Temporal polvareda mediática armó hace pocos días en Brasil, el ministro cubano de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera, Rodrigo Malmierca cuando asistió a la sesión plenaria de la IX Reunión entre Brasil y Cuba para los Asuntos Económicos y Comerciales, donde declaró que en Cuba nunca se permitirá que se presenten a elecciones formaciones que lleven siglas distintas a las del Partido Comunista Cubano (PCC).
Ante palabras como estas, un buen grupo de conocedores de la realidad de la isla respondieron publicando sabios, serios, y quirúrgicos estudios donde intentaron explicar la sumisión o la amenaza que para ellos significa tal aseveración, obviando lo taimado de este singular funcionario, sugiriendo de una forma bastante discreta, que en venideros comicios, y para evitar el relajo, se permitirá únicamente la inclusión de formaciones con siglas iguales a las de Partido Comunista de Cuba. Por ejemplo, Partido Cívico Cristiano (PCC), Partido Constitucional Cubano (PCC), Partido Conservador Cubano (PCC), Partido Católico del Cambio (PCC),…y otros.
El hoy ministro Malmierca, por cierto, eminencia gris y mucho más inexpresivo que el doble blanco en dominó, fue un joven contestatario que por allá por los años 80, cuando aún no existía Internet en la isla y él apenas se graduaba de la facultad de economía de la Universidad de La Habana, formaba parte de una juventud fulgurante que, en paralela similitud con la de los blogueros disidentes de hoy, le intentó decir adiós a la “estética Revolucionaria”.
Desde entonces ya era extensa y sugestiva la biografía político-policial que sobre su vida y sus constantes “manifestaciones” se rumoraba en los ultra secretos pasillos de la corte y, debido a su origen familiar (su padre fue fundador de los órganos de la Seguridad del Estado, ex Viceministro del Interior, ex Ministro de Exterior, miembro del partido y masón), se guardaban con cuidado y en estuche rojo, en consonancia a lo descrito por Eliseo Grenet en su encantador bolero; Las perlas de tu boca.
Rodrigo había decidido vivir asumiendo los riesgos y consecuencias que le traían sus frecuentes opiniones libertarias, hasta que del día a la noche, y por encanto, después de ser reclutado por la Dirección de Inteligencia cubana, aquel inocuo corazón se transformó en pernicioso y empezó a usar guayaberas como camuflaje urbano para crear su propia red de ojos y oídos. Primero en ECIMETAL, luego como consejero comercial de la embajada de Cuba en Brasil, más tarde como embajador en Bélgica y la UE, después como representante de Cuba ante las Naciones Unidas, y ahora como titular del ministerio de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera.
Sin embargo, pese a toda la tranquilidad que le proporciona la sarta de nombramientos y cargos, Rodrigo Malmierca, no ha sido nunca mastín obediente ante la voz de mando del amo.
Habla muy poco en público, sólo cuando es necesario, cosa de no poner en juego su patrimonio jurídico. Hace tiempo entendió que en un sistema que se vende igualitario, ser diferencia es pecado. Pero cuentan allegados que nunca olvidó su pasado, y que solo en círculo cerrado destapa la caja de Pandora donde esconde su más enconado rencor hacia el general Raúl. Porque como dice el refrán “Ese aprecio tiene un precio”.
Ante palabras como estas, un buen grupo de conocedores de la realidad de la isla respondieron publicando sabios, serios, y quirúrgicos estudios donde intentaron explicar la sumisión o la amenaza que para ellos significa tal aseveración, obviando lo taimado de este singular funcionario, sugiriendo de una forma bastante discreta, que en venideros comicios, y para evitar el relajo, se permitirá únicamente la inclusión de formaciones con siglas iguales a las de Partido Comunista de Cuba. Por ejemplo, Partido Cívico Cristiano (PCC), Partido Constitucional Cubano (PCC), Partido Conservador Cubano (PCC), Partido Católico del Cambio (PCC),…y otros.
El hoy ministro Malmierca, por cierto, eminencia gris y mucho más inexpresivo que el doble blanco en dominó, fue un joven contestatario que por allá por los años 80, cuando aún no existía Internet en la isla y él apenas se graduaba de la facultad de economía de la Universidad de La Habana, formaba parte de una juventud fulgurante que, en paralela similitud con la de los blogueros disidentes de hoy, le intentó decir adiós a la “estética Revolucionaria”.
Desde entonces ya era extensa y sugestiva la biografía político-policial que sobre su vida y sus constantes “manifestaciones” se rumoraba en los ultra secretos pasillos de la corte y, debido a su origen familiar (su padre fue fundador de los órganos de la Seguridad del Estado, ex Viceministro del Interior, ex Ministro de Exterior, miembro del partido y masón), se guardaban con cuidado y en estuche rojo, en consonancia a lo descrito por Eliseo Grenet en su encantador bolero; Las perlas de tu boca.
Rodrigo había decidido vivir asumiendo los riesgos y consecuencias que le traían sus frecuentes opiniones libertarias, hasta que del día a la noche, y por encanto, después de ser reclutado por la Dirección de Inteligencia cubana, aquel inocuo corazón se transformó en pernicioso y empezó a usar guayaberas como camuflaje urbano para crear su propia red de ojos y oídos. Primero en ECIMETAL, luego como consejero comercial de la embajada de Cuba en Brasil, más tarde como embajador en Bélgica y la UE, después como representante de Cuba ante las Naciones Unidas, y ahora como titular del ministerio de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera.
Sin embargo, pese a toda la tranquilidad que le proporciona la sarta de nombramientos y cargos, Rodrigo Malmierca, no ha sido nunca mastín obediente ante la voz de mando del amo.
Habla muy poco en público, sólo cuando es necesario, cosa de no poner en juego su patrimonio jurídico. Hace tiempo entendió que en un sistema que se vende igualitario, ser diferencia es pecado. Pero cuentan allegados que nunca olvidó su pasado, y que solo en círculo cerrado destapa la caja de Pandora donde esconde su más enconado rencor hacia el general Raúl. Porque como dice el refrán “Ese aprecio tiene un precio”.