"Se cambia con cautela, como manda el modelo chino. Pero en Pekín las cosas van bastante menos lentas que en Cuba, donde el proyecto es inevitablemente artrítico".
La revolución avanza, pasito a pasito
Mimmo Cándito
Editoriales, La Stampa, noviembre 19, 2012
Si de verdad quiere sentir la fiebre de Cuba, vaya a Miami. Pero no vaya a la Calle Ocho, que siempre es más bien para los turistas. No. Vaya a los distritos de negocios de la ciudad, entre los rascacielos que reflejan la avenida Brickell; o a Miami Beach, a lo largo de Ocean Drive y la Washington Avenue. Allí sentirá de verdad el peso y el papel que tienen ahora los cubanos de la tercera generación: las finanzas que controlan, los puestos de alcalde de la ciudad y del condado que ocupan casi por derecho, el dinero fácil que les fluye de rutilantes boutiques y hoteles de fascinante linaje art deco.
Con su dinero invertido al otro lado de Cayo Hueso, son estos cubanos --cubanos por los rasgos y el apellido; cada vez más yanquis por el pasaporte y el poder--, quienes podrán decirle cuán real --pero también cuán lenta – es la nueva Revolución que Raúl está gerenciando en las calles de Cuba
Ellos, con todo su poder y sus ansias de desquite, se están preparando para recuperar la propiedad de "su" isla, porque saben bien que el viento está cambiando: siguen las noticias; envian millones de dólares en imprudentes triangulaciones financieras; hacen todos los días miles de llamadas telefónicas a La Habana para enterarse, negociar, establecer nuevas relaciones. En esa dirección apuntan, pero también saben que el “tempo” es lento. Es un tiempo que no vuelve atrás, eso es seguro, pero para llamarlo "revolución" se necesita usar una "r" minúscula.
Considere a la bloguera Yoani Sánchez, quien tiene la maleta lista desde que –-el pasado 16 de octubre--- el nuevo Líder (semi) Máximo levantó la prohibición de salir del país. Yoani, sin embargo, deberá esperar todavía dos meses, y después, quizás, podrá viajar.
Quizás. Porque la nueva Revolución hace proclamas y emite señales solemnes, pero luego -- en la realidad de la vida cotidiana-- las proclamas y las señales se desinflan entre las telarañas de la burocracia, la lentitud exasperante de un sistema anquilosado, e incluso el miedo a que el cambio introducido se convierta en avalancha incontrolable.
Así que hay que esperar. En el último congreso del PCC se dieron a conocer 313 reformas, una Revolución, verdaderamente. Y ni siquiera eran las primeras; alguna ha funcionado, alguna jadea, pero sin duda el rostro de la Cuba de Raúl ha ido cambiando: libre (de hecho semi-libre) compraventa de viviendas; libertad (condicional) para comprar un automóvil; más de un millón de hectáreas de tierras otorgadas en usufructo a 146.000 agricultores; licencias de negocios y artesanía concedidas a 340.000 trabajadores por cuenta propia; permisos para tener un restaurante o alquilar habitaciones; más facilidades para recibir remesas del exterior; nuevas disposiciones para el regreso de familiares que viven en EE.UU.; mayores facilidades para los extranjeros.
Todo tiembla, los viejos hábitos se estremecen; pero también surgen nuevas decepciones y descontento. Después de un régimen que ha gobernado y controlado todo por más de 50 años, el óxido de un poder y una costumbre que premiaban exclusivamente el silencio y la conformidad se resiste a desprenderse, y todo se vuelve difícil, lento, siempre incierto .
Dicen que en Cuba, Rusia y su comunismo ya no cuentan, que éste es el modelo chino. El comercio con China aumentó de 400 millones de dólares en 2000, a 2.000 millones de dólares el año pasado. Se cambia con cautela, como manda el modelo chino. Pero en realidad, en Pekín las cosas van bastante menos lentas que en Cuba, donde el proyecto es inevitablemente artrítico.
