Son una combinación peligrosa de gerente con ideólogo de baja estofa. Suelen estar a caballo entre un burócrata aburrido y un delincuente de cuello blanco.
Son una combinación peligrosa de gerente con ideólogo de baja estofa. Suelen estar a caballo entre un burócrata aburrido y un delincuente de cuello blanco.
La estrafalaria jerga partidista los ha etiquetados como 'cuadros'. Un tipo mitad pícaro criollo, mitad funcionario del Estado. A conveniencia repiten como papagayos el discurso oficial.
Llegado el caso, se convierten en informantes de la policía o los servicios especiales. Muchos cubanos de a pie los ven como auténticos degenerados, otros consideran que son simples oportunistas.
Está claro. Si alguien le ha cogido la vuelta al sistema diseñado por los hermanos Castro son los 'cuadros' administrativos. Conozca a dos “compañeros” que trabajan dentro de la abultada estructura gubernamental.
Llamémosle Roberto y Fermín. No se conocen entre sí. Pero se comportan como almas gemelas. Los dos portan maletas negras, donde cargan un manojo de papeles con membretes estatales. De regreso a casa, lo hacen repletos de productos o dinero lucrado en un día normal de faena.
Dentro de la casta de 'cuadros', los hay de clase baja, media y alta. Mientras más cerca se encuentran de la superestructura del poder, reciben mayor cantidad de dinero o beneficios. Roberto y Fermín se ubican en la clase media, esa que no llama demasiado la atención.
Roberto es administrador de un centro nocturno. Cuando llega el verano comienza su 'danza de los millones'. Es miembro del partido comunista y jefe de una cuadrilla que, en caso de disturbios, sale a golpear a los disidentes de barricada. Como la mayoría de los hombres en Cuba, ha pasado entrenamiento militar, y está listo para enfrentar una supuesta guerra contra los 'marines' gringos.
Un día a la semana se reúne con su núcleo del partido. En su maleta negra, Roberto lleva tres botellas de ron. Después del tedioso encuentro, bebe ron añejo con los amiguetes. A ratos los invita a tirar una cana al aire. Desde el móvil llama a un cuarteto de chicas esculturales y bisexuales. Y en una casa en la playa arman una sonada orgía.
A ese derroche monetario Roberto lo denomina 'gastos de representación'. Una manera de tener de su lado a los caciques políticos superiores. También de vez en cuando los “moja” con billetes. Y les da carta abierta para que asistan a su discoteca. Los gastos corren a cuenta de la casa.
Un 'cuadro' astuto teje una red de amistades influyentes. Roberto tiene amigos entre algunos militares y oficiales de la Seguridad del Estado. Aunque el habanero sabe que si algún día va tras las rejas, de poco le servirá.
Pero mientras esté en funciones, Roberto aprovecha esas amistades para intimidar a sus jefes y gestionar asuntos de poca monta. Un tipo de tres estrellas es como tener un perro de raza a tu lado. Una garantía.
Por tanto, poco importa que uno de sus amigotes militares con cierta frecuencia pase por su centro y en su Gely chino cargue dos cajas de cerveza, varias botellas de whisky, chorizos españoles y media pierna de jamón.
Roberto recupera esos gastos por la noche. La clave de un administrador de turismo o gastronomía es tener un buen especialista que encubra los robos. El económico debe ser mago. Por ahí sale la malversación.
Aparentar ser uno más dentro del sistema verde olivo es esencial para justificar el alto nivel de vida. Roberto posee dos autos y cada uno de sus hijos maneja una moto. Tiene más de una amante y una cantidad razonable de divisas escondidas en sitios diferentes. No se va detener ante nada a la hora de ganar dinero. Si hay que patear a las Damas de Blanco, cuenten con él.
Pero su adversario ahora no son las mujeres “mercenarias”. Es el presidente Raúl Castro y su séquito. Sobre todo la Contralora General de la Republica, Gladys Bejerano. Con sus auditorías lo está poniendo difícil. Cada día se puede robar menos.
Los 'cuadros' al estilo de Roberto, se preguntan hasta dónde piensa llegar el General, que parece juega en serio. A Roberto le jode que implante un estado de sitio persecutorio contra las clases medias y bajas que apoyan al 'sistema', palabra sinónimo de gobierno, revolución y socialismo.
