La proporción de ancianos crece aceleradamente en Cuba, pero la "actualización del modelo" no les augura una vejez color de rosa.
Esta semana, en cambio, en una entrevista telefónica con un joven cubano, la colega Norma Miranda inquirió primero su edad y su nombre. “ 26 años, Roberto”, contestó. Luego, Norma le preguntó a Roberto cómo vislumbraba su vejez en Cuba. “Prefiero quedarme en los 26”, fue su respuesta.
La insistencia del gobierno de Cuba en apostar al futuro con la “actualización” de un modelo económico que en más de medio siglo ha no ha logrado satisfacer las necesidades básicas de la población, parece estar en la raíz de un creciente temor entre los cubanos más jóvenes a llegar a la tercera edad.
Un reportaje de Inter Press Service (IPS) fechado en La Habana señala que en la isla la responsabilidad del cuidado de los más ancianos está empezando a recaer en los jóvenes.
La autora, Patricia Grogg, pone el ejemplo de Mabel Suárez, una joven de 22 años que, con buena parte de la familia establecida fuera de Cuba, ha tenido que dedicarse a cuidar a su bisabuela y probablemente tendrá que hacer lo mismo con sus abuelos y sus padres.
Grogg anticipa que “Suárez no solo pasará la vida en franca minoría para enfrentar el envejecimiento de sus seres queridos”, sino que “cuando a ella misma le toque envejecer podría haber muy pocos en su entorno en condiciones de cuidarla”.
Las proyecciones que cita así lo confirman: “Cuando ella cumpla 35 años, en 2025, cerca del 26 por ciento de los cubanos tendrán 60 años o más, y la edad promedio se habrá elevado a 44”.
Cuba presenta la paradoja de ser un país del Tercer Mundo con un envejecimiento poblacional comparable al de países desarrollados. El economista independiente Oscar Espinosa Chepe, que ha escrito extensamente sobre el tema, apunta que la tasa de fecundidad cubana es la más baja de América Latina y es incluso inferior a la de China, un país que aplica fuertes controles de la natalidad.
Chepe describe el fenómeno como una verdadera bomba de tiempo "con perversas consecuencias económicas y sociales" para el país.
Aunque el gobierno lo atribuye a “logros” de la revolución como la mayor esperanza de vida, el economista cree que las causas radican sobre todo en la negativa de las familias cubanas, en medio de adversas condiciones existenciales, a reproducirse a un ritmo que permita el reemplazo de la población; y en el permanente éxodo de los cubanos, a pesar de los férreos mecanismos de control de la emigración.
Agrega que, a menos que haya un cambio del modelo económico que resulte en más productividad y mejores condiciones de vida, la población económicamente activa será cada vez menor con relación a las personas no aptas para trabajar, y el país se verá abrumado por el aumento de los pagos a jubilados y las enormes inversiones en atención a la salud, seguridad social y otras requeridas para atender a tantas personas de edad provecta.
El encargado de la sección Acuse de Recibo en el diario oficialista Juventud Rebelde, José Alejandro Rodríguez, coincide en lo esencial con Chepe. En un artículo publicado en la web Progreso Semanal, administrada desde Miami, dice Rodríguez:
“Si nuestros viejos vivirán cada vez más, y vamos a ser menos, Cuba tendrá que vérselas con realidades inéditas, para las cuales aún no tiene todas las condiciones económicas y de recursos: Una presión sobre los gastos de seguridad y asistencia social que sólo puede solventar una economía eficaz y con incesante reproducción ampliada; dificultades en el remplazo de la fuerza de trabajo en un futuro; la necesidad de una red de hogares de ancianos que sobrepase en número y confort –siempre habrá la atención calificada– a los escasos que presiona hoy la demanda de ese servicio; el fortalecimiento de la Geriatría y Gerontología en los servicios de salud e investigaciones; y superiores posibilidades de alimentación y transportación, entre otras condicionantes”.
Volviendo al reportaje de IPS, Patricia Grogg aventura que quizás este contexto explique por qué una encuesta realizada entre estudiantes de la Universidad de La Habana detectó sentimientos de rechazo hacia la vejez, que la mayoría de las personas entrevistadas identificaron con la decadencia y la soledad.
Según el estudio "Representación social de un grupo de estudiantes universitarios acerca de la vejez", realizado por la Cátedra de Antropología de la Facultad de Biología, los encuestados temían la ausencia de reconocimiento social una vez llegados a viejos. Además de incertidumbre, la muestra halló "tristeza, miedo y temor a la soledad, a no ser atendidos y cuidados por la familia" en la tercera edad.
La investigación propone, ante la desvalorización social de la vejez, desarrollar estudios (…) que contribuyan a que las personas, en su tránsito por la vejez, se sientan útiles y participen en las diversas tareas de la comunidad donde residen.
Pero muchos ancianos en Cuba, por muy jubilados que estén, no tienen tiempo para dedicarse a actividades “socialmente útiles”, a menos que éstas les fueran monetariamente remuneradas.
