El gran conflicto del totalitarismo es con el individuo. El afán del sistema por disolverlo, y la decisión personal de no permitirlo.
Para conseguir la libertad hay que salirse de lo que nos oprime.
Abandonar filas, disentir, desertar de aquello en lo que no hemos sido ni siquiera consultados. A lo que hemos sido lanzados forzosamente por la necesidad. La primera reacción es aceptar, ir resolviendo, esperar. Hasta un día en que descubres que nadie va a hacerlo por ti, y que mueres como persona.
El gran conflicto del totalitarismo es con el individuo. El afán del sistema por disolverlo, y la decisión personal de no permitirlo.
El clan gobernante está dispuesto a hacer algunas concesiones para seguir dominando almas que es el sentido final de esta clase de política.
Unos roban, otros tienen un buen empleo en donde salen al extranjero y mantienen la boca cerrada y cantan la felicidad en el Socialismo ante el público izquierdoso del mundo que debería mudarse para acá.
Definitivamente hay una brecha entre los que aborrecen su libertad y aquellos que saben que la felicidad, la luz, la creación, la prosperidad, no vienen de ninguna entidad fuera de nosotros mismos y hay que ser libre y no tener delante un amo con policías, cárceles, militares y discurso nauseabundo: ideología. Acatar el sistema te desmoraliza, te anula como persona.
Voy a poner un ejemplo que me sucedió ayer caminando por una calle del barrio. Estaba una vieja sentada en el quicio del andén de la terminal de trenes de Tulipán. La señora es muy vieja y vende aguacates. Si no tuviera necesidad no estaría allí el día entero con la caja de aguacates. Parece lo que se llama en Cuba “buzo”, y en Europa “clochard”. Si no recoge de la basura lo cierto es que está muy sucia y pobre. Pasan dos inspectoras delante de mí y le advierten que es la cuarta vez en el día que le dicen que tiene que irse o le pondrán la multa de 1200 pesos por vender sin licencia.
La vieja empezó a recoger llorando, no tiene qué comer y empieza a delirar diciendo que un sujeto de cuyo nombre no quiero acordarme y que forma parte del gobierno de esta Isla le ha dado permiso. Las inspectoras me miran apenadas cuando les digo si no ven el fenómeno que tienen delante. No pueden invocar un caso de insalubridad como por ejemplo la venta de comestibles faltos de higiene porque los aguacates vienen selladitos por la madre naturaleza.
Las inspectoras comienzan a explicarme lo que significaría para ellas perder el trabajo o la estimulación de 135 pesos cubanos más su mísero salario. Temen a otros inspectores que pasan en motocicletas y hacen fotos de toda la “basura” que ellas no logran barrer. Dicen no estar contentas con su trabajo y que por eso, por entender lo sensible del caso, no le han puesto la multa a la anciana.
Hay que ser para abandonar filas, explorar otros terrenos, disentir. Todos en Cuba tenemos ese conflicto gravísimo y revelador de la naturaleza de la sumisión. Hay límites que es preciso tentar. No los límites existenciales, esos que significan no renunciar jamás a uno mismo. Lezama decía algo así como que había que permanecer en la propia noche, en la propia sombra de ese yo interior que muchas veces trocamos por variadas formas de dependencia. Me quedo definitivamente con la posibilidad, en lo que a trabajo y subsistencia se refiere, de tocar una puerta que parece conducir a un abismo y en realidad puede ser la puerta de la libertad. Supe del caso de una persona que fue interrogado por instructores de Villa Marista, una de las preguntas fue: ¿de qué usted vive? Qué bien saben que abandonar filas también significa perder el empleo y que conservar o tener un empleo en Cuba significa indefectiblemente perder la libertad, formar parte, no disentir, no ser una excepción.
Estoy sin trabajo y eso también desmoraliza. En el Estado totalitario el individuo debería renunciar a ser persona para convertirse en masa, borrego, que come y defeca y envejece viendo como la maldad y la infelicidad ocupan el espacio de la luz que habita en cada persona.
No solo de pan vive el hombre aunque viva de pan.