Mientras, no los cojan, estos pesos pesados tienen inmunidad para tener maletas llenas de dinero. Las mafias en la gastronomía y el turismo siguen trazando sus estrategias. Y siguen robando. Siempre lo hicieron. Y no ven por qué no deban continuar haciéndolo.
Fermín es otro 'cuadro' del 'sistema'. Trabaja en una dependencia de la Unión de Jóvenes Comunistas. Ha pasado escuelas del partido y de memoria se aprendió varios tratados de Carlos Marx y trechos de discursos de Fidel Castro.
El pichón de 'cuadro' estaba tan adoctrinado, que cuando charlaba parecía un clon de Castro dando una arenga. Luego fue tomando mañas. No se le han olvidado los libros marxistas ni los discursos. Ahora los utiliza a discreción. En su momento.
Cuando por la mañana, en una fábrica pide mayor productividad a los trabajadores, Fermín engola la voz y se deja llevar por la pasión revolucionaria y el discurso encendido. Después de los aplausos automáticos, rumbo a un barrio pobre, cambia su oratoria y la adecúa a la gente marginal.
Esa tarde, Fermín tiene una cita con un amigo de la infancia que se mueve como pez en el agua en el bajo mundo. Es la persona que en pesos convertibles le vende invitaciones a discotecas y centros nocturnos robadas por Fermín.
Una manera 'legal' de obtener divisas. Con esa plata y el desvío de partidas de pollo y queso asignadas a “actividades recreativas” de su organización, Fermín, usando como hombre de paja a su socio, ha montado una cafetería privada.
Las ganancias son altas. La mayoría de los insumos le salen gratis o a muy bajo costo. Ya Fermín reparó su casa. Y hace arreglos para instalar un confortable nido de amor en la vivienda de una querida.
A Fermín, a diferencia de Roberto, no le preocupa la ofensiva contra la corrupción y el burocratismo desatados por Raúl Castro. En su bolsillo tiene el almanaque: 29 años. Y un futuro político promisorio por delante.
Su meta es subir por la escalera encaracolada del status quo. Cuando Dios se lleve a los Castro y los viejos líderes, quiere estar bien posicionado. El poder le gusta más que el dinero.
La estrafalaria jerga partidista los ha etiquetados como 'cuadros'. Un tipo mitad pícaro criollo, mitad funcionario del Estado. A conveniencia repiten como papagayos el discurso oficial.
Llegado el caso, se convierten en informantes de la policía o los servicios especiales. Muchos cubanos de a pie los ven como auténticos degenerados, otros consideran que son simples oportunistas.
Está claro. Si alguien le ha cogido la vuelta al sistema diseñado por los hermanos Castro son los 'cuadros' administrativos. Conozca a dos “compañeros” que trabajan dentro de la abultada estructura gubernamental.
Llamémosle Roberto y Fermín. No se conocen entre sí. Pero se comportan como almas gemelas. Los dos portan maletas negras, donde cargan un manojo de papeles con membretes estatales. De regreso a casa, lo hacen repletos de productos o dinero lucrado en un día normal de faena.
Dentro de la casta de 'cuadros', los hay de clase baja, media y alta. Mientras más cerca se encuentran de la superestructura del poder, reciben mayor cantidad de dinero o beneficios. Roberto y Fermín se ubican en la clase media, esa que no llama demasiado la atención.
Roberto es administrador de un centro nocturno. Cuando llega el verano comienza su 'danza de los millones'. Es miembro del partido comunista y jefe de una cuadrilla que, en caso de disturbios, sale a golpear a los disidentes de barricada. Como la mayoría de los hombres en Cuba, ha pasado entrenamiento militar, y está listo para enfrentar una supuesta guerra contra los 'marines' gringos.
Un día a la semana se reúne con su núcleo del partido. En su maleta negra, Roberto lleva tres botellas de ron. Después del tedioso encuentro, bebe ron añejo con los amiguetes. A ratos los invita a tirar una cana al aire. Desde el móvil llama a un cuarteto de chicas esculturales y bisexuales. Y en una casa en la playa arman una sonada orgía.
