En las últimas semanas grupos de exiliados cubanos en España han mostrado su disgusto con el gobierno de Mariano Rajoy. Desde hace tiempo su política respecto a Cuba va dando tumbos y a nadie se le escapa que esta situación responde a la voluntad de un sector del Partido Popular (PP) de no molestar a los actuales gobernantes en la isla.
Esta posición como gobierno choca a veces con las opiniones de otros miembros del propio partido, que públicamente se muestran mucho más firmes en contra del régimen de La Habana. Este es el caso de la presidenta del PP de Madrid, Esperanza Aguirre, quien siempre está dispuesta a tirar unos dardos bien afilados con destino a la Plaza de la Revolución.
En los últimos meses se ha producido un aumento de la esquizofrenia de los conservadores españoles en cuanto a Cuba y de ello hay claras muestras, como son las audiencias que le han sido ofrecidas al embajador cubano en España, recibido por el presidente del PP en Valencia, Alberto Fabra, o las atenciones que con el gobierno cubano tiene otro barón popular, el gallego Alberto Núñez Feijóo, que viajó a la Isla y no tuvo ningún problema en posar con las máximas autoridades del régimen, incluido el dictador Raúl Castro.
Aunque no tenga que ver necesariamente con el PP, los Príncipes de Asturias también tuvieron su delicadeza con las autoridades castristas en España y posaron junto al embajador cubano en una feria de turismo en Madrid hace algunas semanas. Por todo esto se puede llegar a la conclusión de que hacerse fotos, darse la mano y estar a buenas con los representantes de un régimen totalitario no pasa factura a estos mandatarios institucionales y políticos, ni tan sólo entre sus propios votantes, sólo en el caso de que éstos sean exiliados cubanos y tengan una opinión desfavorable hacia el gobierno de su país de origen.
No recuerdo en los últimos años del gobierno del PSOE unas muestras públicas de buena sintonía como éstas desde instituciones españolas, excepto el viaje de las socialistas Leire Pajín y Elena Valenciano -actualmente candidata a los próximos comicios europeos- para estrechar lazos (¡atención!) con el Partido Comunista de Cuba. Y eso que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero lo intentó, con los esfuerzos del ex ministro Miguel Ángel Moratinos para cambiar la Posición Común de la Unión Europea (UE).
Ese ministro no se salió nunca con la suya, pero hoy ha sido precisamente el gobierno de su adversario, el del PP, que antes lo criticaba, el que permitirá un giro de política que deja la cuestión de los derechos humanos un tanto descolgada en medio de un nuevo acuerdo con Cuba.
Esta posición en España, más los cambios en otros países de Europa que han permitido el casi levantamiento de la Posición Común, hace pensar que ya casi todo el mundo ha tirado la toalla en cuanto a Cuba y que ya no hay presión política que pueda empujar a los gobernantes cubanos a respetar, como mínimo, los derechos humanos más fundamentales. No hay un cuestionamiento internacional al unipartidismo, a la inexistencia de unos medios de comunicación desligados del aparato del poder, a la prohibición de realizar reuniones con contenido o no político de forma independiente a las organizaciones del Estado.
No hay, por así decirlo, una oposición internacional al castrismo que lo deslegitime tal y como se merecería y debería esperar cualquier demócrata. Ni tan siquiera lo esperan gobiernos con partidos supuestamente amigos de la causa que hagan declaraciones contundentes a favor de las demandas de la oposición, que se resumen en los puntos más básicos de la carta fundamental de los derechos humanos.
Ante un panorama con tales características (es decir, desolador) la única esperanza de cambio efectivo reside en la posibilidad de que las demandas de la oposición toquen la fibra sensible de alguien que hoy forma parte de ese aparato castrista y desde dentro se vayan estableciendo cambios que conduzcan a una revolución democrática dentro de la Revolución castrista.
