El principal gestor del Proyecto Varela se preocupó de dejar bien clara la vocación pacífica de la oposición cubana, tildada de terrorista y mercenaria por el gobierno de la isla.
Con su característico poder de observación, Yoani Sánchez escribió en la estela de la reciente muerte de Oswaldo Payá, que Cuba acababa de sufrir una insustituible ausencia en su futuro, la de un ciudadano --decía ella-- imprescindible para la nación.
Payá ya había hecho bastante por Cuba, al aprender la lección de los disidentes checos de Carta 77 –que, utilizando como los artistas marciales la fuerza del contrario, basaron sus reclamos en la pretendida “legalidad” del sistema totalitario-- y presentar, y respaldar con decenas de miles de firmas, una petición constitucional de referendo: su Proyecto Varela, un programa sencillo, pero cortante como espada de dos filos.
Sin embargo, de no haber expirado insospechadamente en aquel camino de gravilla a unos kilómetros de Bayamo, el líder del Movimiento Cristiano Liberación pudo haber hecho mucho más por su país, con su visión pragmática, inclusiva, cristiana y martiana de la política, y su personalidad íntegra, ecuánime y dialogante. Tomo aquí como botón de muestra su brillante discurso de aceptación del Premio “Andrei Sajarov” a la Libertad de Pensamiento que le concedió el Parlamento Europeo.
A fines del 2002 le dediqué a esa pieza de tres cuartillas una edición del desaparecido programa de Radio Martí “Sin censores ni censura”. La titulé “Un discurso para el nuevo milenio”. El régimen lo había subestimado al dejarle viajar, y Payá sabía que quizás no tendría –como sucedió—más que aquella única oportunidad para exponer ante un foro internacional importante sus ideas y sus verdades. No la desaprovechó: guardo la grabación y he podido medir que cuando terminó, la ovación de los parlamentarios se prolongó por más de un minuto.
Vayamos por partes.
Después de agradecer el Premio Sajarov, lo primero que hizo Payá --como Martí a fines del siglo XIX desde las páginas del periódico Patria-- fue tender una mano franca a todos los cubanos, sin distinción.
“Ustedes han concedido el premio Andrei Sajárov al pueblo de Cuba; digo al pueblo cubano porque es el gran merecedor de este reconocimiento. Lo digo sin excluir a ninguno de mis compatriotas, sea cual sea su posición política, porque los derechos no tienen color político, ni de raza, ni de cultura”.
No faltó, por supuesto un temprano reconocimiento a quienes dentro de la cultura del miedo decidieron seguir el consejo del Papa Juan Pablo II a los cubanos: “No tengan miedo”, y respaldaron el Proyecto recogiendo firmas o suscribiéndolo con sus números de Carnet de Identidad.
“Muchos han relacionado este premio con el Proyecto Varela, y tienen razón, porque los miles de cubanos que en medio de la represión han firmado esa petición de referendo están haciendo una contribución decisiva a los cambios que Cuba necesita. Estos cambios significarían participación en la vida económica y cultural, significarían derechos políticos y civiles y reconciliación nacional. Ese sería el verdadero ejercicio de la libre determinación de nuestro pueblo.”
Su mensaje también procuró despejar las reservas de los exiliados que pudieran estar pensando que se les marginaría de la reconstrucción de una sociedad democrática en Cuba. Y lo hizo con palabras del más grande de los exiliados cubanos: José Martí.
“Los cubanos que viven en Cuba y en la diáspora, como un solo pueblo tenemos la voluntad y las capacidades para construir una sociedad democrática, justa y libre, sin odios ni revanchas y como lo soñó José Martí: ‘Con todos y para el bien de todos’ ”.
Pero la inclusión no habría estado completa sin extender la oportunidad de participar a quienes por diversas razones apoyan (o hacen como que apoyan) al régimen castrista en Cuba. En este punto Payá evidenció su formación en los valores del amor y el perdón cristianos.
“La primera victoria que podemos proclamar es que no tenemos odio en el corazón. por eso decimos a quien nos persigue y a los que tratan de dominarnos: tú eres mi hermano, yo no te odio, pero ya no me vas a dominar por el miedo. no quiero imponer mi verdad ni que me impongas la tuya; vamos juntos a buscar la verdad. esa es la liberación que estamos proclamando”.
El líder del Movimiento Cristiano Liberación no vaciló en recordar a los europeos que habían sido demasiado aquiescentes con las dictaduras de izquierda.
