertarles cada detalle del entorno, y muy en especial su disposición a relacionarse directamente con los nativos.

Diríase que hay una empatía espontánea entre estos nuevos descubridores de una isla mítica –con un clima siempre veraniego, playas de finas arenas y tibias aguas cristalinas, gente amigable y sencilla– y los isleños. Ellos vienen a conocer el último reducto agónico del ya fenecido comunismo de Europa del Este, el espacio vedado por más de 50 años, el país de las personas risueñas y felices que, no obstante, están protagonizando una invasión silenciosa por aire, mar y tierra de su recién recuperado amigo norteño.

“¡Que vengan más!”, me comenta mi amigo Roberto, un cubano emprendedor, veterano de la guerra de Angola, que hace años se dedica al alquiler a extranjeros y que también abrió un pequeño restaurante (paladar) de comida criolla para redondear las ganancias. Su pequeño emporio familiar radica en La Habana Vieja, donde ha vivido toda su vida. “Los americanos son los mejores clientes: siempre pagan sin problemas, dejan las mejores propinas, no molestan y son amigables”, me dice. Y añade, “desde que empezaron a venir (un amigo le envió desde EE UU su primer cliente americano) he tenido cubiertas con ellos las dos habitaciones que rento. Estoy pensando en ampliarme o en invertir en otro apartamentico, porque si vienen en familia ellos prefieren independencia y privacidad, no una o las dos habitaciones con baños que tengo”.

El negocio de alquileres es uno de los más rentables, a pesar del asedio de inspectores y del monto de los impuestos. En realidad, la carga impositiva ha disminuido un poco en comparación con años anteriores, pero persisten reglas abusivas que impiden mayores ganancias a quienes se desempeñan en este renglón, como es el cobro de un impuesto fijo tengan o no huéspedes, o la arbitraria suma por “sub declaración” que les han comenzado a aplicar desde el cierre del año 2014.

Por eso Maritza alquila por la izquierda, enfrentando los riesgos. “Yo empecé hace poco, cuando anunciaron lo del restablecimiento de relaciones y empezaron a venir más yumas… Porque todo el mundo sabe que en realidad ellos ya estaban viniendo a Cuba hace rato. Mi prima, que es guía de turismo en Varadero, me contaba que venían paquetes enteros de americanos en vuelos chárter de esos, y que dejaban mucho dinero. Así que cuando empezaron a llegar en viajes personales, con los permisos que da (Barack) Obama, le dije a mi prima que yo quería ponerme a alquilar un cuarto en mi apartamento, en Centro Habana, y ella me conectó con mi primer cliente. Después de eso he tenido algunos más. No muchos, la verdad, pero parece que eso va a seguir”.

​Otros cuentapropistas dedicados al mismo negocio en distintas partes de la ciudad o las decenas de restaurantes familiares y de sociedades relativamente autónomas, también se frotan las manos con la idea de una potencial afluencia de turismo americano, “el mejor”. Sin que hasta ahora se hayan producido cambios palpables al interior de Cuba y la situación de la mayoría de los cubanos fluctúe entre mal y peor, ya mucha gente hace planes para una hipotética oportunidad de sacar alguna ventaja de la marea americana que, según prevén, se avecina.

“El gobierno no tiene capacidad para alojar y darle comida a todo el turismo que entrará de la Yuma si por fin se acaba el bloqueo. Ni con todos sus hoteles juntos”, asegura Yordi, quien hace unos años abrió junto a su hermano un bar-restaurante que ha pasado por tiempos difíciles, pero ha logrado sobrevivir los embates de un sistema hostil al sector privado. “Nosotros vamos a invertir ahora todos los ahorros y vamos a ‘tunear’ esto para ponerlo a la altura. Los yumas gastan, pero hay que darles un servicio de calidad. Si los complaces, vuelven y también te mandan a sus amigos cuando vengan a Cuba. ¡Y nosotros a ganar buen dinero!”.

Sonrío, contagiada por su entusiasmo, y le pregunto a Jordi qué piensa hacer con todo el dinero que aspira a ganar. Él se sorprende ante lo que parece considerar una pregunta tonta. “¡Cómo que qué voy a hacer! ¡Irme echando pa’ la Yuma…! ¿Para qué más querría mucho dinero? ¿Tú crees que este país tenga futuro? No, a mí no me coge la rueda que cogió a mis viejos… ¡De eso nada!”.

Camino de regreso hacia mi casa y me cruzo con otra caravana de visitantes americanos. Esta vez vienen en cinco bicitaxis que circulan por la calle Zanja, quizás desde las calles aledañas al Capitolio. Van también alegres y animados, toman fotografía de todo y de todos, mientras los transportistas pedalean afanosos, tracción animal en plena capital cubana, en pleno siglo XXI. Porque para los deslumbrados visitantes es igual moverse en viejos automóviles de pasados tiempos de gloria que en estos artefactos de inspiración asiática, herencia tardía del castrocomunismo decadente. Definitivamente en Cuba todo es folclore… Incluyendo la miseria.

[Este artículo fue publicado originalmente en Cubanet ]

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