Es ilustrativo en ese sentido que en la isla los ancianos ostenten “el monopolio nacional de la compra del periódico”, como apunta en Cubanet Julio César Alvarez.
Explica el autor que “no es que nuestros viejitos estén particularmente interesados en las ‘noticias’ y diatribas con que cada mañana nos castiga Granma; ni que no se les ocurra nada mejor que hacer cola. Sino que, si tenemos en cuenta que la pensión por jubilación promedio en Cuba es de apenas 10 ó 12 dólares mensuales, es fácil deducir que para muchas de estas personas (...) los centavos obtenidos mediante la reventa del periódico significan la diferencia entre tener el estómago lleno o vacío”.
Los que no están aptos para tales "pataleos", se ven obligados para sobrevivir a privarse de productos que el gobierno les vende por la libreta de racionamiento y revenderlos. En una crónica para Cubanet, Gladis Linares contaba el caso de Rafaela.
Como su dentadura es postiza, decidió empezar a lavarla con el jabón que recibía por el racionamiento y vender también la pasta dental. Pero luego el gobierno, en su imperiosa eliminación de subsidios y gratuidades,recortó las entregas de jabón racionadas para empezar a venderlo en pesos convertibles, y Rafaela tuvo que escoger: “O como, o me baño”.
El bloguero (Ancla Insular) y periodista independiente Miguel Iturria Savón sitúa sin titubear a los ancianos en la que llama “la legión de seres alienados por el hambre, víctimas de la desproporción entre el salario y los precios de las mercancías”.
Escribe Iturria en Cubanet:
“No es agradable tropezar con personas que al caminar exhiben su miseria sin proponérselo. La llevan en el rostro, en la ropa sucia y descosida, en los zapatos, el peinado y hasta en el alma. Salvo excepciones, parecen zombis insepultos, espectros bajo el sol en las calles de nuestras ciudades. Nadie como ellos revela la crisis y la falta de oportunidades del país”.
“La pobreza es mayor de lo que suponemos. Basta con mirar la presencia gris de quienes caminan sin rumbo (…) los mendigos, los locos sin apoyo estatal, los borrachos que deambulan de la casa al bar y los viejitos cuya pensión mensual les dura una semana”.
Pero a ese “escuadrón de la pobreza extrema” le suma “las viejitas de barrio, esas que cuentan las pesetas y maldicen al joven dependiente que altera la balanza”.
En el pragmatismo cínico y el “sálvese quien pueda” que desde los 90 instituyó en la isla el llamado Período Especial, los ancianos han sido también víctimas preferenciales de todo tipo de gente sin escrúpulos: ladronzuelos con vista de rayos equis; camaleónicos estafadores; funcionarios venales y hasta codiciosos y despiadados familiares.
Un estudio sobre la violencia Intrafamiliar contra los ancianos escrito por Celín Pérez-Nájera, profesora de Criminología de la Facultad de Derecho en la sede universitaria de Ciego de Ávila, identifica los tipos de maltrato que más se evidencian en el seno familiar hacia los viejitos:
Físico (golpes, quemaduras, lesiones graves); psicológico (intimidaciones y manipulaciones); financiero (adueñarse de su dinero y bienes, sin su autorización o aprovechando su incapacidad);y abandono (desatender su nutrición, higiene, salud, o como sucede “en muchas oportunidades”, expulsarlos “de su propio hogar” y enviarlos a centros asistenciales).
Pérez-Nájera explica que el maltrato hacia los ancianos "es producto de una deformación en nuestra cultura, que siente que lo viejo es inservible e inútil. De una u otra manera los viejos son sentidos como estorbos, y como una carga que se debe llevar a cuestas, además de la familia que hay que sostener”. Y agrega que “por ello son generalmente abandonados, segregados y enviados a otros lugares".
Es cierto que todavía en Cuba una mayoría de los ancianos están bajo el cuidado de la familia, En muchos casos, como el de Lilia, una de nuestros entrevistados, se trata de una decisión voluntaria de los familiares.
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Pero no siempre los ancianos son atendidos porque los familiares quieren, sino porque en Cuba los asilos son pocos y, salvo los que gestiona la Iglesia Católica, suelen estar en pésimas condiciones, explica Aimée Cabrera, una de las fundadoras de la prensa independiente.
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Cuando los familiares atienden al anciano no por amor, sino porque no les queda otro remedio, el hacinamiento habitacional, la estrechez económica y otras dificultades características de la sobrevida en la isla, unidas a la progresiva pérdida de valores, alimentan la percepción del anciano-estorbo-inútil, y con ella, el maltrato y el desprecio contra los abuelos.
En los años 70 el ya fallecido dramaturgo cubano Héctor Quintero escribió un libreto sobre la soledad y el abandono de las personas de la tercera edad y lo tituló “La última carta de la baraja”. Quintero estrenó su obra veinte años antes de que comenzara –y nunca terminara-- el Período Especial. Imagínese ahora.