“Tampoco las dictaduras tienen color político: no son de derecha ni de izquierda, son sólo dictaduras”.
En el estrecho marco de su discurso de aceptación, Payá se esforzó por desmantelar algunos de los sofismas en que se ha apoyado el gobierno de la isla para mantener sojuzgados y privados de derechos a sus ciudadanos; como el mito de que se necesita una sociedad monolítica para preservar la independencia y la soberanía.
“Debe terminar el mito de que los cubanos tenemos que vivir sin derechos para sostener la independencia y soberanía de nuestro país. El padre Félix Varela nos enseñó que la independencia y la soberanía nacionales son inseparables del ejercicio de los derechos fundamentales”
O aquel otro mito de que existe una contradicción entre la búsqueda de la justicia social y el desarrollo y el ejercicio pleno de los derechos civiles y políticos.
“Todavía hay quienes sostienen el mito de la disyuntiva entre los derechos políticos y civiles, por una parte, y la capacidad de una sociedad para construir la justicia social y lograr el desarrollo, por la otra. No son excluyentes. La ausencia de derechos civiles y políticos en Cuba ha tenido graves consecuencias, como la desigualdad, la pobreza de la mayoría, los privilegios de una minoría”.
“De esta manera, aunque muchos cubanos han trabajado durante años con amor y buena fe, hoy existe una grave situación en materia de derechos civiles y políticos, además de una creciente desigualdad y deterioro de la calidad de vida para las mayorías. Inclusive se les atan las manos a los ciudadanos, neutralizando las inmensas potencialidades de creatividad y laboriosidad de los cubanos. Esa es la principal causa de nuestra pobreza”.
El principal gestor del Proyecto Varela se preocupó de dejar bien clara la vocación pacífica de la oposición cubana, tildada de terrorista y mercenaria por el gobierno de la isla.
“La experiencia nos dice que la violencia genera más violencia y que cuando los cambios políticos se realizan por esa vía se llega a nuevas formas de opresión e injusticia. Queremos que nunca más la violencia y la fuerza sean vías para superar crisis y gobiernos injustos. Esta vez realizaremos los cambios mediante este movimiento cívico que ya está abriendo una nueva etapa en la historia de Cuba, en la que prevalezca el diálogo, la participación democrática y la solidaridad. Así construiremos una paz verdadera”.
Fiel a su iglesia, Payá abrazó en Estrasburgo la posición del Vaticano ante problemas sociales del mundo como las secuelas de las políticas neoliberales de ajuste económico, y llamó a humanizarlas, junto con las relaciones internacionales, y a globalizar, en el mejor sentido, la solidaridad.
“Es escandaloso que en nombre de la eficacia se apliquen métodos que pretenden superar crisis y acabar con la pobreza, pero que, en la práctica, amenazan con aniquilar a los pobres (…) Hoy sabemos que cualquier método o modelo que, en una supuesta búsqueda de la justicia, el desarrollo o la eficacia, se sitúe por encima de la persona o anule cualquiera de los derechos fundamentales, conduce inevitablemente a alguna forma de opresión, a la exclusión, y sumerge a los pueblos en la calamidad”.
“Queremos expresar desde aquí nuestra solidaridad con todos los que sufren cualquier forma de opresión y de injusticia, con los que están silenciados y marginados en el mundo. La causa de los derechos humanos es una sola, como una sola es la humanidad. Si hoy se habla de globalización, anunciamos y denunciamos que si no se globaliza la solidaridad no sólo peligran los derechos humanos, sino el derecho a seguir siendo humanos”.
Ya cerca del final, el líder opositor cubano resumió en pocas palabras las aspiraciones del pueblo cubano, y rindió tributo a aquel sin cuya inspiración quizás nunca hubiera llegado donde llegó.
“Todos los cubanos reciben este premio con dignidad y proclamando nuestra esperanza de reconstruir nuestra sociedad con el amor de todos, como hermanos, como hijos de Dios. Los cubanos somos sencillos y sólo queremos vivir en paz y progresar con nuestro trabajo, pero no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad. Ante el Señor de la Historia, que fue acostado en un humilde pesebre, depositamos este homenaje y nuestras esperanzas”.
Por mis asignaciones de trabajo en Radio Martí, rara vez me tocó comunicarme con Oswaldo Payá. Pero por esas cosas que sólo Dios hace, unos tres meses antes de su muerte me pidieron que lo llamara para que participara en vivo en el noticiero de la mañana. Desde luego que aproveché la conexión para decirle lo que había estado pensando durante casi diez años de aquel discurso en Estrasburgo: que aparte de ser una joyita oratoria, había sido un preámbulo perfecto de la Cuba que queremos.
