Después de no sé cuántos miles de muertos, después de 54 años de no sé cuántas barbaridades institucionalizadas y aceptadas por la comunidad internacional como lo merecido por los cubanos; tras oír el testimonio de centenares, miles o millones de víctimas del castrismo, es decir, víctimas de una dictadura longeva, persistente e implacable, todavía hoy, cuando lo sabemos todo gracias a Internet, te tropiezas en Europa con gentes que, al entablar una conversación sobre Cuba y al hablarles mal de ese sistema, (y, ojo, porque uno no habla mal del sistema castrista por gusto, lo que sucede es que limitándose a los datos objetivos, a la descripción más apegada a la realidad posible, el retrato general resultante es, por supuesto, para poner los pelos de punta a cualquiera), pues esas gentes son capaces todavía de mirarte con cara de incredulidad al musitarte cosas de este estilo: “¿pero de verdad Cuba está tan mal?”, “yo no estoy de acuerdo con las dictaduras, pero sí guardo respeto por la Revolución cubana, que dio educación y salud gratis para el pueblo”. ¡Qué buena esa estrategia de ofrecer educación (adoctrinamiento) al pueblo! ¡Qué genialidad la de garantizar la atención sanitaria universal! ¡Que ningún esclavo del barracón se quede sin médico, por favor! Todo dictador debería tomar nota de la receta.
Lo curioso y cansino del asunto es que estos interlocutores (que no suelen ser pocos) salen siempre en cualquier discusión sobre Cuba. Son muy persistentes. Al final ya parece que discutir sobre Cuba se haya convertido en un entretenimiento más para la hora del café como lo puede ser jugar a las cartas o tirar los dardos, asunto de sobremesa. Esas cosas que se hacen, simplemente, para matar el rato mientras se hace la digestión y nos tomamos un carajillo. Por lo general el interlocutor que sale en defensa del sistema castrista, como una alternativa al capitalismo (y hoy esto está muy, pero que muy de moda), sabe muy poco de la realidad del país, pero en cambio sí tiene esculpidas en su cerebro las cuatro o cinco ideas de la propaganda oficial que siempre salen a colación cuando de discutir sobre la Isla se trata. Además acostumbran a ser gente que no quiere escuchar, poco dada al diálogo, y que mantiene esas cuatro ideas fijas en su imaginario. De allí no quiere salir. Viven instalados en un mundo en el que Estados Unidos es el imperialismo, el capitalismo y el mal y todo lo que se afirma en su contra, venga de donde venga, les resulta, en consecuencia, aceptable. Una religión, como cualquier otra.
Luego están por supuesto los que no toman partido, los que escuchan y preguntan sobre el estado de salud de Fidel Castro. “¿Pero todavía está vivo ese hombre?”, preguntan con asombro una gran mayoría. Por lo general la gente ha olvidado Cuba y no existe una percepción de que haya un problema con ese país (a esto contribuye la prensa en general para la cual los opositores son invisible porque, evidentemente, la mayoría se traga el discurso oficial de que los que se oponen a Castro son asalariados de la CIA y no merecen tener cancha). Por eso es posible que alguien se te acerque antes de este verano para preguntar si hay alguna manera de ir a trabajar a Cuba tres meses, en plan beca en alguna empresa y ganarse algún dinerillo extra. “No, Cuba no es un país normal, me temo que deberías olvidarte de esto”, le dije.
Pero lo realmente inquietante es la persistencia de esos defensores del régimen en cualquier ocasión que se presente. Esos que saltan en cualquier debate y se apoderan de él con suma facilidad. Por lo general, no hay alguien en frente que pueda rebatirles sus argumentos, cosa que resulta muy fácil, porque todo es bastante evidente. Pero en fin, los que ven claramente el problema de Cuba no son la mayoría y no siempre están allí donde podrían contribuir a que se produzca una percepción más justa de lo que es la Cuba actual. Quien mucho podría hacer para invertir la situación serían los mismos cubanos exiliados, aunque lamentablemente sean una mayoría los que sienten cierta inapetencia a la hora de embarcarse en discusiones sobre su país con extranjeros voluntariamente ciegos o mentalmente limitados (que también puede ser). Es totalmente comprensible, por otro lado. Todos tenemos nervios y nadie quiere perderlos. Pero también está claro que el problema lo debe resolver quien tiene el problema y no quien lo observa desde un punto lejano.
