La obra del escritor Hermann Hesse sigue presente en el mundo cincuenta años después de su muerte con nuevas publicaciones sobre quien ha devenido uno de los escritores más amados y a la vez más atacados entre los monstruos de la literatura.
Así, sus detractores ven al autor de El juego de abalorios y El lobo estepario, en el mejor de los casos, como un escritor sensiblero y, en el peor, como un predicador de la destrucción de la civilización, según publica hoy la agencia Efe.
El crítico Marcel Reich-Ranicki, este sí sensiblero en su academicismo, sostiene por ejemplo que Hesse, al escribir Demian, escribió "un libro nazi sin darse cuenta".
Pero, curiosamente, décadas después, una de las lectoras compulsivas de este libro sería Ulrike Meinhoff, que es una de las figuras emblemáticas de la banda terrorista de izquierdas Fracción del Ejército Rojo. Aparente paradoja que, en puridad, no es tal, debido a que, al final, nazis y comunistas no serían otra cosa que manifestaciones diferenciadas de un mismo socialismo, nacionalista el uno, internacionalista el otro, ario el uno, proletario el otro, pardo éste, rojo aquél, matador del judío el primero, matador del burgués el segundo; despiadados totalitarismos ambos.
Los defensores de Hesse, por otro lado, suelen ver en sus obras un llamado a despertar en cada ser humano sus potencialidades psíquicas más allá de los trillados maniqueísmos al uso y de los convencionalismos que lastran la libertad individual.
Nacido en Calw, en Alemania y en 1877, pero con nacionalidad suiza desde 1924, Hesse murió en Montagnola, Suiza, el 9 de agosto de 1962, dejando un legado literario convertido en "best seller" mundial, con 140 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, de los cuales solo una sexta parte corresponde a las ediciones en alemán.
Junto a Thomas Mann y Stefan Zweig, es el autor de lengua alemana más leído al presente en el mundo y uno de los dos únicos autores suizos, junto a Carl Spitteler, que han sido galardonados con el Premio Nobel; en el caso de Hesse en 1946.
Dos biografías, una de Heimo Schwilk y otra de Gunnar Decaer, se acercan a la figura de Hesse y coinciden en su esfuerzo por cuestionar la imagen del autor de El lobo estepario como un icono de la generación contestataria de los sesenta; lo que quizá hubiera no sólo asombrado, sino asustado al mismísimo autor.
Las dos biografías destacan que todo la última novela de Hesse, El juego de abalorios, en la que se plantea una utopía donde la realización personal es posible en la subordinación a un orden, un orden culto y mesurado, un futuro que vuelve a una suerte de Edad Media mejorada, luego de una gran catástrofe ocurrida a la humanidad, una oportuna advertencia ante la banalidad de lo moderno, lo que parece alejarse del tono rebelde de las otras obras de Hesse, según asegura Efe, pero que en el fondo no sería más que la rebeldía absoluta ante la domesticación que impone la sensiblería socialistode de estos tiempos.
Hesse fue, desde el comienzo, un poeta y un escritor de la rebelión y la crisis pero también un escritor que aspiraba a la reconciliación, sobre todo a la reconciliación con el sí mismo; cada uno con su sí mismo. Para, entonces quizás, lograr eso que los abanderados del buenismo a todo trance y a veces en trance, llaman reconciliación política, político-social.
El inicio de la historia de la rebelión de Hesse contra su familia, contra la tradición protestante y contra las normas burguesas podría tal vez fijarse en su fuga del seminario de Maulbronn, ocurrida en marzo de 1892, con lo que abandona el férreo camino que le habían trazado sus padres como pastor protestante.
Hesse trabajó de joven en una librería y se dedicó al periodismo independiente, lo que le inspiró su primera novela, Peter Camenzind, 1904, que es la historia de un escritor bohemio que rechaza a la sociedad para acabar llevando una existencia de vagabundo.
Pero, lo cierto es que el tema medular de la mayoría de sus obras no es otro que el hombre enfrentado a su destino o, mejor, a la búsqueda de su destino y, por lo mismo, lo que emana de una lectura no superficial de sus obras son los peligros del alma y la necesidad de inmersión hasta el fondo de sus oscuridades con el objeto último de emerger hacia la luz o, mejor, hacia un pacto en los claroscuros.
