En 1989, el general de división José Abrantes Fernández, entonces Ministro del Interior, fue destituido y juzgado por un tribunal militar especial que le acusó de abuso en el cargo, negligencia en el servicio, uso indebido de recursos materiales y financieros, cohecho, apropiación indebida, y desconocimiento sobre las actividades ilegales que supuestamente “de manera no autorizada” cometieron varios oficiales bajo su mando. Fue sancionado a 20 años de cárcel, y estando en prisión, el 21 de enero de 1991, falleció. Desde entonces, cada vez que se cumple aniversario de su muerte, sobre su casi escondida sepultura en el habanero cementerio de Colón, aparecen ramos de flores. ¿Por qué?
Mas allá del tiempo transcurrido, y mirando desde una distancia de noventa millas, mi visión sigue siendo la misma. Víctima de mi propio prejuicio, hoy sigo considerando que las diferentes sesiones del juicio oral de las causas I y II de 1989 no fueron más que un Crimen de Estado, la mayor y más cruel de las purgas cometidas por el insincero pusilánime Raúl Castro, y un oportuno ensayo para la representación que tuvo lugar, algunos años después, el 31 de julio de 2006 cuando Fidel Castro cedió “provisionalmente” su poder.
¿Fue José Abrantes Fernández la única sombra de Fidel? ¿Fue la envidia de Raúl? ¿Fue un hombre con sed de poder?
No lo sé; pero puedo asegurar que, estratégicamente, fue un error dejarlo morir. A finales de los 80’s, la Perestroika y el Glasnot estaban en su punto culminante, el Socialismo se debilitaba en Europa por los aires reformistas, por la ineficiencia burocrática, por fallas en la economía y las protestas ciudadanas que clamaban por un cambio. No era el momento de retirar a decenas de personas que pertenecían al Comité Central, de destituir ministros ni enviar oficiales a la calle, mucho menos de dejar morir a un hombre en circunstancias tan extrañas.
La prensa oficial del momento hablaba de corrupción, y entiendo, la corruptela con deshonestidad es preocupante, es uno de esos virus incurables que puede asfixiar un país; pero en Cuba era y es la moneda de uso, es folclore. Después de la muerte de Abrantes la corrupción no acabó, empeoró. Y los hechos son visibles, los personajes que están cerca del poder, o forman parte de importantes decisiones, son altamente impopulares y cien veces más corruptos. Se multiplican como los panes y los peces; y entre los más connotados están el Segundo Secretario del Partido Comunista de Cuba, José Ramón Machado Ventura; Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, Presidente Ejecutivo del Grupo de Administración Empresarial y Jefe del V Departamento de las FAR; o Alejandro Castro Espín, asesor de la Comisión Nacional de Defensa y Seguridad Nacional.
Todos recordamos, que el país se vio envuelto en una feria de fusilamientos, suicidios y encarcelamientos. Y si bien yo no fui admirador de ninguno de los implicados, creo que se juzgó con excesiva severidad a las personas, y olvidaron analizar la causa, el origen. Sólo hay que mirar para ver que el germen aún persiste.
Sin embargo, en la actualidad y a pesar de, muchos oficiales y soldados de las FAR y el MININT, se solidarizan, se sienten en deuda y se preguntan ¿por qué?