la petición ciudadana de Ignacio Estrada y Wendy Guerra ya engrosa polvo en este segundo en alguna gaveta de la Asamblea Nacional.
La petición ciudadana que esa singular y emblemática pareja conformada por Ignacio Estrada y Wendy Guerra entregó el jueves último a la Asamblea Nacional del Poder Popular cubano ya lleva cuatro días de polvo. Ese será su lamentable final: engrosar polvo en los aburridos archivos parlamentarios.
Pedirle a estas alturas a uno de los pocos parlamentos de la Historia donde todos sus miembros profesan la misma ideología y facción política, que analice y lleve a buen término una petición que exige investigaciones sobre campos de concentración en la Isla (las UMAP), que sancione a sus responsables; una petición que solicita esclarecimientos sobre extrañas muertes de gays en las calles cubanas, y que se someta a debate público el exilio forzado para miles de homosexuales en décadas pasadas, nos suena a todos hermosamente ingenuo.
Demasiado cerca tenemos el doloroso antecedente de un Proyecto Varela que solo con trampas burocráticas y plebiscitos ilegales, típicos de repúblicas bananeras, pudo desoírse.
Pero, ¿tiene utilidad esta iniciativa nacida de los anhelos y frustraciones de una pareja para la cual la bandera tricolor es mucho más que diversidad sexual?
Sin dudas. Es el eterno pataleo de los ahorcados. Aquellos a quienes les han quitado todo excepto el derecho a patalear, el derecho a alzar su voz, y escogen sus mejores maneras para hacerlo. Y sobre todo: Ignacio Estrada y Wendy Guerra no permiten que se maquille el pasado, ni que se le oculte el rostro al presente, bajo tierra.
Desde la cúpula gobernante, uno de los sucesos más recientes sobre el tema de la homofobia cubana lo protagonizó nada menos que Fidel Castro. En agosto de 2010 el anciano dictador concedió una entrevista al periódico La Jornada, de México, donde ante cuestionamientos sobre la discriminación a homosexuales a partir de 1965, Castro admitió:
“Sí, fueron momentos de una gran injusticia, la haya hecho quien sea. Si la hicimos nosotros, nosotros… Estoy tratando de delimitar mi responsabilidad en todo eso porque, desde luego, personalmente yo no tengo ese tipo de prejuicios. Si alguien es responsable, soy yo. Es cierto que en ese momento no me podía ocupar de ese asunto… Me encontraba inmerso, principalmente en la Crisis de Octubre, en la guerra, en cuestiones políticas… Nosotros no lo supimos valorar. Pero en fin, de todas maneras, si hay que asumir responsabilidad, asumo la mía. Yo no voy a echarle la culpa a otros”.
Demasiadas aristas tiene el tema para resumirlo en unas pocas frases de consuelo. Demasiadas pruebas hay para dudar de este reconocimiento de culpas, partiendo, incluso de que la Crisis de Octubre data de 1962, cuando aún no comenzaba siquiera el período más crudo de represión anti-gay.
Entre otras cosas, porque Fidel Castro parece admitir tan solo que no actuó contra la homofobia que surgió espontáneamente en la sociedad. No que esa homofobia fue alentada y orientada por todos los dirigentes de la Revolución, él incluido.
He aquí sus palabras a Lee Lockwood en 1965, publicadas en el libro “Cuba de Castro, Fidel de Cuba”:
“Nunca hemos creído que un homosexual pueda personificar las condiciones y requisitos de conducta que nos permita considerarlo un verdadero revolucionario.
Una desviación de esa naturaleza choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante comunista. Creo que debemos considerar cuidadosamente este problema. Pero seré sincero y diré que los homosexuales no deben ser permitidos en cargos donde puedan influenciar a los jóvenes".
Este fue su conocido discurso en La Habana de 1963:
“Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, que andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (…) han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre. Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones. ¿Jovencitos aspirantes a eso? ¡No! ¿Qué opina nuestra juventud fuerte, entusiasta, enérgica, de todas esas lacras?”
No deja de resultar interesante la actitud de los poderosos que con el paso del tiempo revisitan la historia y redecoran sus actos en función de las necesidades del momento.
Normalmente, ¿qué sucede cuando un ciudadano común es tomado en falta en una acción de alcance social? Se le hace pagar por su error. De muy diversas maneras, con una amplia gama de sanciones que, en dependencia de la magnitud de su acto, pueden provocarle desde el simple reproche personal, hasta la privación de su libertad.