Hay una ausencia de cuestionamientos sobre lo que sucede en Cuba, fuera del círculo de un exilio comprometido con el futuro del país y una resistencia interna que combate dos dictaduras, la de los Castro y esa otra tiranía intangible de la opinión internacional que se ceba contra los opositores al régimen mientras mira con simpatía los cambios del timbiriche y considera más interesante y divertido que terrible e intolerable lo que sucede en la Isla. Lo que está claro es que nadie quiere para él mismo lo que tienen hoy los cubanos. Claro, a excepción de nuestro Willy Toledo quien, por supuesto, reside en otro planeta.
El pueblo cubano es un pueblo al que hay que compadecer doblemente porque está subyugado no por una sola dictadura, real, con sus propias normas y leyes, e incluso un parlamento. Está subyugado también por esa otra dictadura de la opinión internacional, alimentada por ese ejército de justificadores del terror castrista, siempre dispuesto a echar un cable al totalitarismo de izquierdas.
Lo curioso y cansino del asunto es que estos interlocutores (que no suelen ser pocos) salen siempre en cualquier discusión sobre Cuba. Son muy persistentes. Al final ya parece que discutir sobre Cuba se haya convertido en un entretenimiento más para la hora del café como lo puede ser jugar a las cartas o tirar los dardos, asunto de sobremesa. Esas cosas que se hacen, simplemente, para matar el rato mientras se hace la digestión y nos tomamos un carajillo. Por lo general el interlocutor que sale en defensa del sistema castrista, como una alternativa al capitalismo (y hoy esto está muy, pero que muy de moda), sabe muy poco de la realidad del país, pero en cambio sí tiene esculpidas en su cerebro las cuatro o cinco ideas de la propaganda oficial que siempre salen a colación cuando de discutir sobre la Isla se trata. Además acostumbran a ser gente que no quiere escuchar, poco dada al diálogo, y que mantiene esas cuatro ideas fijas en su imaginario. De allí no quiere salir. Viven instalados en un mundo en el que Estados Unidos es el imperialismo, el capitalismo y el mal y todo lo que se afirma en su contra, venga de donde venga, les resulta, en consecuencia, aceptable. Una religión, como cualquier otra.
Luego están por supuesto los que no toman partido, los que escuchan y preguntan sobre el estado de salud de Fidel Castro. “¿Pero todavía está vivo ese hombre?”, preguntan con asombro una gran mayoría. Por lo general la gente ha olvidado Cuba y no existe una percepción de que haya un problema con ese país (a esto contribuye la prensa en general para la cual los opositores son invisible porque, evidentemente, la mayoría se traga el discurso oficial de que los que se oponen a Castro son asalariados de la CIA y no merecen tener cancha). Por eso es posible que alguien se te acerque antes de este verano para preguntar si hay alguna manera de ir a trabajar a Cuba tres meses, en plan beca en alguna empresa y ganarse algún dinerillo extra. “No, Cuba no es un país normal, me temo que deberías olvidarte de esto”, le dije.
Pero lo realmente inquietante es la persistencia de esos defensores del régimen en cualquier ocasión que se presente. Esos que saltan en cualquier debate y se apoderan de él con suma facilidad. Por lo general, no hay alguien en frente que pueda rebatirles sus argumentos, cosa que resulta muy fácil, porque todo es bastante evidente. Pero en fin, los que ven claramente el problema de Cuba no son la mayoría y no siempre están allí donde podrían contribuir a que se produzca una percepción más justa de lo que es la Cuba actual. Quien mucho podría hacer para invertir la situación serían los mismos cubanos exiliados, aunque lamentablemente sean una mayoría los que sienten cierta inapetencia a la hora de embarcarse en discusiones sobre su país con extranjeros voluntariamente ciegos o mentalmente limitados (que también puede ser). Es totalmente comprensible, por otro lado. Todos tenemos nervios y nadie quiere perderlos. Pero también está claro que el problema lo debe resolver quien tiene el problema y no quien lo observa desde un punto lejano.
Hay una ausencia de cuestionamientos sobre lo que sucede en Cuba, fuera del círculo de un exilio comprometido con el futuro del país y una resistencia interna que combate dos dictaduras, la de los Castro y esa otra tiranía intangible de la opinión internacional que se ceba contra los opositores al régimen mientras mira con simpatía los cambios del timbiriche y considera más interesante y divertido que terrible e intolerable lo que sucede en la Isla. Lo que está claro es que nadie quiere para él mismo lo que tienen hoy los cubanos. Claro, a excepción de nuestro Willy Toledo quien, por supuesto, reside en otro planeta.
El pueblo cubano es un pueblo al que hay que compadecer doblemente porque está subyugado no por una sola dictadura, real, con sus propias normas y leyes, e incluso un parlamento. Está subyugado también por esa otra dictadura de la opinión internacional, alimentada por ese ejército de justificadores del terror castrista, siempre dispuesto a echar un cable al totalitarismo de izquierdas.