“Llámame cuando quieras”, me dijo al despedirse.
Payá ya había hecho bastante por Cuba, al aprender la lección de los disidentes checos de Carta 77 –que, utilizando como los artistas marciales la fuerza del contrario, basaron sus reclamos en la pretendida “legalidad” del sistema totalitario-- y presentar, y respaldar con decenas de miles de firmas, una petición constitucional de referendo: su Proyecto Varela, un programa sencillo, pero cortante como espada de dos filos.
Sin embargo, de no haber expirado insospechadamente en aquel camino de gravilla a unos kilómetros de Bayamo, el líder del Movimiento Cristiano Liberación pudo haber hecho mucho más por su país, con su visión pragmática, inclusiva, cristiana y martiana de la política, y su personalidad íntegra, ecuánime y dialogante. Tomo aquí como botón de muestra su brillante discurso de aceptación del Premio “Andrei Sajarov” a la Libertad de Pensamiento que le concedió el Parlamento Europeo.
A fines del 2002 le dediqué a esa pieza de tres cuartillas una edición del desaparecido programa de Radio Martí “Sin censores ni censura”. La titulé “Un discurso para el nuevo milenio”. El régimen lo había subestimado al dejarle viajar, y Payá sabía que quizás no tendría –como sucedió—más que aquella única oportunidad para exponer ante un foro internacional importante sus ideas y sus verdades. No la desaprovechó: guardo la grabación y he podido medir que cuando terminó, la ovación de los parlamentarios se prolongó por más de un minuto.
Vayamos por partes.
Después de agradecer el Premio Sajarov, lo primero que hizo Payá --como Martí a fines del siglo XIX desde las páginas del periódico Patria-- fue tender una mano franca a todos los cubanos, sin distinción.
“Ustedes han concedido el premio Andrei Sajárov al pueblo de Cuba; digo al pueblo cubano porque es el gran merecedor de este reconocimiento. Lo digo sin excluir a ninguno de mis compatriotas, sea cual sea su posición política, porque los derechos no tienen color político, ni de raza, ni de cultura”.
No faltó, por supuesto un temprano reconocimiento a quienes dentro de la cultura del miedo decidieron seguir el consejo del Papa Juan Pablo II a los cubanos: “No tengan miedo”, y respaldaron el Proyecto recogiendo firmas o suscribiéndolo con sus números de Carnet de Identidad.
“Muchos han relacionado este premio con el Proyecto Varela, y tienen razón, porque los miles de cubanos que en medio de la represión han firmado esa petición de referendo están haciendo una contribución decisiva a los cambios que Cuba necesita. Estos cambios significarían participación en la vida económica y cultural, significarían derechos políticos y civiles y reconciliación nacional. Ese sería el verdadero ejercicio de la libre determinación de nuestro pueblo.”
Su mensaje también procuró despejar las reservas de los exiliados que pudieran estar pensando que se les marginaría de la reconstrucción de una sociedad democrática en Cuba. Y lo hizo con palabras del más grande de los exiliados cubanos: José Martí.
“Los cubanos que viven en Cuba y en la diáspora, como un solo pueblo tenemos la voluntad y las capacidades para construir una sociedad democrática, justa y libre, sin odios ni revanchas y como lo soñó José Martí: ‘Con todos y para el bien de todos’ ”.
Pero la inclusión no habría estado completa sin extender la oportunidad de participar a quienes por diversas razones apoyan (o hacen como que apoyan) al régimen castrista en Cuba. En este punto Payá evidenció su formación en los valores del amor y el perdón cristianos.
“La primera victoria que podemos proclamar es que no tenemos odio en el corazón. por eso decimos a quien nos persigue y a los que tratan de dominarnos: tú eres mi hermano, yo no te odio, pero ya no me vas a dominar por el miedo. no quiero imponer mi verdad ni que me impongas la tuya; vamos juntos a buscar la verdad. esa es la liberación que estamos proclamando”.
El líder del Movimiento Cristiano Liberación no vaciló en recordar a los europeos que habían sido demasiado aquiescentes con las dictaduras de izquierda.
“Tampoco las dictaduras tienen color político: no son de derecha ni de izquierda, son sólo dictaduras”.
En el estrecho marco de su discurso de aceptación, Payá se esforzó por desmantelar algunos de los sofismas en que se ha apoyado el gobierno de la isla para mantener sojuzgados y privados de derechos a sus ciudadanos; como el mito de que se necesita una sociedad monolítica para preservar la independencia y la soberanía.