Pero bajo esos sistemas semi divinos, justicieros a toda costa y a cualquier costo, ¿quién castiga el error de los infalibles cuando estos milagrosamente se equivocan? ¿Quién les hace responder alguna vez por sus equivocaciones?
Absolutamente nadie. Un Mea Culpa bien sutil como el de Fidel Castro, disfrazado de autocrítica, lo resuelve todo. Aunque no baste para la Historia. Tampoco para quienes la recuerdan o la viven hoy, día a día. No basta para Ignacio Estrada y Wendy Guerra, para lo miles de homosexuales cubanos a quienes se les aplica el patrón de “estado de peligrosidad predelictiva”, que significa en la práctica que por gustarles las personas de su mismo sexo, o por haberse operado los genitales, pueden ser detenidos arbitrariamente y dormir en celdas, cuando menos durante un par de días.
Y tampoco basta aquel sonriente Mea Culpa para los miles de gays cuya única escapatoria del Gulag cubano de los años ´70 fue el exilio forzoso: han anunciado que pretenden firmar la petición ciudadana de Ignacio Estrada y Wendy Guerra. Sus heridas no han cerrado. No cerrarán nunca.
Quizás la arista más interesante de esta petición donde en resumen se le pide a la Asamblea Nacional desempolvar el tema homosexual, mirarlo de frente, saber que sigue siendo un problema en una Cuba donde cada vez faltan más derechos y sobran deberes, sea conocer qué postura asumirá la Sexóloga en Jefe, Mariela Castro, que toma experiencias en Ámsterdam, imparte conferencias en San Francisco, vive la dulce vida de su apellido y se presenta como adalid de los gays cubanos.
¿Mirará hacia otro lado mientras cien, doscientos, algunos miles de gays, lesbianas, transexuales residentes en Cuba o el exterior estampen sus firmas sobre este espinoso documento? ¿Se desentenderá del caso por haber sido promovido por homosexuales que se oponen al gobierno de su padre? ¿Los discriminará esta vez no por su filiación sexual, pero sí por su filiación política?
Sí, qué dudas cabe, la petición ciudadana de Ignacio Estrada y Wendy Guerra ya engrosa polvo en este segundo en alguna gaveta de la Asamblea Nacional. Pero para los culpables de tanto dolor y tanta segregación, la prueba de que estas heridas siguen sangrando es un martirizante motivo de desvelo.
Pedirle a estas alturas a uno de los pocos parlamentos de la Historia donde todos sus miembros profesan la misma ideología y facción política, que analice y lleve a buen término una petición que exige investigaciones sobre campos de concentración en la Isla (las UMAP), que sancione a sus responsables; una petición que solicita esclarecimientos sobre extrañas muertes de gays en las calles cubanas, y que se someta a debate público el exilio forzado para miles de homosexuales en décadas pasadas, nos suena a todos hermosamente ingenuo.
Demasiado cerca tenemos el doloroso antecedente de un Proyecto Varela que solo con trampas burocráticas y plebiscitos ilegales, típicos de repúblicas bananeras, pudo desoírse.
Pero, ¿tiene utilidad esta iniciativa nacida de los anhelos y frustraciones de una pareja para la cual la bandera tricolor es mucho más que diversidad sexual?
Sin dudas. Es el eterno pataleo de los ahorcados. Aquellos a quienes les han quitado todo excepto el derecho a patalear, el derecho a alzar su voz, y escogen sus mejores maneras para hacerlo. Y sobre todo: Ignacio Estrada y Wendy Guerra no permiten que se maquille el pasado, ni que se le oculte el rostro al presente, bajo tierra.
Desde la cúpula gobernante, uno de los sucesos más recientes sobre el tema de la homofobia cubana lo protagonizó nada menos que Fidel Castro. En agosto de 2010 el anciano dictador concedió una entrevista al periódico La Jornada, de México, donde ante cuestionamientos sobre la discriminación a homosexuales a partir de 1965, Castro admitió:
“Sí, fueron momentos de una gran injusticia, la haya hecho quien sea. Si la hicimos nosotros, nosotros… Estoy tratando de delimitar mi responsabilidad en todo eso porque, desde luego, personalmente yo no tengo ese tipo de prejuicios. Si alguien es responsable, soy yo. Es cierto que en ese momento no me podía ocupar de ese asunto… Me encontraba inmerso, principalmente en la Crisis de Octubre, en la guerra, en cuestiones políticas… Nosotros no lo supimos valorar. Pero en fin, de todas maneras, si hay que asumir responsabilidad, asumo la mía. Yo no voy a echarle la culpa a otros”.