Ese sería, como decía el recientemente fallecido Huber Matos en algunas de sus declaraciones, el objetivo final del levantamiento de 1959, un golpe con intención de restablecer la democracia pero que Fidel Castro condujo al totalitarismo en el que todavía hoy se encuentra instalado.
Esta posición como gobierno choca a veces con las opiniones de otros miembros del propio partido, que públicamente se muestran mucho más firmes en contra del régimen de La Habana. Este es el caso de la presidenta del PP de Madrid, Esperanza Aguirre, quien siempre está dispuesta a tirar unos dardos bien afilados con destino a la Plaza de la Revolución.
En los últimos meses se ha producido un aumento de la esquizofrenia de los conservadores españoles en cuanto a Cuba y de ello hay claras muestras, como son las audiencias que le han sido ofrecidas al embajador cubano en España, recibido por el presidente del PP en Valencia, Alberto Fabra, o las atenciones que con el gobierno cubano tiene otro barón popular, el gallego Alberto Núñez Feijóo, que viajó a la Isla y no tuvo ningún problema en posar con las máximas autoridades del régimen, incluido el dictador Raúl Castro.
Aunque no tenga que ver necesariamente con el PP, los Príncipes de Asturias también tuvieron su delicadeza con las autoridades castristas en España y posaron junto al embajador cubano en una feria de turismo en Madrid hace algunas semanas. Por todo esto se puede llegar a la conclusión de que hacerse fotos, darse la mano y estar a buenas con los representantes de un régimen totalitario no pasa factura a estos mandatarios institucionales y políticos, ni tan sólo entre sus propios votantes, sólo en el caso de que éstos sean exiliados cubanos y tengan una opinión desfavorable hacia el gobierno de su país de origen.
No recuerdo en los últimos años del gobierno del PSOE unas muestras públicas de buena sintonía como éstas desde instituciones españolas, excepto el viaje de las socialistas Leire Pajín y Elena Valenciano -actualmente candidata a los próximos comicios europeos- para estrechar lazos (¡atención!) con el Partido Comunista de Cuba. Y eso que el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero lo intentó, con los esfuerzos del ex ministro Miguel Ángel Moratinos para cambiar la Posición Común de la Unión Europea (UE).
Ese ministro no se salió nunca con la suya, pero hoy ha sido precisamente el gobierno de su adversario, el del PP, que antes lo criticaba, el que permitirá un giro de política que deja la cuestión de los derechos humanos un tanto descolgada en medio de un nuevo acuerdo con Cuba.
Esta posición en España, más los cambios en otros países de Europa que han permitido el casi levantamiento de la Posición Común, hace pensar que ya casi todo el mundo ha tirado la toalla en cuanto a Cuba y que ya no hay presión política que pueda empujar a los gobernantes cubanos a respetar, como mínimo, los derechos humanos más fundamentales. No hay un cuestionamiento internacional al unipartidismo, a la inexistencia de unos medios de comunicación desligados del aparato del poder, a la prohibición de realizar reuniones con contenido o no político de forma independiente a las organizaciones del Estado.
No hay, por así decirlo, una oposición internacional al castrismo que lo deslegitime tal y como se merecería y debería esperar cualquier demócrata. Ni tan siquiera lo esperan gobiernos con partidos supuestamente amigos de la causa que hagan declaraciones contundentes a favor de las demandas de la oposición, que se resumen en los puntos más básicos de la carta fundamental de los derechos humanos.
Ante un panorama con tales características (es decir, desolador) la única esperanza de cambio efectivo reside en la posibilidad de que las demandas de la oposición toquen la fibra sensible de alguien que hoy forma parte de ese aparato castrista y desde dentro se vayan estableciendo cambios que conduzcan a una revolución democrática dentro de la Revolución castrista.
Ese sería, como decía el recientemente fallecido Huber Matos en algunas de sus declaraciones, el objetivo final del levantamiento de 1959, un golpe con intención de restablecer la democracia pero que Fidel Castro condujo al totalitarismo en el que todavía hoy se encuentra instalado.