A ese derroche monetario Roberto lo denomina 'gastos de representación'. Una manera de tener de su lado a los caciques políticos superiores. También de vez en cuando los “moja” con billetes. Y les da carta abierta para que asistan a su discoteca. Los gastos corren a cuenta de la casa.
Un 'cuadro' astuto teje una red de amistades influyentes. Roberto tiene amigos entre algunos militares y oficiales de la Seguridad del Estado. Aunque el habanero sabe que si algún día va tras las rejas, de poco le servirá.
Pero mientras esté en funciones, Roberto aprovecha esas amistades para intimidar a sus jefes y gestionar asuntos de poca monta. Un tipo de tres estrellas es como tener un perro de raza a tu lado. Una garantía.
Por tanto, poco importa que uno de sus amigotes militares con cierta frecuencia pase por su centro y en su Gely chino cargue dos cajas de cerveza, varias botellas de whisky, chorizos españoles y media pierna de jamón.
Roberto recupera esos gastos por la noche. La clave de un administrador de turismo o gastronomía es tener un buen especialista que encubra los robos. El económico debe ser mago. Por ahí sale la malversación.
Aparentar ser uno más dentro del sistema verde olivo es esencial para justificar el alto nivel de vida. Roberto posee dos autos y cada uno de sus hijos maneja una moto. Tiene más de una amante y una cantidad razonable de divisas escondidas en sitios diferentes. No se va detener ante nada a la hora de ganar dinero. Si hay que patear a las Damas de Blanco, cuenten con él.
Pero su adversario ahora no son las mujeres “mercenarias”. Es el presidente Raúl Castro y su séquito. Sobre todo la Contralora General de la Republica, Gladys Bejerano. Con sus auditorías lo está poniendo difícil. Cada día se puede robar menos.
Los 'cuadros' al estilo de Roberto, se preguntan hasta dónde piensa llegar el General, que parece juega en serio. A Roberto le jode que implante un estado de sitio persecutorio contra las clases medias y bajas que apoyan al 'sistema', palabra sinónimo de gobierno, revolución y socialismo.
Mientras, no los cojan, estos pesos pesados tienen inmunidad para tener maletas llenas de dinero. Las mafias en la gastronomía y el turismo siguen trazando sus estrategias. Y siguen robando. Siempre lo hicieron. Y no ven por qué no deban continuar haciéndolo.
Fermín es otro 'cuadro' del 'sistema'. Trabaja en una dependencia de la Unión de Jóvenes Comunistas. Ha pasado escuelas del partido y de memoria se aprendió varios tratados de Carlos Marx y trechos de discursos de Fidel Castro.
El pichón de 'cuadro' estaba tan adoctrinado, que cuando charlaba parecía un clon de Castro dando una arenga. Luego fue tomando mañas. No se le han olvidado los libros marxistas ni los discursos. Ahora los utiliza a discreción. En su momento.
Cuando por la mañana, en una fábrica pide mayor productividad a los trabajadores, Fermín engola la voz y se deja llevar por la pasión revolucionaria y el discurso encendido. Después de los aplausos automáticos, rumbo a un barrio pobre, cambia su oratoria y la adecúa a la gente marginal.
Esa tarde, Fermín tiene una cita con un amigo de la infancia que se mueve como pez en el agua en el bajo mundo. Es la persona que en pesos convertibles le vende invitaciones a discotecas y centros nocturnos robadas por Fermín.
Una manera 'legal' de obtener divisas. Con esa plata y el desvío de partidas de pollo y queso asignadas a “actividades recreativas” de su organización, Fermín, usando como hombre de paja a su socio, ha montado una cafetería privada.
Las ganancias son altas. La mayoría de los insumos le salen gratis o a muy bajo costo. Ya Fermín reparó su casa. Y hace arreglos para instalar un confortable nido de amor en la vivienda de una querida.
A Fermín, a diferencia de Roberto, no le preocupa la ofensiva contra la corrupción y el burocratismo desatados por Raúl Castro. En su bolsillo tiene el almanaque: 29 años. Y un futuro político promisorio por delante.
Su meta es subir por la escalera encaracolada del status quo. Cuando Dios se lleve a los Castro y los viejos líderes, quiere estar bien posicionado. El poder le gusta más que el dinero.