Poco antes de conmemorarse el décimo segundo aniversario del ataque terrorista contra EEUU, pasé por la tienda de Luis, un peletero de Ecuador, de trato amable y profesional, considerada entre las mejores zapaterías del bajo Manhattan, en el área de Tribeca.
Meses después del 9/11 supuso para Luis la abundancia no solo de ceniza y escombros en su local sino la permanencia de un estimado 180 pares de zapatos reparados que nadie reclamaba. Mientras el mundo veía imágenes aéreas de lo que se vino a conocer como el Punto Cero, los que transitábamos por las calles Church, Chambers, Dey, nos percatábamos de las zapaterías con zapatos esperando en las vidrieras a que sus dueños les reclamaran. Pasaban los meses y seguían ahí.
La recuperación del Centro Mundial del Comercio se demoró debido al debate sobre el ¿qué hacer?. Desde un inicio hasta yo me sumé al reclamo de que se volvieran a construir las Torres Gemelas. Las Torres se convirtieron en la obsesión ya que hasta en joyería fina desde yugos hasta broches se empleaban como algo sentimental y digno de que las reflejáramos. No sé de dónde saqué yo que el sufrimiento es sinónimo de la elegancia, pero es una reflexión que me viene a la mente. Del primer reclamo sobre la reconstrucción de las Torres, aún más altas si fuera posible, se inició una reflexión más profunda de qué es lo que necesitaría Nueva York, y sobre todo, como conmemorar las vidas perdidas. Las experiencias hicieron valer un pensamiento de Max Jennings, editor del rotativo Daily News, de Dayton Ohio, "...¿puedo ser un ciudadano de mi comunidad y también periodista? Creo que sí.”.
Solo que Jennings escribió eso en 1996, unos 5 años antes que periodistas se quedaran sin voz al describir el horror vivido; o lloraran abiertamente ante las cámaras al percatarse que aquellas docenas de miles de seres ambulantes por todo Nueva York buscaban en vano en cuanto hospital había, a miles que habían sido reducidos a polvo.
La decisión de cómo reconstruir el Centro Mundial del Comercio fue tomando forma. Se realizaron competencias y el arquitecto de origen judío polaco Daniel Liebeskind, ganó el concurso. Me topé con él caminando en la cercanía de la luminosidad que se convirtió el Centro Mundial del Comercio. Sin edificio, era un vacío con luz. Felicité a Liebeskind, "Maestro, Mazal Tov", y él y su esposa me dieron sus manos, contentos que su visión de lo que este espacio debiera reflejar también gustara a una cubana.
En el 2005, la herida 9/11 golpeaba a Nueva York con inmediatez. Jim Watkins, periodista en el canal 11 de esta ciudad, escribió en enero de ese año sobre la necesidad de algunos de no seguir viendo las imágenes de los aviones estrellándose contra las Torres, su desplome, la desgracia.
Canales de televisión retiraron las imágenes de lo que el Padre Miguel Angel Loredo definió en uno de sus cuadros, "Su última decisión", obra que reflejaba a ciudadanos lanzándose hacia el abismo con tal de no enfrentar la llamarada de hornos verticales en lo que se convirtieron las Torres. Jim Watkins decía en su artículo publicado en el rotativo AM New York, que el estadounidense siempre había recordado su historia, siempre había hecho el esfuerzo de recordar. El articulista pedía opiniones, al afirmar que como profesional de prensa su filosofía era reflejar lo bueno y lo malo, pero que como neoyorquino reconocía que quienes habíamos vivido el día teníamos una herida psíquica que sanar. Por supuesto, que lo que escribió me gustó y desde entonces bien a mano.
Fui a Luis en búsqueda de consejos, al peletero/zapatero de Church Street, el que tuvo que donar 60% de los zapatos que nadie recogió pero que sí logro devolver el remanente de 40% a sus dueños. Luis me dijo que es cierto que Nueva York en el 2013 dista de sanarse de la barbarie del 9/11, que a la gente le caracteriza la ausencia de aquella alegría social y saludos y calidez que se experimentaba en la ciudad anteriormente. Me atreví preguntarle que por qué no optaba mejor regresar a su hogar tranquilo y acogedor en Latinoamérica. Me contestó sencillamente, que había echado raíces, que había decidido seguir en Nueva York apoyando a su familia, a su vecindario y a sus clientes. Entre estos, yo.
Pensé que al periodista que preguntaba cuántas imágenes podíamos seguir viendo del 9/11, y pensé, todas las que tengamos que mostrar. Estamos aquí para informar y también recordar. A la vez, Nueva York no se ha estancado.
Cierto que el 1 WTC recuerda la Independencia de hace siglos de esta gran nación con sus 1776 pisos; que la antiquísima Greenwich Street vuelve a surgir en el Bajo Manhattan. Pero qué clase de sociedad esta: en medio de una tremenda recesión económica, los neoyorquinos pagan con su trabajo e impuestos la reconstrucción de un terruño que algunos preferirían ver como muestra de derrota de nuestra civilización. Qué clase de generación ésta que aún abatida, construye. Dichosa toda generación que no obstante los horrores y obstáculos se aferran a la vida y a dejar al mundo un poquito mejor. Que siembra a todo viento. Las imágenes del 9/11 seguirán siendo desgarradoras pero hay voluntad para seguir creando y viviendo aquí.
