En el caso de Cuba resulta curioso que el turismo político no hace más que contribuir a que los cubanos perciban su país como un rincón especial en el mundo que produce admiración entre algunos extranjeros...
El espectáculo del fin del castrismo es ya un gancho turístico que algunas agencias de viajes están explotando sin ningún tipo de escrúpulo. Pasearse entre los escombros de un pueblo agónico como divertimento durante el periodo vacacional parece haberse convertido en una tendencia con buena salida comercial para los tour operadores. Esto al menos es lo que podemos llegar a pensar al escuchar las razones que muchas personas esgrimen para justificar sus intenciones de visitar la Isla.
Hace escasos días alguien me comentaba, como ya han hecho muchos conocidos antes, que quería ir a Cuba antes de que se produjera ningún tipo de cambio y que a ello precisamente le había impulsado una agencia de viajes española –no precisamente de las desconocidas-, la cual estaba promoviendo oficiosamente ese tipo de motivación para atrapar el interés de los clientes.
Al parecer, algunas agencias de viajes han encontrado la confluencia perfecta de factores que les permite practicar el resurgimiento turístico de ese destino: la premura por visitar un país que se cae a pedazos (o más bien podríamos decir que yace hecho a pedazos, porque hace rato que se cayó), con una dirigencia estrambótica, unas leyes absurdas y un día a día instalado en un surrealismo difícilmente probable de encontrar en ninguna otra parte.
En el caso de países que viven bajo regímenes autoritarios las agencias de viajes deberían abstenerse de usar precisamente esta particularidad política como un aliciente para estimular el viaje. Desde la Organización Mundial del Turismo (OMT) debería trabajarse para obtener un mayor compromiso por parte de los agentes en la promoción de un turismo ético, por lo que no se debería contribuir a apreciar destinos como Cuba por detalles como su régimen político. Al final, el ser humano es libre y viaja motivado por lo que quiere, pero estimular según qué instintos, como puede ser el turismo sexual o el visitar un país que es cárcel para millones de personas, no resulta ético en absoluto.
Si en otros países se considera que el turismo abrió los ojos a la población local, como en el caso de España, contribuyendo a su apertura, en el caso de Cuba resulta curioso que el turismo político no hace más que contribuir a que los cubanos perciban su país como un rincón especial en el mundo que produce admiración entre algunos extranjeros, sea bien por esa supuesta realidad de una educación y salud gratuitas para todo el mundo o bien por el falso mito de un pueblo feliz y creativo a pesar de su miseria.
En todo esto también contribuye el hecho de que muchas personas en Occidente están ya rechazando la idea tradicional del turista, no les gusta percibirse como tal y se proyectan como viajeros a la descubierta de mundos diferentes, incomprensibles para la mayoría. Es probablemente en este mercado que una destinación política como la cubana pueda encontrar su público potencial. El peligro está en que a éstos siempre se les tendrá que ofrecer un país en el limbo entre la dictadura y una democracia que nunca llega. Al parecer, estar en ese terreno intermedio entre la civilización y la barbarie es lo que, lamentablemente, más vende.
Hace escasos días alguien me comentaba, como ya han hecho muchos conocidos antes, que quería ir a Cuba antes de que se produjera ningún tipo de cambio y que a ello precisamente le había impulsado una agencia de viajes española –no precisamente de las desconocidas-, la cual estaba promoviendo oficiosamente ese tipo de motivación para atrapar el interés de los clientes.
Al parecer, algunas agencias de viajes han encontrado la confluencia perfecta de factores que les permite practicar el resurgimiento turístico de ese destino: la premura por visitar un país que se cae a pedazos (o más bien podríamos decir que yace hecho a pedazos, porque hace rato que se cayó), con una dirigencia estrambótica, unas leyes absurdas y un día a día instalado en un surrealismo difícilmente probable de encontrar en ninguna otra parte.
En el caso de países que viven bajo regímenes autoritarios las agencias de viajes deberían abstenerse de usar precisamente esta particularidad política como un aliciente para estimular el viaje. Desde la Organización Mundial del Turismo (OMT) debería trabajarse para obtener un mayor compromiso por parte de los agentes en la promoción de un turismo ético, por lo que no se debería contribuir a apreciar destinos como Cuba por detalles como su régimen político. Al final, el ser humano es libre y viaja motivado por lo que quiere, pero estimular según qué instintos, como puede ser el turismo sexual o el visitar un país que es cárcel para millones de personas, no resulta ético en absoluto.
Si en otros países se considera que el turismo abrió los ojos a la población local, como en el caso de España, contribuyendo a su apertura, en el caso de Cuba resulta curioso que el turismo político no hace más que contribuir a que los cubanos perciban su país como un rincón especial en el mundo que produce admiración entre algunos extranjeros, sea bien por esa supuesta realidad de una educación y salud gratuitas para todo el mundo o bien por el falso mito de un pueblo feliz y creativo a pesar de su miseria.
En todo esto también contribuye el hecho de que muchas personas en Occidente están ya rechazando la idea tradicional del turista, no les gusta percibirse como tal y se proyectan como viajeros a la descubierta de mundos diferentes, incomprensibles para la mayoría. Es probablemente en este mercado que una destinación política como la cubana pueda encontrar su público potencial. El peligro está en que a éstos siempre se les tendrá que ofrecer un país en el limbo entre la dictadura y una democracia que nunca llega. Al parecer, estar en ese terreno intermedio entre la civilización y la barbarie es lo que, lamentablemente, más vende.