Termina Carlos Alberto su pieza comparando a la dictadura cubana con el cuerpo colegiado del Estado Vaticano. ¡Vaya desprecio a una institución que ha dado tanto por la salvación moral del ser humano!
¿Qué tendrá que ver la declaración de Raúl Castro de volver a rezar y hasta de asistir a misa, que es un asunto netamente coyuntural o hasta personal, con acusar al papa Francisco de excéntrico y hacedor de rascacielos?
Una persona excéntrica, implica que es rara, extravagante, loca. Nada más lejano a la personalidad y en la conducta del papa Francisco, que es una persona humilde; de profundas creencias religiosas; siempre pidiendo que recemos por él; que no le gustan los lujos y la pompa; que en ocasiones se cocina su propia cena; que prefiere que su anillo sea de plata y no de oro; que ha combatido con justeza a los corruptos de la banca Vaticana; que le ha ido cerrando el camino siniestro a los curas pedófilos; que insiste en poner a los pobres en el centro del trabajo apostólico de la Iglesia Católica; que se desvela por el drama de los inmigrantes en Lampedusa y en todas las fronteras donde la pobreza impulsa movimientos migratorios masivos; que respeta y perdona a los pecadores; que confiesa no sentirse con poder moral para juzgar a las personas gais y/o lesbianas; que quiere que los divorciados vuelvan a la Iglesia; que pide soluciones pacíficas en las zonas de violencia del mundo en base al diálogo y al perdón, como ocurrió en España, después de la sangrienta Guerra Civil del siglo pasado, y en la Suráfrica del apartheid y de Nelson Mandela.
Eso explica la mediación reciente del papa Francisco para que se reconozca a los dos Estados de Israel y Palestina. Que, por cierto, vale la pena decir que no solamente es la posición de Francisco, sino de la Iglesia Católica, pues desde 1994 el papa Juan Pablo II estableció relaciones diplomáticos con el Estado Palestino.
Por supuesto que la Iglesia Católica ha cometido errores en su larga historia, como todos y como toda institución con enormes responsabilidades. No nos molesta, como católicos, que se hablen y discutan. Ese es el carisma de la libertad que viene de la mano de Dios con la creación.
¿O es que acaso no han cometido errores los Estados Liberales que defiende con tanta pasión nuestro amigo Carlos Alberto?
No tendría sentido histórico ni sería justo, que pretendamos disminuir la grandeza de Suecia –el país liberal por excelencia– por la etapa imperialista de Gustavo Adolfo II en el siglo XVII; ni sería inteligente herir a esa otra gran nación liberal, Canadá, por la batalla de Ticonderoga (1758) en la Guerra sangrienta de los Siete Años del siglo XVIII. Hay cosas en la vida que no vale la pena decir, porque hieren con poco sentido y no construyen ni un minúsculo cantero para que crezcan las plantas.
Nuestro amigo y colega Carlos Alberto siempre anda utilizando el Tratado de Letrán (1929), donde Mussolini, como Primer Ministro reconoció al Estado Vaticano. Justo evaluar y hasta discernir cómo ese tratado resolvió un encono histórico entre Italia y la Iglesia Católica. Además de haber sido un acuerdo unificador.
No fue negativo ni destructor que el liberal Winston Churchill, ese gran hombre del siglo XX, visitara en 1927, como ministro de Hacienda de Gran Bretaña, al Primer Ministro Benito Mussolini en Roma.
La historia es maestra, aunque tenga coordenadas curiosas y hasta molestas o criticables. Como bien dijo la sabiduría de El Quijote, "en todas las casas se cuecen habas, y en la mía calderadas".
Si Carlos Alberto investigara a fondo, aunque no lo desmiente, esa obra grande socio-humanitaria del catolicismo en ayudar a los enfermos, a los ancianos, a los pobres, a los desamparados, a los leprosos, a los hambrientos, a los inmigrantes, a los niños abandonados, a las mujeres abusadas, vería una obra única y santa en la historia.
Sólo con visitar a una Casa de la Madre Teresa, en cualquier lugar del mundo, uno siente agradecimiento y regocijo espiritual. Por si Carlos Alberto no lo sabe, en nuestra Cuba solamente las seguidoras de la Madre Teresa, esas monjitas frágiles e incansables, tienen 11 casas de humildes Hermanas de la Caridad, cuidando y alimentando a nuestros niños cubanos, para aliviar así la pobreza que escandaliza.
Ese es realmente, Carlos Alberto, el verdadero rascacielos de la Iglesia, que con mucho esfuerzo de bondad se eleva por todas las latitudes para acercarse a los desamparados con la palabra del Dios misericordioso que es de todos.
Podemos hacer un simposio de los errores de la Iglesia Católica. Tal vez dos, cinco, los que quiera Carlos Alberto. Los conocemos al detalle. No tenemos temor a hablar de ellos. Lo hemos hecho muchas veces.
Pero cuando hablemos de los errores de la Iglesia, como el de la violencia de las Cruzadas, que Carlos Alberto menciona con frecuencia repetitiva, y tiene todo el derecho de hacer, que mencione al menos los gestos de Santidad de la Iglesia, que son muchos y valiosos, por ese esfuerzo espiritual hondo y milagroso en busca de la salvación de las almas. Y que tampoco olvide todas las persecuciones pasadas y presentes, que hemos padecido y padecemos por los fanatismos de ayer y de hoy.
Menciono sólo cuatro santos: San Francisco de Asís, el santo de los pobres. San José de Calasanz (Escolapio), el santo de la educación gratuita para todos. San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, a la que pertenece el papa Francisco. Y Santa Benedicta de la Cruz –Edith Stein– judía conversa, carmelita descalza, mártir de los Nazis. ¡Hay santidad en la Iglesia Católica, Carlos Alberto, créeme. No son todos pifias y errores!
¿Qué haríamos, le preguntaría a Carlos Alberto, si Raúl Castro de verdad reconoce sus pecados, empezara a rezar y volviese al seno de la Iglesia? Aquí tenemos un tema casi teológico. ¿Qué recomendaría él como periodista e historiador? ¿Se escandalizaría o lo aceptaría?
Si los racistas de Suráfrica, después de haber perseguido y asesinado tanto a los negros surafricanos, reconocieron su equivocación y aceptaron a Nelson Mandela y a su triunfo democrático, ¿por qué eso no puede ocurrir en Cuba? No estoy afirmando que vaya a ocurrir. Pero podría.
Afirmar, como hace Carlos Alberto que la Iglesia Católica es frígida ante las libertades es casi un desatino ante la historia, por no decir una ofensa torpe.
¿Cómo explicaría Carlos Alberto que el papa Francisco es más popular en Cuba que Fidel y Raúl Castro juntos, de acuerdo a la encuesta reciente que él conoce?
Tal vez esa querencia de los cubanos hacia el papa Francisco es porque se ha ocupado de los cubanos, los va a visitar y les ha llevado el mensaje del Evangelio. Además, ha colaborado para que termine ese funesto aislamiento de más de medio siglo que lo único que ha hecho es darle argumentos a la dictadura cubana para que justifique ese desastre económico que es el castrismo y que ha hundido a Cuba en la miseria.
Un abrazo, hermano, y sé más comprensivo con tus amigos católicos y con la Iglesia Católica, que te respeta y quiere.