Entretanto, en La Habana se ha inaugurado una sede del Instituto Confucio: los cubanos que procuran aprender el mandarín suman ya un millar. Una verdadera avalancha de matrículas.
Mimmo Cándito
Editoriales, La Stampa, noviembre 19, 2012
Si de verdad quiere sentir la fiebre de Cuba, vaya a Miami. Pero no vaya a la Calle Ocho, que siempre es más bien para los turistas. No. Vaya a los distritos de negocios de la ciudad, entre los rascacielos que reflejan la avenida Brickell; o a Miami Beach, a lo largo de Ocean Drive y la Washington Avenue. Allí sentirá de verdad el peso y el papel que tienen ahora los cubanos de la tercera generación: las finanzas que controlan, los puestos de alcalde de la ciudad y del condado que ocupan casi por derecho, el dinero fácil que les fluye de rutilantes boutiques y hoteles de fascinante linaje art deco.
Con su dinero invertido al otro lado de Cayo Hueso, son estos cubanos --cubanos por los rasgos y el apellido; cada vez más yanquis por el pasaporte y el poder--, quienes podrán decirle cuán real --pero también cuán lenta – es la nueva Revolución que Raúl está gerenciando en las calles de Cuba
Ellos, con todo su poder y sus ansias de desquite, se están preparando para recuperar la propiedad de "su" isla, porque saben bien que el viento está cambiando: siguen las noticias; envian millones de dólares en imprudentes triangulaciones financieras; hacen todos los días miles de llamadas telefónicas a La Habana para enterarse, negociar, establecer nuevas relaciones. En esa dirección apuntan, pero también saben que el “tempo” es lento. Es un tiempo que no vuelve atrás, eso es seguro, pero para llamarlo "revolución" se necesita usar una "r" minúscula.
Considere a la bloguera Yoani Sánchez, quien tiene la maleta lista desde que –-el pasado 16 de octubre--- el nuevo Líder (semi) Máximo levantó la prohibición de salir del país. Yoani, sin embargo, deberá esperar todavía dos meses, y después, quizás, podrá viajar.
Quizás. Porque la nueva Revolución hace proclamas y emite señales solemnes, pero luego -- en la realidad de la vida cotidiana-- las proclamas y las señales se desinflan entre las telarañas de la burocracia, la lentitud exasperante de un sistema anquilosado, e incluso el miedo a que el cambio introducido se convierta en avalancha incontrolable.
Así que hay que esperar. En el último congreso del PCC se dieron a conocer 313 reformas, una Revolución, verdaderamente. Y ni siquiera eran las primeras; alguna ha funcionado, alguna jadea, pero sin duda el rostro de la Cuba de Raúl ha ido cambiando: libre (de hecho semi-libre) compraventa de viviendas; libertad (condicional) para comprar un automóvil; más de un millón de hectáreas de tierras otorgadas en usufructo a 146.000 agricultores; licencias de negocios y artesanía concedidas a 340.000 trabajadores por cuenta propia; permisos para tener un restaurante o alquilar habitaciones; más facilidades para recibir remesas del exterior; nuevas disposiciones para el regreso de familiares que viven en EE.UU.; mayores facilidades para los extranjeros.
Todo tiembla, los viejos hábitos se estremecen; pero también surgen nuevas decepciones y descontento. Después de un régimen que ha gobernado y controlado todo por más de 50 años, el óxido de un poder y una costumbre que premiaban exclusivamente el silencio y la conformidad se resiste a desprenderse, y todo se vuelve difícil, lento, siempre incierto .
Dicen que en Cuba, Rusia y su comunismo ya no cuentan, que éste es el modelo chino. El comercio con China aumentó de 400 millones de dólares en 2000, a 2.000 millones de dólares el año pasado. Se cambia con cautela, como manda el modelo chino. Pero en realidad, en Pekín las cosas van bastante menos lentas que en Cuba, donde el proyecto es inevitablemente artrítico.
Entretanto, en La Habana se ha inaugurado una sede del Instituto Confucio: los cubanos que procuran aprender el mandarín suman ya un millar. Una verdadera avalancha de matrículas.