MIAMI, Estados Unidos.- He recibido el Índice de Libertad Económica publicado por el Fraser Institute (2016). El peor de los 159 países escrutados es Venezuela. Es terrible lo que el chavismo ha hecho con esa pobre sociedad. Ha sacrificado las libertades políticas y las económicas de un país potencialmente riquísimo hasta crear un matadero infecto en el Caribe.
Se sabe que la libertad económica es un componente de la prosperidad. Grosso modo, también se sabe que los países más prósperos son los que pueden exhibir mayor libertad política, aunque a veces esos factores no coinciden.
Basta con revisar varios índices internacionales de desarrollo, además del Fraser, para comprobar que al frente del planeta se encuentran los veinticinco sospechosos habituales de siempre: Suiza, Nueva Zelanda, Noruega, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Inglaterra, Francia, Canadá, Estados Unidos, Alemania, Holanda, Austria, Bélgica, Corea del Sur, Japón, Australia, Italia, España, Israel, Irlanda, Islandia, República Checa, Eslovaquia y Eslovenia.
Se trata de múltiples expresiones de la democracia liberal. Algunos países son los pioneros, como Estados Unidos, que en 1776 inventó el modelo sin proponérselo, o Francia, que hizo su primera revolución una generación más tarde, en 1789. Algunos pasaron por una lamentable y sangrienta etapa fascista, como Alemania, Italia, Japón y España. Otros son recién llegados al club, como las naciones excomunistas, víctimas de las supersticiones marxistas-leninistas que dejaron cien millones de muertos en el trayecto.
Se trata de monarquías o repúblicas; son estados presidencialistas o parlamentarios; son naciones viejas o de nueva creación; fueron imperios “explotadores” o colonias “explotadas”. Pero todos estos países hoy son democracias reguladas por leyes escritas, donde la soberanía radica en el conjunto de la sociedad, los gobernantes son reemplazados periódicamente en elecciones plurales, existe una clara separación de poderes, la sociedad realiza sus transacciones económicas en mercados abiertos, y se respetan los derechos humanos, entre ellos los de prensa, asociación y tenencia de propiedad privada.
No obstante, el Índice de Libertad Económica de Fraser lo encabezan dos entidades diminutas y pujantes que no pueden considerarse democracias.
Uno es Hong Kong, el territorio “más libre” del planeta en materia económica. Un mínimo apéndice enquistado en la dictadura china, rezago colonial asiático en donde el Reino Unido jugó al laissez faire, mientras en la propia metrópolis europea, impulsada por las fantasías fabianas, recurría al estatismo y al dirigismo, para descubrir, en 1997, cuando terminaba el periodo colonial y le devolvía el territorio a China, que el PIB per cápita de la colonia era un tercio mayor que el de la patria putativa que se retiraba.
El otro es Singapur, una ciudad-estado-isla, de pocos cientos de kilómetros cuadrados, situada entre Indonesia y Malasia, una mínima protuberancia geológica con himno y bandera, también desovada por el Reino Unido, hoy altamente desarrollada, que comenzó sus reformas en 1961, entonces más pobre que Cuba y hoy infinitamente más rica que la isla caribeña.
Mediante el mercado libre, la honradez y el sentido común de sus gobernantes (que tienen la mano muy dura), Singapur ha logrado alcanzar un PIB de más de ochenta mil dólares anuales (el doble de Gran Bretaña), mientras el gobierno apenas consume el 15% de ese PIB, y la sociedad disfruta de servicios públicos equivalentes a los que reciben los escandinavos, quienes dedican más del 50% del PIB a gastos del sector oficial.
Y entre los veinticinco “más libres” en el terreno económico comparecen también los Emiratos Árabes, Jordania y Catar, tres monarquías islámicas mucho más parecidas a los sultanatos medievales que a las democracias modernas.
Lo que quiero decir es que es posible tener libertad económica sin que ello desemboque en libertad política y respeto por los derechos humanos. Como también la libertad económica no siempre y necesariamente genera prosperidad individual (aunque contribuye muchísimo), a menos de que vaya acompañada por un intenso desarrollo de lo que se llama, desde hace varias décadas, “capital humano” (educación) y “capital social” (hábitos y conductas de los individuos con relación al Estado de Derecho).
Hasta ahora, los mejores vivideros del planeta son aquellos en los que se conjugan las libertades políticas, las económicas, y las ideas correctas sobre el desarrollo y la convivencia. Esto se confirma con el signo de las migraciones. Ese Índice, todavía inédito, se realiza con los pies. Sería interesante juzgar a los países por el número de inmigrantes que recibe o por los que expulsa. Ese es un dato clave para ponderar la calidad de las naciones.