Es indiscutible es que Cuba necesita unas elecciones, y que todos los esfuerzos deberían ir dirigidos a un profundo borrón y cuenta nueva
La hija de Oswaldo Payá, Rosa María Payá, lo ha dicho claramente en una entrevista con la escritora Zoé Valdés. No hace falta ahora un líder único a los cubanos, lo que hace falta es la recuperación de unos derechos básicos, los mismos que deben permitir articular un proceso democrático, a partir del cual los ciudadanos cubanos se puedan organizar para votar a unos partidos políticos que deberán representar los intereses de la ciudadanía a partir de la distinta sensibilidad que en el conjunto de ese país, como en todos, existe. Así de simple.
No es necesario buscar más subterfugios, no es preciso entrar en otros debates, que no son más puramente un entretenimiento para las masas, que si izquierdas, que si derechas. Charla apasionante, sin duda alguna. ¿Pero toca esto ahora? Esa, en todo caso, parece una discusión posterior a la consecución de una democracia. Se puede discutir de ello, como de todo, por supuesto, pero concentrar las energías en un método de cambio, parece más interesante. Y sobre todo efectivo. Porque lo estimulante es encontrar fecha y hora para ello.
Lo que es indiscutible es que Cuba necesita unas elecciones, y que todos los esfuerzos deberían ir dirigidos a un profundo borrón y cuenta nueva, a partir del cual sean procesados los criminales y se invite a participar en la construcción de algo nuevo a aquellos que han participado en lo previo, pero cuyas manos no estén manchadas de sangre, ni hayan servido para ejercer la represión o la asfixia al pueblo cubano. De todas formas, no sería la primera vez que los represores de un régimen logran reciclarse para subirse al carro de la democracia. En España tenemos varios ejemplos de ello.
Como también ha dicho Rosa María Payá, en referencia al corresponsal de la BBC en Cuba Fernadno Ravsberg, algunos incautos tienden a adoptar una actitud racista para con los cubanos cuando menosprecian las demandas de respeto a los derechos humanos por parte de la oposición cubana, señalando que la mayoría de la población ni tan siquiera los conoce ni tampoco los apoya. Es casi obvio que, por sentido común, la mayoría de la población en Cuba, ante la tesitura de decidir en referéndum un cambio de sistema político, del partido único a un sistema de partidos articulados sobre la base de una democracia homologada a nivel internacional, votaría con los ojos cerrados por el cambio.
No resulta creíble pensar que nadie en su sano juicio y teniendo la libertad de votar por una alternativa de gobierno en la Isla decidiera dar su apoyo a los mismos gobernantes que lo único que han hecho es prometer la conversión de Cuba en Utopía desde 1959 a cambio de que los cubanos entregaran a la fuerza todos sus derechos y dignidad. Recuperar, como reclama ahora la hija de Oswaldo Payá, todos los derechos de los cubanos para poder escoger un gobierno e incluso cambiarlo si llega a corromperse, es la tarea fundamental y el primer requisito para avanzar hacia el futuro. La comunidad internacional debe contribuir a que Cuba dé estos pasos, para lo cual es también necesario que se encuentre la manera de obligar a la familia Castro a que abandone el poder y lo deje en manos de aquellos a quien pertenece legítimamente, el pueblo cubano. Este, de momento, es el principal escollo.
No es necesario buscar más subterfugios, no es preciso entrar en otros debates, que no son más puramente un entretenimiento para las masas, que si izquierdas, que si derechas. Charla apasionante, sin duda alguna. ¿Pero toca esto ahora? Esa, en todo caso, parece una discusión posterior a la consecución de una democracia. Se puede discutir de ello, como de todo, por supuesto, pero concentrar las energías en un método de cambio, parece más interesante. Y sobre todo efectivo. Porque lo estimulante es encontrar fecha y hora para ello.
Lo que es indiscutible es que Cuba necesita unas elecciones, y que todos los esfuerzos deberían ir dirigidos a un profundo borrón y cuenta nueva, a partir del cual sean procesados los criminales y se invite a participar en la construcción de algo nuevo a aquellos que han participado en lo previo, pero cuyas manos no estén manchadas de sangre, ni hayan servido para ejercer la represión o la asfixia al pueblo cubano. De todas formas, no sería la primera vez que los represores de un régimen logran reciclarse para subirse al carro de la democracia. En España tenemos varios ejemplos de ello.
Como también ha dicho Rosa María Payá, en referencia al corresponsal de la BBC en Cuba Fernadno Ravsberg, algunos incautos tienden a adoptar una actitud racista para con los cubanos cuando menosprecian las demandas de respeto a los derechos humanos por parte de la oposición cubana, señalando que la mayoría de la población ni tan siquiera los conoce ni tampoco los apoya. Es casi obvio que, por sentido común, la mayoría de la población en Cuba, ante la tesitura de decidir en referéndum un cambio de sistema político, del partido único a un sistema de partidos articulados sobre la base de una democracia homologada a nivel internacional, votaría con los ojos cerrados por el cambio.
No resulta creíble pensar que nadie en su sano juicio y teniendo la libertad de votar por una alternativa de gobierno en la Isla decidiera dar su apoyo a los mismos gobernantes que lo único que han hecho es prometer la conversión de Cuba en Utopía desde 1959 a cambio de que los cubanos entregaran a la fuerza todos sus derechos y dignidad. Recuperar, como reclama ahora la hija de Oswaldo Payá, todos los derechos de los cubanos para poder escoger un gobierno e incluso cambiarlo si llega a corromperse, es la tarea fundamental y el primer requisito para avanzar hacia el futuro. La comunidad internacional debe contribuir a que Cuba dé estos pasos, para lo cual es también necesario que se encuentre la manera de obligar a la familia Castro a que abandone el poder y lo deje en manos de aquellos a quien pertenece legítimamente, el pueblo cubano. Este, de momento, es el principal escollo.