En un proceso de transición a la democracia hay que tocar fibras profundas sobre los principios que se desean...
El pasado 12 de octubre, se canceló de manera intempestiva, la primera actuación en Miami de la señora Daisy Granados. Sería hipócrita ocultar que, al conocer el por qué, no me disgustó el castigo; el motivo de tal anulación se debe, a que exiliados cubanos, residentes en Miami, afirman que en 1980, la afamada actriz cubana participó en aquellos actos de repudio o de exterminio al respeto humano que, como fatídica tradición, aúun continúa imponiendo el gobierno revolucionario para contra quienes, antes se largaban y hoy disienten.
Por supuesto, no sólo es culpable el gobierno, también los participantes que a la hora de gritar (o golpear) llevan deseos de repuesto por si aparece otro agresor con ganas de unirse al cortejo. Viene justo a colación, el sabio refrán campesino que dice, “Tanta culpa tiene quien mata la vaca, como quien le aguanta la pata”.
Quizás por este detalle presté especial atención a la carta de Granados que circula en Internet. En ella, más que una contrición, me pareció encontrar el secreto bienestar de los astutos estudiantes que fingen un dolor de muela con tal de no ir a la escuela.
Me atrajo esta historia, porque me aterra observar que algunos no se molestan ni siquiera en encontrar un castigo equivalente al delito cometido; sino en tatuar sobre la piel del presunto victimario, una vejación igual al daño sufrido por quienes fueron repudiados.
No dudo del uno ni del otro, pero detesto el rencor, el código Hammurabi, y hasta la ley del Talión; no soy muy bueno eligiendo entre lo malo, y lo peor. La venganza, o el rencor.
¿No hubiese sido preferible convertir el escenario del teatro, en repentino tribunal del perdón, ponerlos frente a frente, agredido y agresor, y lograr de ambos lados arrepentimiento y absolución? Para sanar ciertas heridas, hay que reabrirlas primero.
Allá, en la lejana Sudáfrica, donde los negros lanzaban sus piedras contra policías blancos armados, y los vehículos blindados de las Fuerzas de Seguridad avanzaban tranquilamente sobre muchedumbres negras aterrorizadas, allí, la historia nos mostró que la gracia, puede ser el motor para iniciar el camino hacia la reconciliación.
Y ya casi que puedo oler y escuchar, a quienes se han acostumbrado a mirar a muchos cubanos destilando hedor en desafiante barricada; los puedo entender, claro está; pero… ¿por qué no explorar otra forma de relacionarnos? Seguro que es mucho más fácil que arriesgarse a perder otra vida en el estrecho de Florida, robar hasta poder comprar una carta de invitación, o ser un número más en un Mariel con castañuelas donde el barco es un abuelo en Palafrugell o Tarragona.
Las utopías no son imposibles. Esto no es producto de mi invención, lo dicen las polillas estudiosas, inteligentes y solitarias que frecuentan bibliotecas: En un proceso de transición a la democracia hay que tocar fibras profundas sobre los principios que se desean, sobre los bienes que más se aprecian, y sobre el modo de mirar y aceptar el ayer.
Por supuesto, no sólo es culpable el gobierno, también los participantes que a la hora de gritar (o golpear) llevan deseos de repuesto por si aparece otro agresor con ganas de unirse al cortejo. Viene justo a colación, el sabio refrán campesino que dice, “Tanta culpa tiene quien mata la vaca, como quien le aguanta la pata”.
Quizás por este detalle presté especial atención a la carta de Granados que circula en Internet. En ella, más que una contrición, me pareció encontrar el secreto bienestar de los astutos estudiantes que fingen un dolor de muela con tal de no ir a la escuela.
Me atrajo esta historia, porque me aterra observar que algunos no se molestan ni siquiera en encontrar un castigo equivalente al delito cometido; sino en tatuar sobre la piel del presunto victimario, una vejación igual al daño sufrido por quienes fueron repudiados.
No dudo del uno ni del otro, pero detesto el rencor, el código Hammurabi, y hasta la ley del Talión; no soy muy bueno eligiendo entre lo malo, y lo peor. La venganza, o el rencor.
¿No hubiese sido preferible convertir el escenario del teatro, en repentino tribunal del perdón, ponerlos frente a frente, agredido y agresor, y lograr de ambos lados arrepentimiento y absolución? Para sanar ciertas heridas, hay que reabrirlas primero.
Allá, en la lejana Sudáfrica, donde los negros lanzaban sus piedras contra policías blancos armados, y los vehículos blindados de las Fuerzas de Seguridad avanzaban tranquilamente sobre muchedumbres negras aterrorizadas, allí, la historia nos mostró que la gracia, puede ser el motor para iniciar el camino hacia la reconciliación.
Y ya casi que puedo oler y escuchar, a quienes se han acostumbrado a mirar a muchos cubanos destilando hedor en desafiante barricada; los puedo entender, claro está; pero… ¿por qué no explorar otra forma de relacionarnos? Seguro que es mucho más fácil que arriesgarse a perder otra vida en el estrecho de Florida, robar hasta poder comprar una carta de invitación, o ser un número más en un Mariel con castañuelas donde el barco es un abuelo en Palafrugell o Tarragona.
Las utopías no son imposibles. Esto no es producto de mi invención, lo dicen las polillas estudiosas, inteligentes y solitarias que frecuentan bibliotecas: En un proceso de transición a la democracia hay que tocar fibras profundas sobre los principios que se desean, sobre los bienes que más se aprecian, y sobre el modo de mirar y aceptar el ayer.