La oportunidad de entrevistar a Fernando Pérez, el cineasta cubano residente en la isla, en compañía de Fausto Canel, su colega y compatriota residente en Estados Unidos, me permitió comprobar, una vez más, hasta qué punto la obra de arte es un desdoblamiento no siempre consciente sino intuitivo del autor, a cuya voluntad suele sumarse otra, más enigmática, que un artista verdadero como Pérez sabe aprovechar; una voluntad que dicta rumbos y promueve resultados que el propio cineasta no teme calificar de imprevistos.
Hablamos del silencio, de la elocuencia del silencio, capaz de sugerir una multitud de significados que la palabra restringe, y de la elocuencia de las imágenes, que solas o yuxtapuestas, son pura ambigüedad expresiva, trastienda voluptuosa, criadero de insinuaciones.
El destacado cineasta habló de "La pared de las palabras", su película más reciente, y de "Chupa pirulí", la película que actualmente edita, pero nos permitió abundar, ante todo, en algunos aspectos de tres obras a las que debe gran parte de su prestigio: "La vida es silbar","Suite Habana" y "José Martí: el ojo del canario". Uno de esos aspectos es su interés en lo engañosamente insignificante: una cebolla, la mirada de una rana, el cucurucho de maní, un pequeño ventilador de cuyas aspas cuelgan restos de una telaraña, el vuelo circular de una paloma, la maravilla muda de unos caracoles que avanzan, meneando las antenas de los ojos, sobre un muro. Pérez se declaró un amante incondicional de la naturaleza, caja de asombros y fuente contagiosa de energía.
Otro aspecto notable de su obra es su empatía hacia esos hombres y mujeres que deambulan por una urbe maltrecha y a quienes es poco menos que imposible ver sonreír. A la desolación resignada del ser humano, Fernando Pérez opone una solidaridad y compasión capaces de atenuar el abatimiento que roe los sueños individuales y colectivos.
Refiriéndose a "José Martí: el ojo del canario", Pérez manifestó su predilección por la escena donde el poeta, niño, descubre la naturaleza de la isla y parece, echado sobre la tierra y las hojas, poseerla y ser poseído por ella, mientras presta atención a los ruidos de los animales del monte, incorpora las imágenes que le rodean y palpa, huele, prueba la noche insular.
Pérez y Canel coincidieron en la importancia de la edición entendida como resta, es decir, como forma de reducir el material filmado a lo justo, de manera que ningún exceso distraiga o impida que lo esencial sea, más que un componente, toda la película.
No me despedí de un extraño sino de un amigo posible, cuya sensibilidad, afabilidad y modestia enaltecen el país de todos. Agradezco a Fausto Canel la gestión que propició el coloquio y su participación en él, y a Fernando Pérez, en medio de la desesperanza, la esperanza, consecuencia del diálogo con su trabajo y su persona.