Meses después del 9/11 supuso para Luis la abundancia no solo de ceniza y escombros en su local sino la permanencia de un estimado 180 pares de zapatos reparados que nadie reclamaba. Mientras el mundo veía imágenes aéreas de lo que se vino a conocer como el Punto Cero, los que transitábamos por las calles Church, Chambers, Dey, nos percatábamos de las zapaterías con zapatos esperando en las vidrieras a que sus dueños les reclamaran. Pasaban los meses y seguían ahí.
La recuperación del Centro Mundial del Comercio se demoró debido al debate sobre el ¿qué hacer?. Desde un inicio hasta yo me sumé al reclamo de que se volvieran a construir las Torres Gemelas. Las Torres se convirtieron en la obsesión ya que hasta en joyería fina desde yugos hasta broches se empleaban como algo sentimental y digno de que las reflejáramos. No sé de dónde saqué yo que el sufrimiento es sinónimo de la elegancia, pero es una reflexión que me viene a la mente. Del primer reclamo sobre la reconstrucción de las Torres, aún más altas si fuera posible, se inició una reflexión más profunda de qué es lo que necesitaría Nueva York, y sobre todo, como conmemorar las vidas perdidas. Las experiencias hicieron valer un pensamiento de Max Jennings, editor del rotativo Daily News, de Dayton Ohio, "...¿puedo ser un ciudadano de mi comunidad y también periodista? Creo que sí.”.
Solo que Jennings escribió eso en 1996, unos 5 años antes que periodistas se quedaran sin voz al describir el horror vivido; o lloraran abiertamente ante las cámaras al percatarse que aquellas docenas de miles de seres ambulantes por todo Nueva York buscaban en vano en cuanto hospital había, a miles que habían sido reducidos a polvo.
La decisión de cómo reconstruir el Centro Mundial del Comercio fue tomando forma. Se realizaron competencias y el arquitecto de origen judío polaco Daniel Liebeskind, ganó el concurso. Me topé con él caminando en la cercanía de la luminosidad que se convirtió el Centro Mundial del Comercio. Sin edificio, era un vacío con luz. Felicité a Liebeskind, "Maestro, Mazal Tov", y él y su esposa me dieron sus manos, contentos que su visión de lo que este espacio debiera reflejar también gustara a una cubana.
En el 2005, la herida 9/11 golpeaba a Nueva York con inmediatez. Jim Watkins, periodista en el canal 11 de esta ciudad, escribió en enero de ese año sobre la necesidad de algunos de no seguir viendo las imágenes de los aviones estrellándose contra las Torres, su desplome, la desgracia.
Canales de televisión retiraron las imágenes de lo que el Padre Miguel Angel Loredo definió en uno de sus cuadros, "Su última decisión", obra que reflejaba a ciudadanos lanzándose hacia el abismo con tal de no enfrentar la llamarada de hornos verticales en lo que se convirtieron las Torres. Jim Watkins decía en su artículo publicado en el rotativo AM New York, que el estadounidense siempre había recordado su historia, siempre había hecho el esfuerzo de recordar. El articulista pedía opiniones, al afirmar que como profesional de prensa su filosofía era reflejar lo bueno y lo malo, pero que como neoyorquino reconocía que quienes habíamos vivido el día teníamos una herida psíquica que sanar. Por supuesto, que lo que escribió me gustó y desde entonces bien a mano.
Fui a Luis en búsqueda de consejos, al peletero/zapatero de Church Street, el que tuvo que donar 60% de los zapatos que nadie recogió pero que sí logro devolver el remanente de 40% a sus dueños. Luis me dijo que es cierto que Nueva York en el 2013 dista de sanarse de la barbarie del 9/11, que a la gente le caracteriza la ausencia de aquella alegría social y saludos y calidez que se experimentaba en la ciudad anteriormente. Me atreví preguntarle que por qué no optaba mejor regresar a su hogar tranquilo y acogedor en Latinoamérica. Me contestó sencillamente, que había echado raíces, que había decidido seguir en Nueva York apoyando a su familia, a su vecindario y a sus clientes. Entre estos, yo.
Pensé que al periodista que preguntaba cuántas imágenes podíamos seguir viendo del 9/11, y pensé, todas las que tengamos que mostrar. Estamos aquí para informar y también recordar. A la vez, Nueva York no se ha estancado.
Cierto que el 1 WTC recuerda la Independencia de hace siglos de esta gran nación con sus 1776 pisos; que la antiquísima Greenwich Street vuelve a surgir en el Bajo Manhattan. Pero qué clase de sociedad esta: en medio de una tremenda recesión económica, los neoyorquinos pagan con su trabajo e impuestos la reconstrucción de un terruño que algunos preferirían ver como muestra de derrota de nuestra civilización. Qué clase de generación ésta que aún abatida, construye. Dichosa toda generación que no obstante los horrores y obstáculos se aferran a la vida y a dejar al mundo un poquito mejor. Que siembra a todo viento. Las imágenes del 9/11 seguirán siendo desgarradoras pero hay voluntad para seguir creando y viviendo aquí.