Publicado en El blog de Jerónimo el 10 de septiembre de 2012
Abandonar filas, disentir, desertar de aquello en lo que no hemos sido ni siquiera consultados. A lo que hemos sido lanzados forzosamente por la necesidad. La primera reacción es aceptar, ir resolviendo, esperar. Hasta un día en que descubres que nadie va a hacerlo por ti, y que mueres como persona.
El gran conflicto del totalitarismo es con el individuo. El afán del sistema por disolverlo, y la decisión personal de no permitirlo.
El clan gobernante está dispuesto a hacer algunas concesiones para seguir dominando almas que es el sentido final de esta clase de política.
Unos roban, otros tienen un buen empleo en donde salen al extranjero y mantienen la boca cerrada y cantan la felicidad en el Socialismo ante el público izquierdoso del mundo que debería mudarse para acá.
Definitivamente hay una brecha entre los que aborrecen su libertad y aquellos que saben que la felicidad, la luz, la creación, la prosperidad, no vienen de ninguna entidad fuera de nosotros mismos y hay que ser libre y no tener delante un amo con policías, cárceles, militares y discurso nauseabundo: ideología. Acatar el sistema te desmoraliza, te anula como persona.
Voy a poner un ejemplo que me sucedió ayer caminando por una calle del barrio. Estaba una vieja sentada en el quicio del andén de la terminal de trenes de Tulipán. La señora es muy vieja y vende aguacates. Si no tuviera necesidad no estaría allí el día entero con la caja de aguacates. Parece lo que se llama en Cuba “buzo”, y en Europa “clochard”. Si no recoge de la basura lo cierto es que está muy sucia y pobre. Pasan dos inspectoras delante de mí y le advierten que es la cuarta vez en el día que le dicen que tiene que irse o le pondrán la multa de 1200 pesos por vender sin licencia.
La vieja empezó a recoger llorando, no tiene qué comer y empieza a delirar diciendo que un sujeto de cuyo nombre no quiero acordarme y que forma parte del gobierno de esta Isla le ha dado permiso. Las inspectoras me miran apenadas cuando les digo si no ven el fenómeno que tienen delante. No pueden invocar un caso de insalubridad como por ejemplo la venta de comestibles faltos de higiene porque los aguacates vienen selladitos por la madre naturaleza.
Las inspectoras comienzan a explicarme lo que significaría para ellas perder el trabajo o la estimulación de 135 pesos cubanos más su mísero salario. Temen a otros inspectores que pasan en motocicletas y hacen fotos de toda la “basura” que ellas no logran barrer. Dicen no estar contentas con su trabajo y que por eso, por entender lo sensible del caso, no le han puesto la multa a la anciana.
Hay que ser para abandonar filas, explorar otros terrenos, disentir. Todos en Cuba tenemos ese conflicto gravísimo y revelador de la naturaleza de la sumisión. Hay límites que es preciso tentar. No los límites existenciales, esos que significan no renunciar jamás a uno mismo. Lezama decía algo así como que había que permanecer en la propia noche, en la propia sombra de ese yo interior que muchas veces trocamos por variadas formas de dependencia. Me quedo definitivamente con la posibilidad, en lo que a trabajo y subsistencia se refiere, de tocar una puerta que parece conducir a un abismo y en realidad puede ser la puerta de la libertad. Supe del caso de una persona que fue interrogado por instructores de Villa Marista, una de las preguntas fue: ¿de qué usted vive? Qué bien saben que abandonar filas también significa perder el empleo y que conservar o tener un empleo en Cuba significa indefectiblemente perder la libertad, formar parte, no disentir, no ser una excepción.
Estoy sin trabajo y eso también desmoraliza. En el Estado totalitario el individuo debería renunciar a ser persona para convertirse en masa, borrego, que come y defeca y envejece viendo como la maldad y la infelicidad ocupan el espacio de la luz que habita en cada persona.
No solo de pan vive el hombre aunque viva de pan.
Publicado en El blog de Jerónimo el 10 de septiembre de 2012