Así, sus detractores ven al autor de El juego de abalorios y El lobo estepario, en el mejor de los casos, como un escritor sensiblero y, en el peor, como un predicador de la destrucción de la civilización, según publica hoy la agencia Efe.
El crítico Marcel Reich-Ranicki, este sí sensiblero en su academicismo, sostiene por ejemplo que Hesse, al escribir Demian, escribió "un libro nazi sin darse cuenta".
Pero, curiosamente, décadas después, una de las lectoras compulsivas de este libro sería Ulrike Meinhoff, que es una de las figuras emblemáticas de la banda terrorista de izquierdas Fracción del Ejército Rojo. Aparente paradoja que, en puridad, no es tal, debido a que, al final, nazis y comunistas no serían otra cosa que manifestaciones diferenciadas de un mismo socialismo, nacionalista el uno, internacionalista el otro, ario el uno, proletario el otro, pardo éste, rojo aquél, matador del judío el primero, matador del burgués el segundo; despiadados totalitarismos ambos.
Los defensores de Hesse, por otro lado, suelen ver en sus obras un llamado a despertar en cada ser humano sus potencialidades psíquicas más allá de los trillados maniqueísmos al uso y de los convencionalismos que lastran la libertad individual.
Nacido en Calw, en Alemania y en 1877, pero con nacionalidad suiza desde 1924, Hesse murió en Montagnola, Suiza, el 9 de agosto de 1962, dejando un legado literario convertido en "best seller" mundial, con 140 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, de los cuales solo una sexta parte corresponde a las ediciones en alemán.
Junto a Thomas Mann y Stefan Zweig, es el autor de lengua alemana más leído al presente en el mundo y uno de los dos únicos autores suizos, junto a Carl Spitteler, que han sido galardonados con el Premio Nobel; en el caso de Hesse en 1946.
Dos biografías, una de Heimo Schwilk y otra de Gunnar Decaer, se acercan a la figura de Hesse y coinciden en su esfuerzo por cuestionar la imagen del autor de El lobo estepario como un icono de la generación contestataria de los sesenta; lo que quizá hubiera no sólo asombrado, sino asustado al mismísimo autor.
Las dos biografías destacan que todo la última novela de Hesse, El juego de abalorios, en la que se plantea una utopía donde la realización personal es posible en la subordinación a un orden, un orden culto y mesurado, un futuro que vuelve a una suerte de Edad Media mejorada, luego de una gran catástrofe ocurrida a la humanidad, una oportuna advertencia ante la banalidad de lo moderno, lo que parece alejarse del tono rebelde de las otras obras de Hesse, según asegura Efe, pero que en el fondo no sería más que la rebeldía absoluta ante la domesticación que impone la sensiblería socialistode de estos tiempos.
Hesse fue, desde el comienzo, un poeta y un escritor de la rebelión y la crisis pero también un escritor que aspiraba a la reconciliación, sobre todo a la reconciliación con el sí mismo; cada uno con su sí mismo. Para, entonces quizás, lograr eso que los abanderados del buenismo a todo trance y a veces en trance, llaman reconciliación política, político-social.
El inicio de la historia de la rebelión de Hesse contra su familia, contra la tradición protestante y contra las normas burguesas podría tal vez fijarse en su fuga del seminario de Maulbronn, ocurrida en marzo de 1892, con lo que abandona el férreo camino que le habían trazado sus padres como pastor protestante.
Hesse trabajó de joven en una librería y se dedicó al periodismo independiente, lo que le inspiró su primera novela, Peter Camenzind, 1904, que es la historia de un escritor bohemio que rechaza a la sociedad para acabar llevando una existencia de vagabundo.
Pero, lo cierto es que el tema medular de la mayoría de sus obras no es otro que el hombre enfrentado a su destino o, mejor, a la búsqueda de su destino y, por lo mismo, lo que emana de una lectura no superficial de sus obras son los peligros del alma y la necesidad de inmersión hasta el fondo de sus oscuridades con el objeto último de emerger hacia la luz o, mejor, hacia un pacto en los claroscuros.