La reformulación de la norma beneficia sobre todo a los chicos buenos, a los que salen de Cuba con un poco de miedo, a los que viven fuera amedrentados y atormentados por las virtuales consecuencias de portarse mal.
Sigue el régimen de La Habana haciendo, con su última reforma migratoria, el particular boicot a la vida de los cubanos, estableciendo un marco legal que no hace más que presentar de modo distinto lo que es, de hecho, más de lo mismo. De nuevo toca presenciar cómo cualquier reformulación de las mismas e injustas reglas del juego, aunque bajo apariencia más amable y presentable, tienen una capacidad enorme de generar y echar a andar un torrente imparable de titulares que ofrecen una imagen positiva de lo que se presenta como distinto a pesar de que, al fin y al cabo, no deja de ser más de lo mismo. Como se dice a menudo, el régimen castrista ha construido con su Revolución una obra maestra del marketing político. Para casi todo lo que vende hay alguien dispuesto a comprárselo con los ojos cerrados, ni planteando la más mínima duda. Si viene de Cuba, lo comprar todo.
Un hecho sorprendente de la reformulación migratoria (quizás es mejor hablar en términos de reformulación, más que de reforma, nadie debería atreverse a referirse como cambio al hablar de semejante despropósito) es que ha recibido muchos más comentarios de bienvenida y elogio dentro de la Isla que fuera. “¡Hurraaaa!” exclamaba Yoani Sánchez en Twitter, precipitándose quizás, dado el jarro de agua fría que le cayó encima cuando, leyendo atentamente la letra pequeña del asunto, se percató de los “filtros” ideológicos que permanecen en la regulación de quien entra y sale de ese país. Ofreciendo una nueva oposición a la Carta Fundamental de los Derechos Humanos, la dictadura castrista sigue vulnerando los derechos individuales que, por otro lado, parece que solo van a ser obtenidos, no por su conquista, sino más bien como resultado final de una larga espera. Y eso es solo una hipótesis. Está por ver si el despropósito castrista se declara eterno o no. Desde el exterior la lectura parece que ha sido otra.
Como han apuntado muchos observadores en los últimos días la reformulación de la norma beneficia sobre todo a los chicos buenos, a los que salen de Cuba con un poco de miedo, a los que viven fuera amedrentados y atormentados por las virtuales consecuencias de portarse mal. Y portarse mal incluye, por ejemplo, comportamientos tan contrarrevolucionarios –a la vez que inofensivos para la higiene democrática- como puede ser plantarse frente a un consulado a despotricar -con toda la razón del mundo- contra el régimen de La Habana. En definitiva, el último cambio castrista, esta nueva maniobra de La Habana, trata de aligerar los trámites para que la gente se vaya. Solo queda esperar –de nuevo- a que estas nuevas condiciones multipliquen el movimiento de cubanos por el mundo, aunque sería deseable que este pulular por el mundo sirviera de algo, para introducir por ejemplo aires de libertad a la isla, resonancias de otros mundos que ayudaran definitivamente a la gente a reclamar lo que les pertenece. Sin tener que sentarse a esperar pacientemente y tampoco sin tener que cruzar los dedos esperando a tener suerte.
Un hecho sorprendente de la reformulación migratoria (quizás es mejor hablar en términos de reformulación, más que de reforma, nadie debería atreverse a referirse como cambio al hablar de semejante despropósito) es que ha recibido muchos más comentarios de bienvenida y elogio dentro de la Isla que fuera. “¡Hurraaaa!” exclamaba Yoani Sánchez en Twitter, precipitándose quizás, dado el jarro de agua fría que le cayó encima cuando, leyendo atentamente la letra pequeña del asunto, se percató de los “filtros” ideológicos que permanecen en la regulación de quien entra y sale de ese país. Ofreciendo una nueva oposición a la Carta Fundamental de los Derechos Humanos, la dictadura castrista sigue vulnerando los derechos individuales que, por otro lado, parece que solo van a ser obtenidos, no por su conquista, sino más bien como resultado final de una larga espera. Y eso es solo una hipótesis. Está por ver si el despropósito castrista se declara eterno o no. Desde el exterior la lectura parece que ha sido otra.
Como han apuntado muchos observadores en los últimos días la reformulación de la norma beneficia sobre todo a los chicos buenos, a los que salen de Cuba con un poco de miedo, a los que viven fuera amedrentados y atormentados por las virtuales consecuencias de portarse mal. Y portarse mal incluye, por ejemplo, comportamientos tan contrarrevolucionarios –a la vez que inofensivos para la higiene democrática- como puede ser plantarse frente a un consulado a despotricar -con toda la razón del mundo- contra el régimen de La Habana. En definitiva, el último cambio castrista, esta nueva maniobra de La Habana, trata de aligerar los trámites para que la gente se vaya. Solo queda esperar –de nuevo- a que estas nuevas condiciones multipliquen el movimiento de cubanos por el mundo, aunque sería deseable que este pulular por el mundo sirviera de algo, para introducir por ejemplo aires de libertad a la isla, resonancias de otros mundos que ayudaran definitivamente a la gente a reclamar lo que les pertenece. Sin tener que sentarse a esperar pacientemente y tampoco sin tener que cruzar los dedos esperando a tener suerte.