Demasiadas aristas tiene el tema para resumirlo en unas pocas frases de consuelo. Demasiadas pruebas hay para dudar de este reconocimiento de culpas, partiendo, incluso de que la Crisis de Octubre data de 1962, cuando aún no comenzaba siquiera el período más crudo de represión anti-gay.
Entre otras cosas, porque Fidel Castro parece admitir tan solo que no actuó contra la homofobia que surgió espontáneamente en la sociedad. No que esa homofobia fue alentada y orientada por todos los dirigentes de la Revolución, él incluido.
He aquí sus palabras a Lee Lockwood en 1965, publicadas en el libro “Cuba de Castro, Fidel de Cuba”:
“Nunca hemos creído que un homosexual pueda personificar las condiciones y requisitos de conducta que nos permita considerarlo un verdadero revolucionario.
Una desviación de esa naturaleza choca con el concepto que tenemos de lo que debe ser un militante comunista. Creo que debemos considerar cuidadosamente este problema. Pero seré sincero y diré que los homosexuales no deben ser permitidos en cargos donde puedan influenciar a los jóvenes".
Este fue su conocido discurso en La Habana de 1963:
“Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, que andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (…) han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre. Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones. ¿Jovencitos aspirantes a eso? ¡No! ¿Qué opina nuestra juventud fuerte, entusiasta, enérgica, de todas esas lacras?”
No deja de resultar interesante la actitud de los poderosos que con el paso del tiempo revisitan la historia y redecoran sus actos en función de las necesidades del momento.
Normalmente, ¿qué sucede cuando un ciudadano común es tomado en falta en una acción de alcance social? Se le hace pagar por su error. De muy diversas maneras, con una amplia gama de sanciones que, en dependencia de la magnitud de su acto, pueden provocarle desde el simple reproche personal, hasta la privación de su libertad.
Pero bajo esos sistemas semi divinos, justicieros a toda costa y a cualquier costo, ¿quién castiga el error de los infalibles cuando estos milagrosamente se equivocan? ¿Quién les hace responder alguna vez por sus equivocaciones?
Absolutamente nadie. Un Mea Culpa bien sutil como el de Fidel Castro, disfrazado de autocrítica, lo resuelve todo. Aunque no baste para la Historia. Tampoco para quienes la recuerdan o la viven hoy, día a día. No basta para Ignacio Estrada y Wendy Guerra, para lo miles de homosexuales cubanos a quienes se les aplica el patrón de “estado de peligrosidad predelictiva”, que significa en la práctica que por gustarles las personas de su mismo sexo, o por haberse operado los genitales, pueden ser detenidos arbitrariamente y dormir en celdas, cuando menos durante un par de días.
Y tampoco basta aquel sonriente Mea Culpa para los miles de gays cuya única escapatoria del Gulag cubano de los años ´70 fue el exilio forzoso: han anunciado que pretenden firmar la petición ciudadana de Ignacio Estrada y Wendy Guerra. Sus heridas no han cerrado. No cerrarán nunca.
Quizás la arista más interesante de esta petición donde en resumen se le pide a la Asamblea Nacional desempolvar el tema homosexual, mirarlo de frente, saber que sigue siendo un problema en una Cuba donde cada vez faltan más derechos y sobran deberes, sea conocer qué postura asumirá la Sexóloga en Jefe, Mariela Castro, que toma experiencias en Ámsterdam, imparte conferencias en San Francisco, vive la dulce vida de su apellido y se presenta como adalid de los gays cubanos.
¿Mirará hacia otro lado mientras cien, doscientos, algunos miles de gays, lesbianas, transexuales residentes en Cuba o el exterior estampen sus firmas sobre este espinoso documento? ¿Se desentenderá del caso por haber sido promovido por homosexuales que se oponen al gobierno de su padre? ¿Los discriminará esta vez no por su filiación sexual, pero sí por su filiación política?
Sí, qué dudas cabe, la petición ciudadana de Ignacio Estrada y Wendy Guerra ya engrosa polvo en este segundo en alguna gaveta de la Asamblea Nacional. Pero para los culpables de tanto dolor y tanta segregación, la prueba de que estas heridas siguen sangrando es un martirizante motivo de desvelo.