“Debe terminar el mito de que los cubanos tenemos que vivir sin derechos para sostener la independencia y soberanía de nuestro país. El padre Félix Varela nos enseñó que la independencia y la soberanía nacionales son inseparables del ejercicio de los derechos fundamentales”
O aquel otro mito de que existe una contradicción entre la búsqueda de la justicia social y el desarrollo y el ejercicio pleno de los derechos civiles y políticos.
“Todavía hay quienes sostienen el mito de la disyuntiva entre los derechos políticos y civiles, por una parte, y la capacidad de una sociedad para construir la justicia social y lograr el desarrollo, por la otra. No son excluyentes. La ausencia de derechos civiles y políticos en Cuba ha tenido graves consecuencias, como la desigualdad, la pobreza de la mayoría, los privilegios de una minoría”.
“De esta manera, aunque muchos cubanos han trabajado durante años con amor y buena fe, hoy existe una grave situación en materia de derechos civiles y políticos, además de una creciente desigualdad y deterioro de la calidad de vida para las mayorías. Inclusive se les atan las manos a los ciudadanos, neutralizando las inmensas potencialidades de creatividad y laboriosidad de los cubanos. Esa es la principal causa de nuestra pobreza”.
El principal gestor del Proyecto Varela se preocupó de dejar bien clara la vocación pacífica de la oposición cubana, tildada de terrorista y mercenaria por el gobierno de la isla.
“La experiencia nos dice que la violencia genera más violencia y que cuando los cambios políticos se realizan por esa vía se llega a nuevas formas de opresión e injusticia. Queremos que nunca más la violencia y la fuerza sean vías para superar crisis y gobiernos injustos. Esta vez realizaremos los cambios mediante este movimiento cívico que ya está abriendo una nueva etapa en la historia de Cuba, en la que prevalezca el diálogo, la participación democrática y la solidaridad. Así construiremos una paz verdadera”.
Fiel a su iglesia, Payá abrazó en Estrasburgo la posición del Vaticano ante problemas sociales del mundo como las secuelas de las políticas neoliberales de ajuste económico, y llamó a humanizarlas, junto con las relaciones internacionales, y a globalizar, en el mejor sentido, la solidaridad.
“Es escandaloso que en nombre de la eficacia se apliquen métodos que pretenden superar crisis y acabar con la pobreza, pero que, en la práctica, amenazan con aniquilar a los pobres (…) Hoy sabemos que cualquier método o modelo que, en una supuesta búsqueda de la justicia, el desarrollo o la eficacia, se sitúe por encima de la persona o anule cualquiera de los derechos fundamentales, conduce inevitablemente a alguna forma de opresión, a la exclusión, y sumerge a los pueblos en la calamidad”.
“Queremos expresar desde aquí nuestra solidaridad con todos los que sufren cualquier forma de opresión y de injusticia, con los que están silenciados y marginados en el mundo. La causa de los derechos humanos es una sola, como una sola es la humanidad. Si hoy se habla de globalización, anunciamos y denunciamos que si no se globaliza la solidaridad no sólo peligran los derechos humanos, sino el derecho a seguir siendo humanos”.
Ya cerca del final, el líder opositor cubano resumió en pocas palabras las aspiraciones del pueblo cubano, y rindió tributo a aquel sin cuya inspiración quizás nunca hubiera llegado donde llegó.
“Todos los cubanos reciben este premio con dignidad y proclamando nuestra esperanza de reconstruir nuestra sociedad con el amor de todos, como hermanos, como hijos de Dios. Los cubanos somos sencillos y sólo queremos vivir en paz y progresar con nuestro trabajo, pero no podemos, no sabemos y no queremos vivir sin libertad. Ante el Señor de la Historia, que fue acostado en un humilde pesebre, depositamos este homenaje y nuestras esperanzas”.
Por mis asignaciones de trabajo en Radio Martí, rara vez me tocó comunicarme con Oswaldo Payá. Pero por esas cosas que sólo Dios hace, unos tres meses antes de su muerte me pidieron que lo llamara para que participara en vivo en el noticiero de la mañana. Desde luego que aproveché la conexión para decirle lo que había estado pensando durante casi diez años de aquel discurso en Estrasburgo: que aparte de ser una joyita oratoria, había sido un preámbulo perfecto de la Cuba que queremos.
“Llámame cuando quieras”, me dijo al despedirse.